Impide turborrealidad vivir la plenitud del ocio

Para disfrutar la ociosidad del tiempo libre se requiere altas dosis de coherencia, pensamiento crítico y de introspección

“¡Deja de estar de ocioso!”. Suena imperativamente negativo, suena a la frase muy mexicana: deja de “echar la hueva”. Pero si a Platón y a Aristóteles se les hubiera interpelado así, no tendríamos ni sus Diálogos ni su Ética nicomaquea. Tampoco tragedias como el pan y circo romano.

El ocio, entonces ¿es o no lo mismo que pereza? ¿Qué dice Vico, no Giovanni Battista sino David Pastor, filósofo y académico de la UNAM, a ésta y otras “preguntas chulas”?

Ese pecado capital es darse a la indolencia. No hacer absolutamente nada, sostiene Vico, autor de La soledad de los pájaros, que será reeditado en junio con el nombre Filosofía para desconfiados.

El ocio, en cambio, es realizarse uno mismo haciendo lo que a uno le gusta. Para los latinos, sólo la gente de buen estatus social podía ser ociosa: dedicarse a sí mismo. Sin embargo, parece que últimamente la ociosidad es mal vista.

Si la pereza es un pecado capital, ¿cuándo el ocio es una virtud?

Para los filósofos clásicos, la actitud virtuosa era aquella que te llevaba a los temas universales y trascendentales: el bien, la verdad, la belleza, la justicia. El ocio es una virtud cuando empleamos el tiempo para acercarnos al conocimiento y al regocijo dentro de estas ideas universales.

Emparentados etimológicamente, ¿negocio siempre es la negación del ocio?

En términos latinos, si ocio es otium y negocio es negotium, negocio es absolutamente la negación del ocio. Es la negación de hacer aquello que te gusta, de encontrarte a ti mismo, de disfrutar. Sin embargo, hay una máxima oriental: si trabajas en aquello que te gusta (generar dinero, por ejemplo), no lo consideras trabajo. Y no sería la negación del ocio, porque uno hace lo que le gusta y lo completa como ser humano.

¿Hay tipos de ocio? ¿Todos los ocios son iguales?

No. Los ocios deberían ser todos diferentes, porque no todos somos iguales. Sin embargo, la globalización nos ha llevado a una estandarización del ocio. La moda es pasar el tiempo viendo series de Netflix. Ahí dedicamos nuestro tiempo de ociosidad. Parece que todo el mundo lo dedica a lo mismo. En redes sociales como Facebook e Instagram se cuelgan fotos de sitios de vacaciones, por ejemplo, que al final son básicamente iguales: hoteles resort, ruinas, platos de comida.

¿Hay una pérdida de identidad?

No es tanto la pérdida de identidad sino la asunción de un rol común para todos, por moda o conveniencia social. Pero como todos somos diferentes, al final esto lleva a frustraciones individuales.  Es raro subir una foto a Instagram leyendo en el sofá. Eso lo puede hacer “cualquiera”, pero no ir de viaje a Europa.

Te dicen que hagas cierto tipo de cosas: “no pierdas tu tiempo, aprovecha tus vacaciones”. Pero está mal visto si pasas tu tiempo de ocio durmiendo. Aunque eso no signifique que seas perezoso u holgazán. Es simplemente una forma de disfrutar tu tiempo de ocio.

¿Cuál sería la mejor inversión del ocio como tiempo libre?

Es complicado. Primero hay que ver qué nos hace realmente feliz, qué nos gusta, en qué nos reconocemos cómodos. Luego, ceñirnos a aquello que nos motiva. Eso sí sería un camino virtuoso: hacer aquello que nos hace sentir bien.

El bien es un don universal. Así que aquello que me tiende al bien es una actitud virtuosa. En cada uno sería diferente. Pero algo que ahora no hay, es tiempo de introspección para conocernos a nosotros mismos. Griegos y latinos lo tenían claro: nosce te ipsum, conócete a ti mismo. Y una vez que te has conocido, ya sabrás como lo vas a invertir.

