Suciedad, ruido y movilidad deficiente, afectan turismo en Progreso

«Guantanamera, guajira guantanamera», es la canción que toca un guitarrista en Progreso para los turistas que recién se bajaron del crucero. Lo hace repetitivamente.

Desde la mañana, los visitantes estadunidenses, en su mayoría, se bajan del barco en el Puerto de Altura y son trasladados por Autoprogreso a la terminal de autobuses.

Ahí pueden optar por un tour a algún lugar en Yucatán, como Sisal, Xcambó, Chichén Itzá o bien, dirigirse al malecón.

La terminal a la que bajan dista de la ciudad de Progreso en cuanto a limpieza y servicios. Mientras en la terminal el comercio se organiza para que en stands se vendan las artesanías, afuera los vendedores ambulantes se acercan a los visitantes para que sean elegidos.

Desde hace cinco años, Autoprogreso invirtió en la terminal para desarrollarla y provocar un mejor servicio hacia los visitantes, con más orden, limpieza y que permite a los paseantes encontrar las artesanías a un precio justo.

Sin embargo, los touristeros de afuera acusan a Autoprogreso de monopolio, a pesar de que ellos no invierten ni desarrollan un proyecto que sea atractivo para los visitantes. Ellos esperan fuera de la terminal y cazan a los visitantes, aunque tienen poco éxito.

La primera imagen que tienen es la del Mexican Curius, un vendedor con dos iguanas que acepta las propinas por tomarse fotos con los reptiles. En una tiendita y en los stands, así como los músicos de rock reciben propinas en dólares.

En la ciudad de Progreso las calles se lucen sucias, apenas al salir de la terminal, en la escarpa, un hilo de agua sucia sale de una pollería. Ocurre lo mismo que en los comercios del centro de Mérida, casi todos los locales compiten musicalmente con ruido para atraer a compradores. Son estrategias publicitarias que no las tienen ni en Estados Unidos. El ruido y el mal olor llenan las calles en las que los turistas caminan hacia el malecón.

Muchos de los visitantes sufren de obesidad mórbida; otros, ya adultos mayores, viajan en un carrito eléctrico, el cual no está preparado para las calles de Progreso, porque las rampas son tapadas por los vendedores ambulantes.

Los paseantes caminan con shorts, camisas de tirantes y sandalias.

En el malecón, muchos de los turistas que llegan en los cruceros deciden bañarse en el mar, comer en los restaurantes o, incluso, recibir un masaje.

Algunos piden una michelada y otros deciden ir a las palapas de los restaurantes de la playa, aunque a algunos turistas les gustaría que existiesen restaurantes de franquicia para almorzar.

La mayoría de ellos prefiere evitar platicar con el reportero, aunque entre lo que declaran es que les gusta Progreso por su mar verde y por la gente.

 

Uno de ellos, que prefiere no dar su nombre, indica que en otros puertos gastan más que en Progreso, debido a los altos costos de esos lugares y porque Yucatán es de sus últimas paradas, por lo que su presupuesto se ha agotado casi en su totalidad.

Ya por la tarde, después de pasar el día en Yucatán, en la costa, en Mérida o en alguna zona arqueológica, los estadounidenses regresan al barco.

(con información de La Jornada Maya)

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