“Chichén Viejo” el futuro cultural turístico incierto

El camino es hermoso, pacífico, silencioso, casi una vereda ritual que te prepara para entrar a un espacio sagrado y milenario

Mérida, Yucatán. A unos cuantos metros de las turbas que cada día deterioran irremediablemente el patrimonio cultural y ecológico de la zona arqueológica; a unos cuantos minutos de caminata desde los ruidos del comercio ambulante y el regateo miserable de los turistas que viajan con paquetes «todo incluido», se encuentra un ejemplo prístino de lo que Chichén Itzá podría ser con un poco de valentía e inteligencia por parte de todos.

Ese paraíso intacto se llama Chichén Viejo, aunque en realidad debería ser llamado el Chichén Prometido, el Chichén del Futuro, el que marque la pauta sobre lo que debe venir una vez que el covid-19 nos obligue a reinventarnos.

Porque sería un desperdicio que viniera y se fuera esta plaga e hiciéramos como si otros jinetes apocalípticos -el cambio climático, por mencionar lo obvio- no vinieran en camino. Tenemos que ser otros si queremos sobrevivir como civilización o, por lo menos, como especie.

Cuando el mundo reinicie, habrá que reinventarnos. Y entre esos nuevos comienzos, al menos en la península de Yucatán, tiene que estar una reflexión profunda sobre Chichén Itzá y su destino de largo plazo.

Una puerta a lo sagrado

El camino a Chichén Viejo es hermoso, pacífico, silencioso, casi una vereda ritual que te prepara para entrar a un espacio sagrado con construcciones verdaderamente milenarias. Uno tiene tiempo de pensar en lo que le espera a los ojos y la conciencia cuando se llegue al destino prometido.

De pronto, el camino termina y ahí entre árboles se alcanza a adivinar una entrada de sólida piedra. Los últimos pasos son sobre un sacbé que desemboca en una colosal puerta con un arco monumental. Es imposible dejar de pensar en la Puerta de los Leones, en Micenas, esa antigua ciudad en el Egeo con su pórtico de la Guerra de Troya, que al igual que ésta nos permite entrar a espacios míticos amurallados no sólo en el sentido militar, sino también en el temporal, como si adentro el reloj marcara otras horas, otro momento, otro mundo.

Traspasar el umbral del arco en silencio, con los sutiles sonidos de la naturaleza que sólo hacen más patente la presencia del hombre y la ausencia de las multitudes, deja a uno listo para contemplar el espacio donde está la edificación más antigua de Chichén Itzá, construida hace más de mil 400 años.

(Lea el texto completo en La Jornada Maya)

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