Muchas veces el mejor de los ocios, el mejor tiempo invertido en el ocio, es aquel que es gratuito. Y para que sea gratuito, algo sencillo es compartir con los demás. No se necesitan grandes inversiones: los ahorros de todo el año, gastarse todo el aguinaldo, para disfrutar nuestro tiempo.

Para saber si lo estamos haciendo bien, lo que necesitamos son altas dosis de coherencia, de pensamiento crítico y de introspección.

Sin embargo, vivimos en una turbo-realidad, tan atroz, tan acelerada, que muchas veces no nos damos tiempo para eso y nos vamos, como imbéciles, con “el paquete” para vacacionar que nos aparece en redes sociales, sin darnos cuenta que este tipo de tiempos de ocio, pautado, intinerado (vamos a Europa y visitamos diez ciudades en cinco días), muchas veces nos genera estrés. Cuando regresamos, deseamos empezar a trabajar para descansar. Es un absurdo absoluto.

La humanidad, si nos asomamos a su historia, ¿qué bueno y malo le debe al ocio?

Le debe mucho. Al ocio le debemos la posibilidad de que hace 2500 años se pudiera dedicar tiempo para pensar, especular. Si Platón y Aristóteles no hubieran tenido tiempo de ocio, no tendríamos ahora el pensamiento aristotélico y platónico que define al pensamiento occidental. Sin ocio, Tales de Mileto no podría haber hecho ningún cálculo.

También le debemos grandes tragedias. En la antigua Roma, una forma de pasar el tiempo de ocio era ir al circo, donde había enormes matanzas.  La entrada era gratuita porque los espectáculos circenses eran pagados por la nobleza latina.

Hoy para disfrutar tiempo de ocio hay que pagar Netflix, la entrada al cine, las vacaciones. Uno se entretiene también con campeonatos de lucha de artes marciales mixtas donde le parten la cabeza al otro. Cuidado, un ocio mal dirigido trae este tipo de desgracias.

En la Ciudad de México, el gobierno ofrece espectáculos que son pan y circo.

La expresión es muy acertada. En la antigua Roma, un día entero de diversión gratis y con comidas era un ejercicio de manipulación absoluto. Hoy también y hay que tener cuidado con estos eventos, donde la gente saca sus malas vibras; la catarsis, para los griegos, que es desprenderse de la tensión acumulada en la semana.

Amansarnos y aborregarnos (hoy con espectáculos musicales, por ejemplo) es una práctica que tiene más de tres mil años de antigüedad. El homo sapiens ha cambiado algunas cuestiones culturales, pero su biología y psique es igual. Somos igual de fácilmente manipulables hoy que hace tres mil años.

La clase política mexicana, sus cámaras legislativas, ¿tienen la virtud del ocio o caen en el pecado capital de la pereza?

Me sorprende cómo a países con 150 millones de habitantes y con pocos legisladores les va bien y a otros, con muchos más políticos dedicados, les va regular o tirando a mal. Dentro del anecdotario, y según el medio de comunicación, la foto que veo es de “mucha gente durmiendo”, perdiendo el tiempo o haciendo otras cosas. Eso lleva a señalarlos con el dedo de la pereza, de la indolencia, pero supongo que habrá muchos que trabajan. ¿Qué tanto? Habría que ir a las cámaras de vigilancia para elaborar nuestro propio juicio, pero como no tenemos tiempo, acabamos comprando la idea que nos venden los medios y poco más.

¿El tiempo libre dedicado a las redes digitales es ocioso?

Es y no ocioso. Sobre todo para los jóvenes, para los nativos digitales, se han convertido en su canal de socialización. Así que no es ocioso, sino necesidad de compartir, de estar y sentirse parte de algo. Somos, como decía Aristóteles, animales políticos y como tales necesitamos darnos a los demás, aprender de los demás. Quizá no sea el canal apropiado, ya que las redes son empresas privadas con intereses económicos.

Dentro de la percha que ofrece esta posibilidad de comunicación, hay muchas opciones de ocio. Sin embargo, un estudio de la UNESCO-Motorola indica que los jóvenes mexicanos millenians traen el celular prendido las 24 horas del día y que el tiempo de conexión a internet es de ocho horas un minuto diario. Dentro de ese lapso de necesidad de comunicación, sin duda, hay momentos de ociosidad.

