Justicia para la generación covid 19, pide la UNESCO

La actual situación por la pandemia afecta particularmente a los 1 600 millones de estudiantes y docentes de todo el planeta

A las personas les gustan las resoluciones claras ante las crisis y rehúyen las situaciones de incertidumbre.

Al comenzar el nuevo año, el mundo no dispone de lo primero ni puede prescindir de lo segundo (hay un repunte de la pandemia, las campañas de vacunación están aún en su fase inicial y el futuro nunca ha parecido tan incierto), y esta situación afecta particularmente a los 1 600 millones de estudiantes y docentes de todo el planeta.

Durante meses, las escuelas y universidades han permanecido cerradas, algo que provocó un giro hacia el aprendizaje a distancia y provocó el cierre total de los centros educativos para 500 millones de alumnos.

Actualmente, los gobiernos hacen malabares para tomar medidas de restricción que frenen la propagación del virus.

Como consecuencia, unos 800 millones de alumnos deben hacer frente todavía a la interrupción más importante de su escolaridad, que implica desde el cierre generalizado de las escuelas en 31 países hasta la reducción del calendario escolar o el establecimiento de horarios a tiempo parcial en muchos otros.

A lo largo y ancho del mundo, se han perdido de promedio las dos terceras partes del año académico debido al cierre completo o parcial provocado por la covid-19.

Hace seis meses, el Secretario General de las Naciones Unidas alertó sobre la catástrofe generacional hacia la que podríamos estar dirigiéndonos. Ya no nos encontramos en una situación de emergencia, sino en una “crisis prolongada”, cada vez más devastadora, y no solo en el plano educativo, sino también social, económico y mental.

Hemos sido testigos de situaciones en que ha aumentado el trabajo infantil, los embarazos de adolescentes, la violencia de género y la desnutrición. También hemos oído relatos de estudiantes universitarios víctimas de aislamiento social extremo, de una pobreza desesperante y con perspectivas sombrías.

La pandemia ha revelado hasta qué punto las escuelas, los docentes y los educadores en general son importantes para la sociedad. No estaban preparados para soportar este golpe y necesitan apoyo para poder recuperarse y reconstruir mejor.

Ha llegado el momento de desplegar un programa serio de recuperación de la educación. El aprendizaje perdido ya no se cuenta en días y semanas, sino en meses. Los más vulnerables han sido los más gravemente afectados.

La pandemia ha aumentado las desigualdades, al intensificar la crisis precedente del aprendizaje.

«Se calcula que al menos 24 millones de niños y jóvenes no regresarán a la escuela, y esto debido exclusivamente a la repercusión económica de la crisis», dice Stefania Giannini, Subdirectora General de Educación, UNESCO

Si no hacemos que, junto a la salud, el empleo y el clima, la educación se convierta en el pilar de los planes de recuperación, las sociedades, en vez de revertir las cada vez mayores desigualdades, la pobreza y las fracturas sociales, se nutrirán de estos males.

No se puede colocar al mundo en una vía ecológica, resiliente e inclusiva sin invertir en los guardianes de nuestro futuro.

El programa de recuperación de la educación se centra en la inclusión, la resiliencia y la transformación. Se trata de que nadie quede rezagado, de prepararnos para afrontar las crisis futuras y de adaptar la enseñanza y el aprendizaje a los desafíos mundiales de nuestro tiempo.

El primer imperativo es reabrir los centros educativos en condiciones de seguridad e inclusión, tomando las medidas pertinentes para proteger la salud y el bienestar de los estudiantes, docentes y educadores.

Para esto, se debe dar prioridad durante las campañas de vacunación a los 100 millones de docentes y educadores del mundo. Ellos son los trabajadores de la primera línea y los actores más importantes de la recuperación escolar.

No podemos permitir que las dificultades económicas y las normas de género impidan el regreso a las escuelas. Cada escuela debe dar prioridad a los estudiantes más vulnerables y desfavorecidos que han sido los más afectados por el cierre.

En primer lugar, dando seguimiento a quienes corren el riesgo de no volver a la escuela y proporcionando ayudas financieras bajo ciertas condiciones a las familias más pobres; en segundo lugar, velando por que las escuelas proporcionen programas de actualización y recuperación.

Y en tercero, mejorando la salud y la nutrición escolares. Todo esto constituye un incentivo importante. Esta recuperación permitiría lograr avances en materia de inclusión social e igualdad de género mediante la educación.

