La pesca en Yucatán tiene en su haber rostro de mujer

Ellas también pescan en agua salada o dulce, bucean, desescaman, empacan, distribuyen, acompañan, cocinan y venden mariscos

Mérida, Yucatán. La pesca tiene rostro de hombre y voz de mar. Esto es, por supuesto, porque la mayor producción pesquera en México viene del mar y es capturada por varones. Pero ellas también pescan, bucean, desescaman, empacan, distribuyen, acompañan, cocinan y venden mariscos.

Aunque muchas veces no se nombren a sí mismas pescadoras, y la mayoría de las estadísticas o programas gubernamentales no las tomen en cuenta, lo son.

El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) contabiliza la pesca como la captura de peces y otros organismos en agua salada, salobre o dulce.

Es decir, los mariscos que se obtienen en ríos, lagos, lagunas, presas y esteros (aguas pantanosas) también tienen una aportación alimentaria y económica de gran valor para algunas comunidades.

La ciénaga de Chuburná Puerto, por ejemplo, con sus kilómetros de lodo y manglares, es un punto de captura de chivita de mar que sostiene a familias de la zona. Pescar en el mar y pescar en la ciénaga, dice don José Liborio Vela, es distinto porque aquí tienes que moverte dentro, con el pantano hasta las rodillas, sin ver lo que pisas.

“Pon tu pie sobre el mío con mucho cuidado. ¿Sientes eso? Se te clava y aquí te quedas”, dice Mayri Espadas antes de sacar una piedra puntiaguda de la ciénaga donde camina descalza para pescar chivitas. Para recoger 4 kilos de carne, los y las pescadoras de chivita tienen que caminar durante horas, muchas veces en la madrugada, pues estos caracoles con apenas una pequeña lengua carnosa salen al amanecer.

Mayri Espadas es la directora de la cooperativa pesquera U-Meya Coolelo (Mujeres Trabajando), Pescadora Ejemplar 2019 a nivel estatal reconocida por la Secretaría de Pesca y Acuacultura Sustentable de Yucatán (Sepasy) y segundo lugar del Premio Nacional de Pesca y Acuacultura Sustentables 2019.

Con el jamo de pesca en una mano, explica que las chivitas son caracoles cuya carne se vende entre 120 y 150 pesos el kilo. Cuando hay buen tiempo, alcanzan a llevarse hasta seis kilos en una jornada de aproximadamente cinco horas.

“Yo he observado en mi comunidad que hay muchas mujeres que trabajamos la chivita y se van tres o cuatro kilómetros y vienen con su carga en los hombros de 20 kilos caminando dentro del lodo. Por eso me puse a tocar puertas, para que nos dieran asistencia técnica, capacitación. Hay áreas que no conocíamos cuando comenzamos. Y si no conoces, te vas en ellos. Si no sabes nadar ahí estás como un gatito queriendo salir del agua”, cuenta.

El mar lo hizo Dios para todos

De acuerdo con el Inegi, las personas dedicadas a la pesca y acuicultura en México son poco menos de 200 mil. De ellas, cerca de 92 por ciento son hombres y 8 por ciento mujeres (datos del 2008). Sin embargo, esta cifra no coincide con las de la Comisión Nacional de Pesca, la cual en un boletín indica que las mujeres en esta labor son más, cerca de 22 mil.

La organización civil Igualdad de Género en el Mar dice que hay cuatro limitantes principales que dificultan la participación de las mujeres en el sector pesquero: no se identifican a sí mismas como parte de la actividad sino como ayudantes del pescador; su participación es invisibilizada en las estadísticas de pesca y acuacultura; su contribución no es reconocida pues se considera una extensión del trabajo del hogar; no participa en la toma de decisiones.

En el 2003, las académicas Georgina Rosado Rosado, Hernando Ortega Arango y Celia Rosado publicaron el libro Amazonas, Mujeres Líderes de la Costa, sobre las mujeres de la ciénaga de Progreso, agentes importantes dentro del contexto político y cultural de la región a partir de la lucha por la ciénaga y el traspaso de la frontera de los espacios considerados “femeninos”.

En entrevista, Georgina Rosado comparte que esto inicia en la década de los setenta, con la debacle de la zona henequenera y el despido masivo de los obreros que obligó a los trabajadores a buscar otra actividad. Los programas compensatorios del Gobierno ofrecían como alternativa, la pesca.

“Como los hombres se iban a la pesca muchos meses y estaban ausentes, las que realmente toman el espacio, luchan por él y lo modifican, son las mujeres”, indica.

(Con información de La Jornada Maya)

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