Muchos adultos, migrantes digitales, utilizan las redes sociales como fuente de información. Sin embargo, estas no son una fuente fiel. Son el eco de nuestro propio gusto. La cámara de eco, porque solo nos muestran aquello que responde a nuestro gusto y lo que no nos gusta, no aparece. En muchos casos la utilizamos “para matar el tiempo” que no sabemos en qué invertir y de alguna manera lo gastamos en las redes. No para hacer lo que nos gusta. No para esa definición virtuosa del ocio.

¿Cómo administrar mejor el tiempo libre para un ocio más productivo, más creativo?

Productividad, perder el tiempo… son juicios de valor, forman parte de un lenguaje economicista y con tintes neoliberales. Hay que tener cuidado con eso, porque el tiempo de ocio es invertirlo en lo te dé la gana y te reconforte como individuo.

La frase “perder el tiempo” también es peligrosa. El tiempo no se pierde, transcurre. Puede que no sea nada productivo a nivel económico, pero sí reconfortante a nivel humano: tomar un curso, hacer deporte, leer novelas, hablar con los amigos. Y eso es lo importante, encontrar el fiel de la balanza humana, haciendo algo que nos guste y la pasemos bien, para tener esa sensación de plenitud.

¿El ocio debe estar asociado a la felicidad, al hedonismo, al placer?

Verás. Qué temazo. Hoy hedonismo nos remite a esos cuadros de grandes bacanales, con gente bebiendo y haciendo el amor. Pero para Epicuro, el hedonismo no es la búsqueda del placer sino la huida del dolor, porque la vida genera dolor. Así que hedonismo es estar en equilibrio, en un estado de tranquilidad, donde el dolor no tenga prevalencia y haya, entonces, momentos a los que llamamos placer.

También hemos confundido felicidad con placer. Yuval Noah Harari, en Homo sapiens. De animales a dioses, dice que el placer detona en el cerebro una bioquímica que nos genera una tendencia a repetir esa búsqueda de placer que entra en una espiral de una sociedad que falsamente la va haciendo coincidir con un concepto de felicidad mercantil. Una felicidad que se puede comprar.

Sin embargo, la felicidad no es más que un intento de vida coherente, de encontrar nuestras propias posibilidades hacia algo que nos haga sentir realizados.

Esa felicidad debe ser una cotidianidad para que el ocio se desprenda de su mercantilización, de esa necesidad constante de ser reforzada por el placer. Sin embargo, cuesta trabajo encontrar ese momento para “verse uno a sí mismo”, porque no somos más que números que responden a intereses de otros, de terceros.

¿Hay que preguntarse uno mismo para Ser en el ocio?

Exactamente.  Nosce te ipsum es un concepto filosófico que tiene más de tres mil años. Conocerse a sí mismo es saber cuáles son sus limitaciones, sus pasiones, y sobre qué virtudes afanarse. El ocio es esa parte de la vida que nos permite trabajar en ellas, realizarnos.

Se confunde quien intenta desarrollar sus virtudes en el trabajo, porque trabajar no es que más vender tu tiempo de vida útil aún tercero, que va a sacar provecho a su inversión. En el trabajo no se encuentra uno a sí mismo, uno no se realiza. Creerlo es uno de los mayores errores, porque nos obligamos a encontrar la felicidad en el trabajo, lo que es imposible para el 99 por ciento de la humanidad, y finalmente acabamos alienados y separados de nosotros mismos, comprando paquetes económicos para irnos a Europa y visitar 10 ciudades en cinco días.

¿Algunos consejos?

Mi consejo para encontrar una práctica ociosa –dice Vico, comunicólogo, conferencista y académico de la Dirección de Deportes de la UNAM– es buscar dentro del autoconocimiento, realmente qué quiero hacer, qué me satisface y, sobre todo, si puedo hacerlo con lo que tengo alrededor. Si es así, hay que disfrutarlo y nada más.

(Con información de Gaceta UNAM)

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