Juzgar, sin prejuzgar, a migrantes en EU
Entre los inmigrantes que comparecieron ante la jueza Dana Marks había un marinero de la antigua Unión Soviética que se quedó callado mirando al fiscal cuando le hizo una pregunta sobre sus antecedentes penales. También compareció una madre que comenzó a rezar en cuanto concluyó su testimonio, en el que afirmó que había huido de Honduras porque su esposo la golpeaba. Le importaba más la intervención divina que la judicial.
En total, 336 personas de 13 países distintos comparecieron ante el tribunal de inmigración de San Francisco en un lapso de tres días. Todos corrían el riesgo de ser deportados, ya sea porque se encontraban en Estados Unidos sin autorización o porque habían cometido delitos serios que ponían en peligro su estancia legal al no ser ciudadanos. Uno de los retos de Marks era decidir si algunos debían ser deportados en cuanto concluyera su testimonio. Sus propios prejuicios representaban otro reto.
“Tu cerebro debe considerar muchas hipótesis”, señaló Marks, quien sufre por las decisiones imponentes que debe tomar, la brevedad del tiempo que tiene para tomarlas y todas las impresiones que, al igual que sus otros colegas, se forman desde el estrado acerca de los inmigrantes que comparecen ante ella.
“¿Trataría a un joven de la misma manera que estoy tratando a esta persona de edad avanzada?”, se preguntó. “¿Trataría a una persona de raza negra de la misma forma en que estoy tratando a esta persona de raza blanca? Vivir apresurados apresurados y actuar tan rápido como podamos, no permite hacer esas reflexiones”.
Mantener los prejuicios implícitos al margen de los dictámenes del tribunal de inmigración es vital, pero al mismo tiempo es una tarea muy difícil. Con mucha frecuencia los casos se presentan y se derrumban solo por los testimonios. Es común que se produzcan malos entendidos culturales y lingüísticos. Dado que estos juicios moldean nuestras vidas y pueden ser problemáticos, el Departamento de Justicia pretende reducir al mínimo la incidencia de prejuicios en las acciones de la policía y los tribunales.
En agosto, más de 250 jueces federales de inmigración asistieron a una sesión obligatoria de capacitación con el objetivo de eliminar los prejuicios y, este verano, el Departamento de Justicia anunció que otros 28 mil empleados participarán en una actividad similar. Varios jueces de inmigración activos y retirados coincidieron en que esas sesiones eran muy necesarias. Sin embargo, no creen que sea suficiente.
Son pocas las áreas del derecho que involucran tanto criterio y los jueces autorizan y niegan casos a ritmos muy distintos. Los de inmigración deciden más de 700 casos al año, el doble de los casos que resuelven los jueces de los tribunales de distrito en Estados Unidos. Aunque hoy en día hay 277 jueces de inmigración —más que nunca antes—, el total de casos retrasados alcanzó su nivel más alto este verano al superar el medio millón, la mayor cantidad de toda la historia.
Por muchos años el sindicato de jueces ha intentado, sin mucho éxito, que el congreso aumente el número de secretarios y otros empleados de apoyo para que se aligere su carga.
Algunos expertos opinan que, dadas las condiciones en que trabajan los jueces de inmigración (a un ritmo acelerado, bajo mucha presión y con una enorme carga cultural), es inevitable que tomen algunas decisiones equivocadas.
“Si la carga cognitiva es grande, tendemos a cometer más errores”, indicó Kelly Tait, quien estuvo a cargo de la sesión de capacitación.
Cuando el cerebro se ve obligado a procesar rápidamente un gran volumen de información, tiende a basarse en experiencias pasadas en vez de solo tomar en cuenta los detalles del presente. Por ejemplo, cuando se juzga a las personas, esta tendencia puede ocasionar que se recurra a generalizaciones sobre raza, edad, país de origen, religión o género.
De acuerdo con un estudio realizado en 2008, los jueces de inmigración sufren un mayor desgaste que los empleados de hospitales y cárceles. Desde la publicación de ese estudio, se han acentuado muchas de las presiones que se experimentan en las salas de los tribunales. (Con información de The New York Times)