La guerra silenciosa de Rusia y Occidente en los Balcanes
Rusia y los países occidentales libran una guerra silenciosa en los Balcanes, donde intentan acaparar la mayor parte del mercado gasístico de esta región frágil del sureste de Europa, informan los expertos.
Moscú acumula los reveses en la región: Montenegro, un país eslavo y ortodoxo, acaba de unirse a la OTAN, y en Macedonia, el nuevo Gobierno socialdemócrata parece alejarse también de la órbita rusa.
Aunque Europa tiene la ventaja de sus inversiones en las economías de la zona, el gigante ruso Gazprom domina el suministro de gas y en 2016 un tercio del gas consumido en el continente era ruso.
Los expertos apuntan a que la dependencia del gas ruso en los Balcanes se incrementará todavía más con la disminución de la producción de electricidad en las centrales de carbón que exige la Unión Europea.
Croacia ya es miembro de la UE y los otros países que aspiran a serlo están en fases más o menos avanzadas del proceso.
«En la cuestión más amplia de la lucha de influencia entre Rusia y Occidente, la cuestión energética es un factor de desestabilización de la región», indica Timothy Less, presidente del centro de reflexión Nova Europa, que asesora a inversores extranjeros en la región.
«En Serbia, en Bosnia, en Bulgaria y en Macedonia, Rusia intenta transformar la dependencia del gas en dependencia política para intentar frenar la integración al oeste», afirma el experto.
Por el momento, la influencia rusa es limitada por falta de infraestructuras. Como no hay gasoducto, el gas ruso no puede llegar a la mayoría de países de la zona, explica Less.
Y los occidentales esperan ganar la batalla a Moscú con sus propios gasoductos.
Esta región del sureste europeo «es un cruce de caminos de los pasadizos energéticos que unen el este y el oeste», explica a la AFP el exministro albanés de Relaciones Exteriores Paskal Milo.
«El interés de esta región no viene de su potencial económico, sino de su posición de zona de tránsito hacia otros mercados estratégicos y de la zona de almacenamiento del gas», asegura.
Por su parte, Less asegura que «después de varios años en los que Rusia pareció ganar la batalla de la energía, Occidente parece tener ventaja».
Gasoductos
El gasoducto Trans-Adriatic Pipeline (TAP), que tiene el apoyo de la Unión Europea, prevé llevar a partir de 2020 gas producido en Azerbaiyán hacia el oeste, pasando por Turquía, Grecia, el mar Adriático e Italia.
Este proyecto «podría mejorar, aunque sea mínimamente, la seguridad energética en gas de la Unión Europea», explica Nicolas Mazzucchi, del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IRIS).
Pero, para los europeos, el TAP no basta e, igual que Estados Unidos, están trabajando en la creación de una «circunvalación gasística» en los Balcanes con el gasoducto Ionian-Adriatic Pipeline (IAP), que suministraría gas a Bosnia, Montenegro, Albania y Croacia.
Este proyecto, que se acompañaría de un terminal de gas en la isla de Krk, en el norte de Croacia, sería una competencia directa del gas ruso.
En mayo, siete países (Albania, Bosnia, Bulgaria, Croacia, Kosovo, Macedonia y Montenegro) cerraron un acuerdo, con el apoyo de la agencia estadounidense USAID, para desarrollar una red de transporte de gas y disminuir así su dependencia de Rusia.
Solo Serbia y Rumanía no forman parte de los firmantes.
Rusia parece de momento incapaz de replicar. El South Stream, que debía llevar gas ruso hasta Austria, fue abandonado en 2014.
El proyecto para reemplazarlo es el llamado Turkstream, acordado en octubre de 2016 entre Rusia y Turquía, en un contexto de mejora de las relaciones entre ambos países.
El presidente serbio, Aleksandar Vucic, visitó esta semana Turquía y pidió que el gasoducto llegue también a su país.
Pero los expertos apuntan a la complejidad de Turkstream, que necesita llegar a dos kilómetros de profundidad en el mar Negro y depende de los vaivenes geopolíticos.
(Con información de AFP)