El asco puede señalar una frontera con el peligro

Gracias a la evolución surgió como mecanismo de defensa ante elementos contaminantes y potencialmente peligrosos para el organismo

El asco es una emoción natural y adaptativa que se identifica dentro de las clasificadas como aversivas (que nos despiertan rechazo y repudio claramente); también se encuentran el miedo y el odio.

Para la Real Academia Española, se trata de “una impresión desagradable que es causada por algo que nos repugna”. Es una emoción considerada básica y universal; esto significa que es necesaria para asegurar la supervivencia del organismo y que prácticamente todas las especies animales pueden sentirla, pero en los humanos ha evolucionado mucho, incorporando elementos socioculturales; y por esta última característica ha sido denominada “ampliada”.

Desde un enfoque evolucionista, surgió como mecanismo de defensa ante elementos contaminantes y potencialmente peligrosos para el organismo. Suele acompañarse de una respuesta típica de naturaleza psicológica, fisiológica y conductual.

Fue definido por Charles Darwin como una sensación de repulsión del sentido del gusto con influencia del olfato, tacto y vista; compartiendo una sensación “parecida”. Ahora sabemos que también determinados sonidos lo desencadenan. Todos lo hemos sentido alguna vez; por ejemplo, cuando se nos presenta una comida que nos desagrada en extremo.

El asco se trata de una emoción negativa. Sin embargo, también cumple una función. Al igual que el miedo, nos protege de diferentes estímulos potencialmente peligrosos que pueden comprometer nuestra vida o salud. Se afirma que el primero precede al segundo.

Descripción

El asco refleja elementos de personalidad, socioculturales, fenomenológicos, cognitivos, fisiológicos y conductuales que lo distinguen de cualquier otra emoción.

El componente fenomenológico comprende la experiencia o percepción subjetiva-personal de náusea o repugnancia y constituye el elemento central de la emoción. Sin éste, no se podría abordar desde el punto de vista psicopatológico. La experiencia subjetiva implica síntomas, como los siguientes:

  • Somáticos: náuseas y vómito.
  • Cognitivos: preocupación, evaluación negativa expresada en el discurso (“¡Qué desagradable!”, “¡guácala!” o “¡quita eso de mi vista!”).
  • Comportamentales: expresión facial de repulsión y evitación.

Aunque claramente la propia reacción de regurgitar tiene una influencia psicofisiológica, múltiples investigaciones afirman que el asco se origina en las amígdalas cerebrales, que pertenecen al sistema límbico, en el que se procesan también otras emociones.

La activación de esas áreas ha sido demostrada de manera experimental. Adicionalmente, se activan otras regiones cerebrales, como las glándulas noradrenérgicas, que apoyan este rechazo efusivo. Por ende, se activan ejes hormonales relacionados con la hipófisis y el hipotálamo. Otras manifestaciones psicológicas son la repugnancia, un sentimiento de ansiedad y la necesidad de escapar o huir.

Si bien el asco es una emoción innata, gran parte de los estímulos que lo evocan se determinan socioculturalmente. Se ha comprobado que los niños muy pequeños no lo sienten hacia sustancias, objetos u olores específicos. Por ejemplo, pueden olfatear o tocar insectos o lombrices sin el más mínimo recelo; inclusive ingerirlos sin reservas.

Es así que, en las indicaciones y expresiones emocionales de asco de personas adultas y otros menores de edad, los niños aprenden a identificar y reconocer aquello que ha de provocarles repulsión. No obstante, alimentos y productos que resultan nauseabundos en algunas culturas, son considerados apetitosos y únicos en otras.

La sensación de asco es también distinta para cada individuo, y es posible reprimirla o superarla. Por ejemplo, en el ejercicio de la medicina y en el sector de los servicios fúnebres, esta superación desempeña un papel importante, aunque hay grandes diferencias entre individuos.

¿Cómo se identifica/manifiesta?

Entre las cosas que comúnmente lo detonan están: comida que no nos gusta, alimentos putrefactos, la falta de higiene, olores fuertes o penetrantes (cañerías, alcohol, tabaco, etcétera.), fluidos corporales (sudor, orina, heces, saliva, pus, sangre o eyaculaciones), ciertos animales y sus secreciones.

Aunque es una emoción aversiva, que procuramos evitar a toda costa, quizá por eso mismo, su presencia es muy valiosa en nuestras vidas. Cuando aparece, nuestras preconcepciones e inclusive nuestros prejuicios, sufren influencias que las investigaciones han llamado ley de similitud o ley de contagio. La primera establece que los estímulos que nos detonan tales actitudes de repudio pueden transmitirse entre cosas o situaciones que se parezcan entre sí o compartan características. Ejemplo: si nos dan asco las ratas grandes, es probable que, por asociación, los ratones, incluso los hámsteres, nos lo provoquen también.

A su vez, la ley de contagio implica la preocupación por evitar que elementos o estímulos que no nos detonan asco entren en contacto con aquellos que sí nos parecen repulsivos. Ejemplo: cuando nos causa asco los pies o cuerpos de otras personas evitaríamos compartir con ellas nuestra toalla de baño.

Debajo de todas las conductas visibles de asco –que son muy claras (vómito, náuseas, evitación)– se encuentran el desagrado y el rechazo. Tanto sus manifestaciones como sus causas son increíblemente subjetivas, pero siempre involucran experiencias de repulsión y escape.

