Es fácil para las personas buenas hacer cosas malas

El psicólogo social Philip Zimbardo explicó su teoría de la pendiente resbaladiza de la violencia en una charla en línea en El Aleph

El reconocido psicólogo social estadunidense Philip Zimbardo comenzó a interesarse por el tema de la maldad desde que era niño. El profesor emérito por la Universidad de Stanford, donde impartió clases durante 50 años, refirió en una charla en línea en El Aleph. Festival de Arte y Ciencia que creció en la pobreza en el sur del Bronx, en la ciudad de Nueva York, un gueto con gente de escasos recursos.

“Mi primer contacto con la maldad fue como testigo, no como psicólogo social. Ya profesionalmente desarrollé la idea de la pendiente resbaladiza de la violencia, lo que significa que la gente buena no hace cosas malas de repente, sino pequeñas acciones que van cruzando la línea entre la bondad y la maldad. Es decir, se ubica en una pendiente que va de lo no tan malo a lo malo, y luego a la ejecución de actos que resultan ser horribles”.

En 1971, Zimbardo dirigió el Experimento de la Prisión de Stanford, en el que dio cuenta del poder que tienen las situaciones sociales y cómo éstas influyen en el comportamiento de las personas. Explicó que el propósito de dicho experimento, en el que los participantes extralimitaron sus roles de prisioneros y guardias, era simplemente demostrar qué tan fácil es para las personas buenas hacer cosas malas.

José Gordon, curador del festival, le inquirió si él mismo no se volvió víctima de su propio experimento, a lo que Zimbardo contestó afirmativamente y reconoció: “Debí ser únicamente observador, tomar notas y grabar, pero quería involucrarme más en las mecánicas del estudio, así que jugué el papel de conserje de la prisión de Stanford. De esa forma me involucré totalmente”.

“En cuanto a los estudiantes participantes como prisioneros, nada sucedió con ellos el primer día, pero al siguiente comenzaron a rebelarse. Protestaron por la comida que recibían, que era realmente horrible, por estar alojados en celdas muy pequeñas y por no recibir permiso para bañarse o mantenerse limpios. Aunado a esto, los guardias comenzaron a ser brutales con ellos. Les hacían cosas terribles. Los desmoralizaron psicológicamente. Incitaban a que un prisionero abusara de otro”.

Zimbardo tuvo que suspender el experimento. “Yo estaba sorprendido porque todos sabían que era un experimento, nadie creía que fuera una prisión real, pero psicológicamente se volvió una prisión: la prisión de la mente. Cada día, alguien colapsaba, hasta que al cabo de seis jornadas cinco chicos no resistieron más. En ese punto tenía que terminar el experimento, dado que no era un estudio sobre el trastorno emocional, sino sobre psicología social. Había caído en la pendiente resbalosa de la maldad. No había hecho un mal, pero lo había permitido sin estar consciente de ello”, asumió el investigador.

Gordon opinó que lo ocurrido en el experimento “enseña cómo las situaciones de fuerza y las dinámicas grupales trabajan en conjunto para crear monstruos a partir de hombres y mujeres decentes”, y subrayó que este tipo de violencia tiene que ver con la falta de empatía.

Al respecto, Zimbardo expuso que por lo general usamos la empatía sólo con la gente que se parece a nosotros, con aquella que habla nuestro idioma y nos es similar en muchos aspectos. “Si tienes empatía, eso significa que te interesan emocionalmente los demás, pero mientras las personas sean muy diferentes a ti, es más difícil experimentarla. La empatía no es sólo una palabra sino también una experiencia”.

Más adelante habló de lo que significa la maldad pasiva de la indiferencia, la cual toma diferentes formas. Puso de ejemplo el cambio climático, que puede provocar un desastre global, ya que la maldad en torno a este fenómeno provocado por la actividad humana es la indiferencia. “Es un nuevo tipo de maldad no darle importancia a un peligro inminente como éste”, sentenció.

El lenguaje

Por su parte, Rosa Beltrán, coordinadora de Difusión Cultural, hizo la presentación de Philip Zimbardo y dijo que sus estudios alertan sobre el efecto que tiene el lenguaje en el proceso de la violencia. Al respecto comentó: “La literatura es un detector temprano de la violencia, y es por eso que suele decirse que por donde pasan los hechos pasaron antes las palabras”. Por ello recomendó atender las palabras que utilizamos y de las que nos rodeamos, dado que son “con las que sembramos nuestra mente y nuestra imaginación”.

(Con información de Gaceta UNAM)

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