Los regalos de Navidad, Año Nuevo o cualesquiera fechas

Si usted le regala un libro a quién no le gusta la lectura, que suele ser un porcentaje muy alto, el obsequio se convierte en insulto

La costumbre de regalar un libro en Navidad, Año Nuevo o cualquier fecha, se va perdiendo como se pierden las tradiciones a golpe de modernidad y nuevas tecnologías, pero, en estos tiempos de pandemia y encierro forzado, de cuarentenas interminables, caería muy bien al alma y al cuerpo recibir de obsequio un buen libro. Como hombre de escasa lectura no soy el indicado para recomendar qué títulos obsequiar este fin de año.

El maestro Juan José Arreola solía decir entre sus amigos de Ciudad Guzmán: “He leído poco, pero he leído mucho, lo poco que he leído”. El juglar de Zapotlán El Grande se refería a que es más importante la calidad que la cantidad, pues muchos presumen de intelectuales por contar con muchos libros de adorno, dicho de otro modo, que no por tener una gran biblioteca se es más sabio, inteligente y capaz. En realidad, son pocos los libros que apreciamos, que nos interesan, que por alguna razón o circunstancia han influido en nuestras vidas y estamos dispuestos a leerlos varias veces.

Confieso que forzado por las quejas familiares el año pasado me deshice de cientos de ejemplares de mi colección hemerográfica y a punto estuve de tirar mi archivo personal de reportero de no ser por el recuerdo de una frase pronunciada por mi querido maestro Ruy González Brito: “Lo más importante para un periodista es su archivo”.

Cada diciembre reviso y determino aquello que no necesito para tirarlo u obsequiarlo, ya sea ropa, zapatos, muebles y hasta libros y revistas. En mi breve y polvorienta biblioteca existen libros que adquirí, pero no leí ni leeré, mal está decirlo, son candidatos al obsequio, aunque reconozco que en esta época digital a pocos parece interesarle un libro nuevo o usado.

Siendo un infante, para hacerle compañía a una de mis hermanas recién casada con un ingeniero petrolero, viví varios días en su casa ubicada en el campo José Colomo de Macuspana. En esa silenciosa soledad interrumpida por el golpetear de los sapos contra las paredes de FIBRACEL en su afán de comer insectos atraídos por la luz, me topé, en un ordenado librero, con una edición de lujo de “Cuentos de Navidad” de Charles Dickens.

Lo hojeé, me interesó, lo leí, lo seguí leyendo, hasta terminarlo. Las navidades pasadas, presentes y futuras me quedaron grabadas para siempre y cada año vuelvo a leer esa inolvidable novela y acompañado de mi esposa vemos la película “Canción de Navidad” con la magistral actuación de George C. Scott.

En su peculiar “Lagunilla” de la zona remodelada de Villahermosa que por amor al arte sostiene mi querido amigo José Luis Rabelo, encontré un viejo y bien conservado ejemplar de “Martín Fierro”, poema gauchesco épico y lírico de José Hernández, propio para colección. Me atrajo por la belleza de su edición, no tanto por su contenido que es genial. No lo adquirí por falta de recursos, aunque estoy seguro, que solo lo ojearía pues tengo la edición rústica y nunca la he terminado de leer. “Y con esto me despido. Todos han de perdonar; Ninguno debe olvidar La historia de un desgraciado. Quien ha vivido encerrado poco tiene que contar.” Así termina el capítulo XII.

Reconozco que es muy reducida mi colección de libros autografiados, nunca me preocupé por ese detalle aun conviviendo con los autores. Lamento no haberle pedido al maestro Arreola me autografiara uno de sus libros cuando a menudo lo podía ver en el mercado, en la casa de la cultura, en su residencia en la Montaña Oriente o en la casa de mi vecino el doctor Vicente Preciado Zacarias en Ciudad Guzmán. Lamento haber cenado con la maestra Ikram Antaki, la única que se daba el lujo de corregir a José Gutiérrez Vivó en su programa Monitor, y no pedirle su firma en El Banquete de Platón.

Cuando frecuentaba Editorial Posadas en el DF, ni por un minuto me pasó la idea de pedirle su autógrafo, en alguno de sus geniales libros que lo consagraron como un gran maestro, a don Eduardo del Río (Rius). Digo que fue por pena, pero más bien fue por pen…denciero que no recogí la firma de varios autores en sus libros, aunque eso no desmerece el contenido.

Regresando al tema de los obsequios, me apena que ya pasó Navidad y no obsequié ningún libro, ni nuevo ni usado, aunque las reglas de etiqueta descartan a estos últimos.

He llegado a la conclusión que obsequiar libros en Navidad o Año Nuevo es complicado y delicado, pues el título obsequiado puede estar ya en la biblioteca de quien lo recibe o lo peor, que se perciba como un mensaje ofensivo.

La mitad de la librería de Sanborns está ocupada por títulos de superación personal que, según algunos críticos agudos, han envilecido la literatura y engrosado las cuentas bancarias de sus autores y editores y no es muy recomendable obsequiarlos en fechas tan significativas. Imagínese que la tía regañona le regale a su sobrina, aparentemente acomplejada, el “Manual de la perfecta cabrona” de Elizabeth Hilts; o la madre obsesiva le obsequie a la hija única “Cómo casarse con el hombre de sus sueños” de Margaret Kent.

Cuidado al regalar Biblias, no todas son iguales, unas son católicas y otras evangélicas, si usted no le atina, puede ocasionar un desastre universal, sobre todo con los protestantes que protestan por todo. El regalito al jefe, es mejor que no sea un libro, pues regularmente, falso o cierto, siempre tienen una biblioteca muy completa que nunca leen y puede que usted le regale un ejemplar choteado. Si usted le regala un libro a quién no le gusta la lectura, que suele ser un porcentaje muy alto, el obsequio se convierte en insulto.

En conclusión, para no hacerla tan larga, regalar un libro tiene su chiste. No cualquiera puede regalar un buen libro. Un compañero maestro que observó mis primeros pasos en el periodismo, me obsequió: “Para saber lo que se dice” de Arrigo Coen. Un buen regalo, lo tengo en mi escritorio como centinela.

A pesar de lo temerario de obsequiar un libro en Navidad, Año nuevo o cualquier fecha, siempre se justificará correr el riesgo.

Pordiositosanto.

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