MAJ-AGUA

Esa misma lluvia que gozaba en mi niñez y juventud, hoy me espanta y desconsuela, pero no es ella, soy yo quien ha cambiado

VIERNES. Agua somos y en agua nos convertiremos. No tengo permiso ni autoridad para hablar mal de la lluvia. Escucho su sonido, veo y siento su mensaje húmedo y generoso y los correos del viento que la acompañan me ayudan a capotear la tragedia como en los tiempos de siempre. Esa misma lluvia que gozaba en mi niñez y juventud, hoy me espanta y desconsuela, pero no es ella, soy yo quien ha cambiado y recibo esa bendición como maldición porque vivo en un territorio propiedad del agua, que estuvo sumergido hace millones de años, que pretende regresar a su estado original y nada ni nadie podrá impedirlo.

Escribo este texto con el rigor que marcan los sentimientos. Era una mañana llena de musgos en el patio trasero, los perros orinaban las llantas del coche. De pronto vi correr un hilo de agua que venía del fondo de la calle y así empezó todo en 2007, cuando la inundación me hizo salir de casa con mi familia. Fue un éxodo breve pero doloroso. Con el escaso sol que pegaba al mediodía, vi mi sombra reflejada en el espejo del agua cargando una bolsa grande y atrás de mí, mi esposa y mis hijos con maletas.

Este año 2020, van dos inundaciones. La primera en octubre y la segunda inició este noviembre y aún no termina. De acuerdo con el Meteorológico se espera una tercera inundación a partir del 24 o antes. Nuevamente me siento amenazado por la creciente. Es la crónica recurrente en Tabasco.

La semana pasada, mi hijo mayor y su esposa cansados y afligidos abandonaron su casa a medianoche cargando lo necesario. Mis hermanos y mis amigos en Macuspana están sufriendo, salen de una y entran a otra. En Villahermosa el Grijalva y el Carrizal se muestran violentos, arrasan con todo. No se escapa Cárdenas ni Huimanguillo. En Emiliano Zapata, Balancán, Jonuta, Centla y Tenosique, el Usumacinta hace de las suyas. En Nacajuca, Jalpa y Cunduacán, el Samaria provoca murmullos y sollozos en los campos. En Jalapa, Teapa y Tacotalpa rezan por las cosechas perdidas. A la población tabasqueña lo sorprendió la inundación en medio de un desempleo brutal que agrava la precariedad de las familias. En 13 municipios del estado devastados por la inundación, se escuchan oraciones en el agua.

De tanto convivir con la humedad, los tabasqueños somos como el agua, buscamos nuestro origen y en ese trayecto violento, hacemos el bien o el mal sin intenciones razonables. El ambiente nos condiciona, el barro que arrastra la corriente nos moldea, nos da forma.

La llovizna regala a los sentidos el exquisito olor a tierra mojada; la tormenta eléctrica acompañada de incesante lluvia pule el suelo, las casas, los resquicios, encierra los tormentos sufridos, lava los pecados, propone el insomnio, baña los escalones, las ventanas y puertas, y todos esperan que llegue la calma.

Año tras año es lo mismo y a cada golpe de agua nos hacemos más correosos, impermeables y ruidosos como los raudales del Grijalva y el Usumacinta.

Agua somos y en agua nos convertiremos. Somos tabasqueños. Pordiositosanto.

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