Sobrevivió a 32 puñaladas de su ex novio
Melissa Dohme, de Florida, tenía 20 años cuando su ex novio la apuñaló más de 30 veces y la dejó al borde de la muerte. Contra todo pronóstico sobrevivió. Aunque pensó que nunca tendría otra relación, como ella describe aquí, encontró el amor en un lugar inesperado.
Antes del ataque yo era una estudiante universitaria que trabajaba a tiempo completo en la recepción de un hospital local. Mi sueño era convertirme en enfermera.
Estaba saliendo con Robert Burton, a quien había conocido en la secundaria. Hablábamos todo el tiempo. Era encantador y divertido, parecía un gigante bonachón.
Pero su comportamiento cambió cuando comencé a postular a universidades. Se puso muy celoso. Me menospreciaba y no quería que tuviera éxito. Mentía y si lo increpaba, explotaba.
Traté de terminar con él, pero me dijo que, como su novia, yo debía ayudarlo en vez de abandonarlo. Amenazó con suicidarse si lo dejaba.
Primeras agresiones
El maltrato se convirtió en abuso físico. Un día, en octubre de 2011, yo lo llevé a su casa, ya que él había estado bebiendo.
De repente, se enfureció porque, según dijo, yo había cerrado la puerta de la casa antes de que él hubiera terminado de hablar, y empezó a golpearme.
Pude huir para llamar a la policía, que llegó y lo arrestó. Fue acusado de violencia doméstica y condenado a 10 horas de cárcel. Pensé que finalmente me había librado de él.
Durante los siguientes meses, me dejó en paz. Supe a través de las redes sociales que tenía otra novia, así que pensé que me había olvidado.
Pero el 24 de enero de 2012, me llamó a las 2 de la madrugada. Me dijo que había ido a la corte esa mañana, por el cargo de violencia doméstica, que necesitaba cerrar nuestra terrible relación y que solo quería un abrazo. Si lo veía una vez más, me dejaría tranquila para siempre.
No seguí mi intuición, que me decía que algo estaba mal. Ese fue el mayor error que cometí. Cogí mi gas pimienta y mi celular, pensando que con eso podría protegerme si lo necesitaba.
Apenas llegué, extendió los brazos para abrazarme, pero tenía una navaja en la mano. La abrió y comenzó a apuñalarme una y otra vez.
Al borde de la muerte
Recuerdo el dolor de las primeras puñaladas, pero después entré en modo «lucha o huye».
Traté de morder su mano, dar puñetazos, gritar, pero me caía al suelo porque estaba perdiendo mucha sangre.
Una joven me oyó gritar y llamó a los servicios de emergencias. Entonces Robert agarró un cuchillo más grande, de hoja dentada, y me atacó con eso. Sabía que la policía llegaría pronto y quería terminar conmigo. Tenía la intención de matarme.
Me dejó tendida en el camino y pensé que iba a morir. Simplemente le recé a Dios para que me salvara y me diera una oportunidad.
Estaba perdiendo el conocimiento cuando un policía me apuntó una linterna a la cara. Sentí un impulso de vida volver a mí y pude decir mi nombre y quién me había atacado. Hablaba de manera muy torpe porque había tenido un accidente cerebrovascular, a causa de la pérdida de sangre.
Mis últimos recuerdos transcurren en la ambulancia. Todo se veía brillante y borroso, y la gente gritaba y trataba de estabilizarme. Me pusieron un respirador artificial y supe que era una señal muy mala.
«Creen que estoy a punto de morir», pensé. Dijeron que necesitaban transporte aéreo para mí y llamaron a un helicóptero.
Luego supe, por los cirujanos de trauma, que tuvieron que resucitarme varias veces.
Tenía el cráneo y la mandíbula rotos. Mi cabeza y mi nariz estaban fracturadas. Robert había cortado mi nervio facial, así que el lado derecho de mi cara estaba paralizado.
Me transfundieron 12 unidades de sangre. Fue un milagro sobrevivir.
Recuperación
Estuve en terapia intensiva en el hospital durante varios días. En un momento recuerdo haber pedido un bolígrafo. Necesitaba saber qué había pasado con mi atacante. No podía usar mi mano derecha porque había sido apuñalada muchas veces, así que usé la izquierda para escribir: «¿Muerto, vivo o encarcelado?».
