‘Pierde’ Estados Unidos cientos de miles de armas

A principios de este 2016, un usuario de Facebook en Bagdad que tenía una cuenta bajo el nombre de Hussein Mahyawi publicó una fotografía de un fusil de asalto M4 que quería vender. Varios veteranos de la guerra de Irak lo reconocieron de inmediato. Era un arma de uso habitual en el Ejército de Estados Unidos, con mira telescópica militar y una calcomanía con un código de inventario.

Excepto por un detalle —traía una empuñadura de pistola que es el tipo de accesorios con los que los combatientes personalizan sus armas— era la viva imagen de las decenas de miles de M4 que el Pentágono le entregó a las fuerzas de seguridad iraquíes y a varias milicias aliadas, después de derrocar a Saddam Hussein en 2003. Y ahí estaba: subastándose en el mercado.

¿Sorprende? No. Estados Unidos retiró a todas sus fuerzas de combate de Irak hace más de cuatro años y no han pasado más de dos desde que una cantidad mucho menor de tropas regresó a ese país para colaborar en la guerra contra el Estado Islámico, mientras tanto, la subasta de armas se ha vuelto una actividad común.

Lo que Mahyawi vendía es una muestra de un fallo extraordinario y peligroso por parte de la rendición de cuentas a la que debe someterse cualquier protocolo militar: hacerle seguimiento al uso de las armas.

Desde los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos ha enviado un número indefinido, inmenso, de armas de guerra a muchos de sus aliados tanto en Irak como en Afganistán. El Pentágono solo tiene una idea parcial de esa cantidad de armas, y respecto a dónde están, su conocimiento es mucho más difuso.

La abundancia de armas provenientes de Estados Unidos que ahora aparecen en el mercado negro es uno de los problemas generados por la invasión de Irak.

Una muestra del alcance de estas transferencias de armas y de lo difícil que es cuantificarlas se puede comprobar al examinar un proyecto dirigido por Iain Overton.

Overton fue periodista de la BBC y ahora dirige Action on Armed Violence, una organización con sede en Londres que investiga y hace presión política contra la proliferación de armas y su uso contra civiles. Es autor de The Way of the Gun, un análisis poco optimista del papel que juegan las armas en nuestras sociedades.

Overton, junto con un pequeño equipo de investigadores, presentó varias solicitudes de acceso a la información el año pasado y comenzó a revisar archivos del Pentágono correspondientes a un periodo de 14 años de contratos relacionados con fusiles, ametralladoras, accesorios y munición, tanto para las tropas estadounidenses como para sus aliados.

Después cruzaron los datos con otros archivos públicos. Ahora, Overton divulgó esos datos junto a su análisis que abarca 412 contratos y merece que los miembros del Tratado sobre el Comercio de Armas reflexionen sobre sus hallazgos.

El tratado, que entró en vigor en 2014 y del cual Estados Unidos es signatario, tiene la intención de impulsar la transparencia y la responsabilidad en la transferencia de armas convencionales para reducir las posibilidades de que terminen en las manos equivocadas, que es exactamente lo que las fuerzas armadas estadounidenses no han hecho en sus conflictos armados recientes.

En conjunto, según lo descubierto por Overton, el Pentágono ha entregado más de 1.450.000 armas a las fuerzas de seguridad en Afganistán e Irak. Entre esas armas hay 978.000 fusiles, 266.000 pistolas y 112.000 ametralladoras.

Estas transferencias forman un conjunto de armas de todo tipo y algunas son antiguas: los kalashnikovs que sobraron de la Guerra Fría, M16 y M4 recién producidos según las normas de la OTAN en fábricas de Estados Unidos, ametralladoras rusas y occidentales, fusiles para francotiradores, y pistolas de distinto origen y calibre entre las que hay Glock semiautomáticas, una pistola que en Irak suele venderse por internet.

 

Falsos reclutas

Estas grandes pérdidas forman parte del lento drenaje que muchos veteranos de ambas guerras vieron con sus propios ojos y entre los que se destacan sucesos tan vergonzosos como cuando los reclutas del ejército afgano se presentaban a sesiones de entrenamiento y luego desaparecían al recibir un arma. Se sospecha que para venderlas.

En los lugares en los que las fuerzas iraquíes y afganas trabajaban juntas, las unidades locales solo tenían una pequeña fracción de la capacidad de fuego que decían tener y disminuían a medida que los soldados desertaban con sus armas. Cuando Estados Unidos comenzó a armar a los rebeldes sirios, tanto desde la CIA como desde el Departamento de Defensa, surgieron acusaciones de robo y falta de registros.

Pero este año, varios vendedores de armas por internet, muchos de ellos a través de Facebook, se percataron de un flujo infinito de armas de origen estadounidense como el M4 que ofrecía Hussein Mahyawi desde ese perfil de Facebook en el que se presentaba como un diseñador de interiores.

 

Destino final

Cuando el ejército distribuyó armas en Afganistán e Irak, la dinámica era distinta. Seguirles la pista de manera confiable, es decir, saber quién recibía qué, cuándo lo hacía y dónde terminaba, no fue una prioridad. Hoy es imposible.

Así que nadie sabe dónde están muchas de esas armas. Al menos hasta que aparecen en las redes sociales o en los combates o en las acciones de delincuentes. Esto nos recuerda los miles de millones de dólares que han terminado en países donde la violencia y el terrorismo parecen no tener fin.

¿Qué hacer?

Si el pasado sirve de precedente y, conociendo las soluciones que suele implementar Estados Unidos, se enviarán más armas. (Vea el artículo completo en The New York Times)

 

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