El segundo imperativo consiste en reforzar la resiliencia, desde la sanitaria hasta la medioambiental, ante situaciones de crisis futuras.

No se trata solamente de la tecnología, sino de responsabilizar a sus usuarios reconociendo la primacía de la dimensión humana.

Los diferentes gobiernos y los asociados públicos y privados deben intensificar sus acciones para reducir la brecha digital, aumentar la conectividad y la electrificación, desarrollar contenidos de aprendizaje digital de calidad y ayudar a los docentes a dominar el aprendizaje híbrido y a distancia.

Los sistemas educativos resilientes se apoyan en docentes dignos de confianza, formados, respetados y empoderados. La crisis ha fomentado innovaciones y alianzas que sirven de apoyo a la recuperación para crear sistemas de aprendizaje más flexibles, colaborativos y personalizados.

El tercer imperativo consiste en dotar a los estudiantes de las competencias necesarias para construir un futuro más sostenible, justo y pacífico.

Nuestros sistemas educativos deben ser reorientados en torno a los desafíos requeridos por la economía ecológica y digital, la economía solidaria y la economía creativa. Asimismo, deben proporcionar a los estudiantes los conocimientos y modos de pensar necesarios para hacer frente al cambio climático, la amenaza existencial de nuestro siglo.

Los sistemas educativos deben reforzar la resiliencia ante la desinformación propagada durante la pandemia. Asimismo, necesitan vincular el aprendizaje a los problemas de la vida real para fomentar la toma de conciencia y la responsabilidad hacia nuestro planeta único.

La pandemia ha dejado al descubierto y agravado las desigualdades en materia de educación. El mayor peligro consiste en no reconocer el poder de la educación en la reconstrucción de sociedades más inclusivas, resilientes e innovadoras.

No basta con proteger la financiación de la educación; reducirla sería un suicidio. Al igual que nuestras economías, la educación necesita incentivos.

Sin embargo, la educación ha carecido prácticamente de visibilidad en las asignaciones de presupuestos, con un 0,78% de la totalidad asignada al sector.

Llegar a los más marginados no ha sido tampoco una prioridad, con solo uno de cada cinco países que ha puesto en marcha mecanismos de financiación equitativos.

Es una visión limitada creer que invertir ahora en la educación permitirá en el futuro economizar fondos en este ámbito: una inversión inmediata en programas de recuperación y actualización puede atenuar en un 75% los costos de reparación de los daños provocados por la covid-19.

El Reino Unido, los Países Bajos y Suecia se hallan entre los países europeos que han proporcionado paquetes específicos para apoyar la continuidad del aprendizaje y el desarrollo de las competencias.

En Estados Unidos, el Care Act prevé 31 000 millones de dólares de financiación de urgencia destinados a los estudiantes, las escuelas, las instituciones y todos los Estados del país.

El año en curso es decisivo para reactivar y poner en marcha la educación. Los diferentes gobiernos y la comunidad internacional pueden unirse con la misión de volver a abrir las escuelas de manera segura, formar a los docentes, estimular el desarrollo de las competencias y ampliar la comunidad digital.

Asimismo, han llegado a un acuerdo sobre las prioridades, en el marco de la Reunión Mundial sobre la Educación 2020. Es hora de emprender acciones concretas.

El G7 y el G20 han incorporado a sus programas la educación y las competencias, algo que debe conducir a un compromiso financiero.

La Alianza Mundial para la Educación tiene como objetivo una reposición de más de 5 000 millones de dólares estadounidenses para apoyar el aprendizaje en 67 países de ingreso bajo y mediano bajo.

En realidad, no es mucho dinero. Los países de ingresos medianos al borde de una implosión económica necesitan medios de financiación para reforzar sus sistemas educativos y de formación.

Las previsiones de un crecimiento lento para los países con altos ingresos implican la ampliación de los programas para readaptar a los jóvenes y lograr avances en la inclusión digital.

La educación hace que nuestras sociedades sean más fuertes, prósperas y resilientes. La inversión en la educación es la mejor respuesta a la incertidumbre que dominará en el futuro a nuestro mundo durante numerosos meses y, tal vez, años.

Para hacer justicia a la generación covid-19, los gobiernos y la comunidad internacional solo tienen una opción: invertir desde ahora en su futuro.

(Con información de la UNESCO)

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