Tuerce industria consumo alimentario
Hoy en día, un producto alimenticio es el resultado de mezclar fracciones de lo que en un momento dado fue un alimento íntegro, con sustancias químicas, señala el texto de Alejandro Calvillo en colaboración con Fiorella Espinosa, publicado en Sin Embargo en relación a los ultrapocesados.
Se estima que la industria alimentaria utiliza actualmente entre 2,500 y 3,000 distintos aditivos de los cuales se deberían medir los riesgos y beneficios y determinar si constituyen un potencial daño a la salud, particularmente considerando la cantidad y frecuencia con que se consumen y la posibilidad de tener efectos combinados.
Para quienes fabrican estos productos el objetivo es incrementar las ventas para generar y aumentar trimestralmente las ganancias y para ello tienen dos premisas: que gusten a la gente y que cueste lo menos producirlos, es decir, hay que buscar que los ingredientes sean más baratos.
Con ello justifican el uso de aditivos cuya única función es cosmética, aunque se asocien a diversos riesgos a la salud como alergias, hiperactividad e, incluso, cáncer. Ha sido común el uso de grasas hidrogenadas y jarabe de maíz de alta fructuosa para abaratar los costos.
Mientras tanto, el bajo consumo de verduras y frutas refleja el problema en su forma más profunda: los alimentos se producen para vender y exportar, no para nutrir a la población que consume, principalmente, comida chatarra, señala Olivier de Schutter, exrelator de Naciones Unidas por el Derecho a la Alimentación.
Por ejemplo, en México el cereal Smacks de Kellogg´s contiene 25 por ciento más azúcar que el mismo cereal que se comercializa en España. Es decir, una misma trasnacional manufactura productos de peor calidad nutricional entre un país y otro.
Estas trasnacionales pagan sumas millonarias a investigadores para realizar estudios sesgados que concluyan lo que más les conviene y nieguen los daños del consumo de sus productos e ingredientes.
Las grandes corporaciones de alimentos y bebidas están lanzando una fuerte e intensa estrategia, en muchos frentes en diversos países y en los organismos internacionales, para evitar que se impulsen políticas que favorezcan el consumo de los llamados alimentos verdaderos, que estén encaminadas a limitar el consumo de sus productos ultraprocesados.
Lo hacen en México frente a los impuestos a las bebidas azucaradas y la comida chatarra, en Chile lo hacen contra el etiquetado frontal de advertencia y la regulación de la publicidad dirigida a la infancia, en la Organización Mundial de la Salud contra sus recomendaciones sobre consumo máximo diario de azúcar, etcétera.
Emergencia por obesidad
¿Esto tiene que ver con la epidemia de obesidad? Claramente. Ahora que el gobierno ha declarado emergencia sanitaria a causa del gran número de muertes asociadas a la obesidad y directamente a la diabetes, no hay que pretender atender el problema sólo con actividad física y educación.
Mientras otros países luchan por alimentos verdaderos, en México, los propios desayunos del DIF y los comedores de Sedesol compran sus productos a las grandes empresas, no a los productores locales que están excluidos de las cadenas comerciales.
En 1993 Barry Popkin, experto en economía agrícola y nutrición, señaló que estamos en la cuarta fase nutricional, con el predominio de enfermedades crónico-degenerativas y que es en la que México se encuentra actualmente, ocupando uno de los primeros lugares. (Vea el artículo completo en sinembargo.mx)