El tesoro no descubierto de las grutas de Tekax

El turismo extremo comienza desde la historia colonial del municipio y posterior escenario de la guerra de castas

Mérida, Yucatán. Tekax no tiene costa, ni cenotes, ni playas. Es un paisaje más bien rocoso, de cerros imponentes que dan la impresión de estar en cualquier parte, menos en Yucatán. Sin embargo, su principal atractivo son las cavernas y las grutas, sitios que la semana pasada espantaron a dos turistas holandesas, según contó el guía de las Grutas Chocantes.
No es exageración: para los mayas las grutas son la conexión con el inframundo, y actualmente, el hábitat de más de 60 especies de murciélagos.
Hay casi 200 grutas de todos los tamaños, aunque sólo 15 están habilitadas para el público. En un afán entusiasta de promover este municipio que hace muchos años fue escenario de la Guerra de Castas, el alcalde, Diego José Ávila Romero, y la Sefotur, organizaron un fam trip. El viaje al que acudieron agencias turísticas y medios de comunicación duró dos días, con un programa de 10 horas cada día, para mostrar de forma condensada el potencial de aventura que tiene el destino.
El turismo extremo comienza desde la historia colonial del municipio. Tekax fue el emplazamiento de una matanza durante la Guerra de Castas. El 14 de septiembre de 1857 llegaron tropas de chan Santa Cruz que se hicieron pasar por un ejército campechano. Quien cuenta esta historia es Efrén Torres, un guía de turistas de la cooperativa Kax Kultura, que lo mismo podría ser un actor de monólogos. Tiene una pasión casi tan desbordante como la información contenida que saca en cascadas a los viajeros.
“Fue una matanza de un ejército perfectamente pertrechado contra la población. A las tres de la tarde ya cientos de cadáveres estaban en la plaza, la zona del centro era donde la gente inicialmente buscaba refugio”, nos narra.
Don Julio Sosa, de la cooperativa Chac Bolay, lo tiene que detener porque Efrén está a punto de contarnos el Popol Vuh de un sentón. Nos dividimos en grupos para escuchar la historia del parque y la iglesia. Efrén nos cuenta la historia de San Diego de Alcalá, el santo custodio de Tekax, un santo que no es como cualquiera porque éste manda calenturas y mata gente, sube varias veces al cerro para que ahí le pongan su iglesia, que es ahora la capilla de La Ermita. Pero eso sí, dicen que es muy milagroso. El guía se mete tanto en la historia de la guerra y la cabeza de San Dieguito, que se le olvida hablarnos del parque. “Ah sí, es cierto. El parque se fundó en 1903”, dice cuando alguien se lo recuerda.
Turismo rural
Los montes espesos de Tekax están secos en esta época del año. El paisaje es de árboles cítricos y un camino terroso que debe de volverse un lodazal cuando hay lluvias. Para llegar a San Marcelino hay que recorrer un kilómetro dentro del monte, afortunadamente en estas épocas las personas no necesitan brújula, sólo un GPS.
Después de subir con dificultad un camino empinado y sacudirse por las piedras que salen de la tierra, la camioneta se detiene en un terreno baldío donde no hay más que animalitos rastreros. Como una mala broma, la voz del Google Maps dice: “Has llegado”.
San Marcelino, una comunidad maya de 30 personas, está unos cuantos metros más adelante, bien escondida. Está dentro de un terreno particular, pero las siete familias que viven ahí son los dueños simbólicos del sitio desde hace 170 años, cuando llegaron sus bisabuelos para trabajar de jornaleros.
El guía de esa comunidad se llama Luis y tiene 29 años. Su hijo, Kevin, trae unos tenis rojos y una guayabera tamaño miniatura. Cuenta que producen frijol y maíz, su oficio es ganadero y las mujeres hacen artesanías y bordados. Para ir a la comunidad más cercana tienen que recorrer un kilómetro, y todo lo hacen caminando.
Comunidades pequeñas y alejadas hay en otras partes del municipio y de Yucatán. Con el turismo rural, que busca la armonía del entorno y la riqueza histórica y cultural transmitida por los propios habitantes, el mundo los conoce y ellos conocen un poco del mundo.
Tienen una pequeña capilla con un cristo negro, o cristo de las ampollas, su patrono, a quien le hacen fiesta cada 31 de mayo. Por el terreno anda un puerquito flaco que será la comida de ese día.