También hay el componente de la habituación. Las grandes urbes, por ejemplo, a diario presentan agentes desagradables con alto potencial para causar asco (cañerías destapadas, bolsas de basura hediondas a la mitad de la calle), lo que entrena a las personas para desarrollar habilidades de control emocional y reprimir los impulsos de rechazo e inclusive respuestas fisiológicas como el vómito.

Función o utilidad

Como ya se dijo, en gran medida es una emoción que nos mantiene a salvo. Sin embargo, posee también un alcance sociocultural. Tal es el caso cuando funciona como un poderoso mecanismo de cohesión social y control, de manera que todo aquello que atente contra el orden establecido (como la sangre, la violencia, la pederastia, el incesto, las relaciones interraciales, el mal gusto, etcétera) nos resulta desagradable e inmundo.

El asco establece nuestro límite; nos señala la frontera hasta dónde podemos llegar sin peligro alguno; pero también ofrece una posibilidad de observar de qué están hechos los supuestos políticos y los dispositivos de control social con los que echamos a andar nuestra subjetividad.

Así que, ya sea que estemos delante de olores corporales, sabores amargos o tactos repugnantes o de valores deteriorados, comportamientos abominables o relaciones aborrecibles que repelemos, estamos delante de una grieta o intersticio de interés para la psicología social. Es así, que lo antisocial, delimitado por el asco, se constituye en un rastro a seguir.

Ejemplos

  • Imagine que usted necesita tratar un asunto con algún familiar y al hablar con esta persona percibe que su aliento despide un hedor tan desagradable que le es imposible seguir viéndolo directamente.
  • Resulta curioso ver a las personas cuando entran a un mercado centrado en la carnicería. Es posible que usted acompañe a un familiar experto en el tema y éste, al entrar, lo perciba como un “día más”, pero usted, al presenciar trozos de animales muertos y el olor de la carne cruda no pueda resistir el impulso de taparse la nariz, esbozar un gesto de náusea o salir del local.

Debemos recordar que la complejidad humana respecto de las emociones es lo que coloca al asco dentro de un marco de reglas de normalidad; es decir, en determinadas regiones del mundo, las personas esperan que algo sea universalmente desagradable en la percepción social. Pero lo que para algunos de nosotros resulta asqueroso, en otros contextos, países o regiones no lo es. Claramente, es algo relacionado con las costumbres. Por ejemplo, que ciertas personas lo presenten o no ante los escamoles (larvas de hormiga comestibles) ha sido construido bajo un contexto determinado. No obstante, esta diferencia se considera normal porque no genera un impacto dañino a terceros ni a una o uno mismo.

Ahora bien, ¿cuándo podemos identificar que la magnitud o frecuencia del asco amerita apoyo? En psicología, hay una premisa, la cual reside en observar e identificar la calidad del impacto; en este caso, del asco; es decir, evaluar si la emoción está afectando a la persona hasta el punto en el que no puede tener una vida activa y se afectan sus habilidades, competencias y actitudes diarias e instrumentales.

Por ejemplo, una actitud extrema, como el desagrado por el lavado de dientes y por escupir. La persona que lo sienta, evitará a toda costa realizar esa acción de higiene, afectando así su salud.

Otros criterios establecidos son la propensión y la sensibilidad. También se considera que el asco influye en otros aspectos de carácter social y no psicopatológico. Por ejemplo, el interpersonal se asocia a situaciones en las que se produce contacto con individuos desconocidos, con discapacidad intelectual, enfermos, contaminados o ante la posibilidad de intimidad. Inclusive, se ha determinado el asco socio-moral como una reacción a las clases sociales inferiores o a violaciones de la ‘moral’, teñida de racismo.

La propia flexibilidad de nuestras disposiciones emocionales, en asociación con ciertos contenidos cognitivos, puede inducirnos a experimentar emociones, bien desmedidas o directamente inadecuadas, en relación con objetos o situaciones inapropiadas. Ejemplo del primer caso son las fobias, en tanto reacciones de temor o asco desmedido ante objetos que no son amenazantes en absoluto o no representan un peligro que justifique reacciones tan desmesuradas.

En el segundo caso, podemos experimentar, por ejemplo, asco hacia sustancias que no son nocivas ni contaminantes, pero que exhiben algún parecido externo o propiedades organolépticas similares a otras que sí lo son (piénsese, por ejemplo, en el olor de las coles), o ante aquellas que estuvieron en contacto con sustancias consideradas asquerosas (ejemplo, un plato perfectamente esterilizado, pero que sabemos que alguna vez fue lamido por un perro).

Haciendo referencia a los trastornos psicológicos, se ha visto cómo la emoción exagerada de asco puede llevar a ciertas personas a padecer ciertas fobias específicas, sobre todo con animales considerados como repugnantes, que asociamos con la suciedad (gusanos, cucarachas, arañas…). Asimismo, se ha asociado esta emoción con el trastorno obsesivo compulsivo (TOC). La mitad de los pacientes con TOC experimentan una sensación sumamente desagradable cuando piensan en tocar determinados objetos o hallarse en ciertas situaciones en que creen que se van a contaminar.

(Con información de Gaceta UNAM)

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