Mi familia me dijo que Robert había sido arrestado. Me sentí aliviada.
La recuperación fue larga. De las 32 puñaladas, 19 estaban en mi cabeza, cuello y cara así que no parecía yo. Me faltaban dientes. Me habían afeitado la cabeza por las heridas que tenían que coser. La mitad de mi cara estaba paralizada.
Cuando me miré al espejo por primera vez, simplemente lloré. Tenía apenas 20 años. Fue devastador. Sin embargo, mi fe era fuerte y yo sabía que no estaba en la Tierra para estar molesta por cómo me veía.
Me sentía bendecida por estar viva.
Mis cicatrices desaparecieron lentamente. Me sometí a una cirugía de nervios y músculos en Boston, que ayudó a regenerar mi cara y me devolvió la sonrisa. Quería regresar a a la escuela y trabajar tan pronto como pudiera.
Creí que estaría sola por el resto de mi vida, que nadie querría salir conmigo portodo el «equipaje» que cargaba.
Pero pensé que al menos mis experiencias podían ayudar a otros. Quería que las personas atrapadas en relaciones abusivas supieran que merecían ser amadas, respetadas y valoradas.
¿Enamorada?
En octubre de 2012 conocí al equipo de servicios de emergencia que me salvó la vida. Uno de los bomberos, Cameron, nos invitó a mi mamá y a mí a cenar a la estación donde trabajaba.
Estaba muy emocionada. Me dio su número y me dijo: «Sabes que estamos aquí para ti», pero pensé que tal vez sólo estaba siendo amable.
Después no podía dejar de pensar en él. Sabía que sentía algo por él, pero me preguntaba: «¿Me siento así porque fue uno de los bomberos que me ayudó?».
Pero también veía que teníamos mucho en común.
Sabía que tenía que verlo de nuevo, así que una semana más tarde me comuniqué con él y le dije que tenía una tarjeta de agradecimiento para el equipo. Dijo que fuera a la estación.
Pensé que le daría la tarjeta y me iría, pero Cameron y yo terminamos hablando por seis horas.
Sentía que podíamos hablar para siempre y quedó claro que había algo especial entre nosotros.
Tuvimos varias citas, una barbacoa -nos encanta la barbacoa en el sur de Florida- y fuimos a un campo de tiro. Cameron me enseñó cómo mejorar mi puntería y ahora tengo un permiso para portar armas.
Me hace sentir mejor, más protegida.
Cameron me acompañó en agosto de 2013 cuando fui a la corte a enfrentar al hombre que había intentado matarme.
Mientras daba mi testimonio, Robert me miraba fijamente. Trataba de intimidarme, pero yo no le apartaba la vista. Cuando se mostraron todas las pruebas, bajó la mirada. Finalmente tuvo que aceptar lo que hizo.
Lo sentenciaron a cadena perpetua sin libertad condicional. Yo estaba aliviada y agradecida. Al salir, sentía que había recuperado mi vida.
Cameron y yo seguimos saliendo. Fui al colegio universitario de San Petersburgo, Florida, pero decidí no estudiar enfermería: quería dedicar mi vida a luchar contra la violencia doméstica, así que estudié Administración y Liderazgo Organizacional en Negocios.
La pregunta decisiva
Un par de años más tarde me invitaron a dar el lanzamiento inaugural en un juego de béisbol del equipo Tampa Bay Rays, en reconocimiento a mi trabajo en las escuelas para alertar sobre las relaciones violentas.
Yo estaba lista en el campo, pero no tenía bola de béisbol. Cameron se acercó para darme una. La pelotita llevaba escritas las palabras: «¿quieres casarte conmigo?»
Fue el momento más sorprendente de mi vida. Luego se arrodilló y me pidió que me casara con él.
Me quedé sin palabras. Me sentía muy bendecida y como en la Luna. Por supuesto que dije que sí.
Me dio un hermoso anillo de diamantes y nos vamos a casar en unas semanas. Todas las personas que me salvaron, desde el primer oficial de policía en la escena hasta el último cirujano, irán a la boda.
Hoy me siento muy bendecida por estar aquí. Sé que el ataque fue solo un día y nunca definirá quién soy en la vida. (Con información de BBC Mundo)