“Nuestra cultura es algo que debe conocer todo el mundo, nos beneficiaría en muchas formas, sobre todo económicamente”, dice como leyendo un guión cuando se le pregunta cómo beneficia a su comunidad el turismo rural.
A diferencia del turismo urbano o de playa, aquí los anfitriones abren literalmente las puertas de su casa. Comparten su forma de vida, los nombres de su familia y hasta su comida aún viva, a desconocidos que vienen de Europa, Estados Unidos y otros estados de México. Por eso, al insistir en si esto les ayuda o les perjudica, Luis se sale por fin del guión y dice en voz baja: “La verdad, sí ayuda”.
El guía Julio Sosa acota que el tour cuesta a lo más 300 pesos, e incluye comida hecha por las mujeres de la comunidad. Ahora buscan conectar el tour de San Marcelino a la zona arqueológica más cercana para “hacer el contacto entre la cultura maya viva y el pasado histórico”.
Para comer, las cocineras tradicionales hacen relleno negro y blanco con jugo de naranja que se toma en jícaras. Luis recalca que invitan a los turistas a no desperdiciar regalando una jícara tallada para transportar agua y usando utensilios tradicionales.
Chacmultún, una zona arqueológica que forma parte del recorrido Puuc y la Ex Hacienda azucarera Santa María, son las siguientes paradas. La hacienda conserva parte de la cocina y unas ruinas que se cayeron con el tiempo, a las cuales no se puede acceder. Tenemos la suerte de contar con los guías, sin los cuales una sarteneja sería sólo una piedra con un hueco, y no el jaltun, la cavidad para almacenar agua en tiempos de lluvia.
El alcalde de Tekax es joven, tiene apenas 34 años y nació en el municipio que hoy dirige, pero se fue al extranjero. “Ha conocido Europa”, dice un tekaxeño en la comida. En las horas que no tiene trabajo, sigue el fam trip. Hace senderismo con camisa de vestir y platica con todos. Sabe que hay cosas para mejorar, como el servicio de los hoteles, pero reconoce el esfuerzo de los pobladores que prepararon comida, un número de teatro, alistaron sus casas, hicieron de todo dos semanas antes para recibir a las visitas.
Turismo de aventura
¿Y qué hay para ver en las grutas?, preguntamos dos reporteras a don Julio Sosa, a lo que contesta “Deposición de carbonato cálcico”.
Una podría pensar que un compuesto químico no es la respuesta más atractiva, hasta que presencia las cascadas de cristal estáticas en las cavernas y grutas. Son piedras que simulan ser nieve, rocas a las que se les pega la linterna del casco y se convierten en trozos enormes de cuarzo. Una belleza intocable y frágil, pero imponente. Para verlas hay que bajar 50 metros y pegar el pecho a las rocas, medir la distancia entre una cabeza y una piedra, salir con moretones, ser —a la fuerza— aventurera.
El encargado de las grutas chocantes se llama Pedro Cervera, un hombre corpulento que hoy lleva camisa de militar. Es chel: tiene los ojos de un verde apagado y el pelo rubio. Habla como si estuviera siempre a punto de decir algo muy grave y mueve las manos con elegancia de declamador.
Otro joven nos guía hasta las partes más oscuras de la caverna, todos apagamos las luces y contamos historias de la Xtabay, aluxes y holandesas asustadas. Tiene 18 años apenas, y nos deja pronto para irse a la escuela vespertina. Después hacemos tirolesa a 150 metros de altura, Pedro dice de broma: “hoy vas a ser la primera”, cuando le pregunto también de broma —y no— si alguien ha muerto aquí. Está entusiasmado como un niño.
Otra vez, Tekax no tiene un hotel cinco estrellas con vista al mar ni una cabaña con laguna, pero tiene un hueco en la tierra lleno de árboles en las grutas Kalmankal, donde puedes volar como si fueras un pájaro por al menos unos segundos; tiene artesanos como Rosa Elena Basto Collí, que hace prendas con puntada xmanikté y las cuelga junto a las fotos de su familia, o Sergio Herrera Castañeda, que hace artesanías y llaveros de una casa como la suya. En fin, que Tekax vuelve un animal salvaje a cualquier ratón de biblioteca.
(Con información de La Jornada Maya)

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