Exhiben sismos descoordinación entre gobiernos y dependencias
Ciudad de México. La coordinación entre dependencias y niveles de gobierno ha sido una permanente promesa gubernamental que trasciende sexenios y colores políticos. Se le tiene como fórmula mágica para la solución de diversos problemas, sobre todo los relativos a la seguridad pública en los años recientes.
En la realidad, sin embargo, tal armonía es una quimera, como quedó evidenciado en la crisis que desataron los sismos sumados a huracanes y tormentas.
La (des) coordinación gubernamental durante los recientes desastres evidenció, entre otras cosas, que no se siguen los protocolos ni se aprovecha la experiencia acumulada desde 1985.
El testimonio de Bardo Lira, un médico que es parte del Grupo de Respuesta Inmediata para Emergencias y Desastres del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), da luz al respecto. Como integrante de tal grupo, Lira es uno de los pocos mexicanos que estuvo en la emergencia del sismo del 7 de septiembre en el Istmo de Tehuantepec y, unos días más tarde, en dos lugares emblemáticos del 19 de septiembre: el colegio Enrique Rébsamen y el edificio de Álvaro Obregón 286.
Se deja en estas líneas correr su testimonio que arranca la madrugada del 8 de septiembre, cuando llegó en un vuelo especial al aeropuerto militar de Ixtepec, Oaxaca.
“Los hospitales más dañados fueron el de Ixtepec y el civil de Juchitán, que quedó inservible. Sacaron todo el equipamiento y la primera noche atendieron en el patio, al igual que la Unidad de Medicina Familiar del IMSS, que es de especialidades básicas.
«Con los recursos disponibles pudimos establecer un hospital de segundo nivel de atención en una escuela, el Instituto Tecnológico, que nos ofrecieron. El primer fin de semana (9 y 10 de septiembre) se atendieron siete partos, 300 consultas y siete cirugías. A los tres días llegó el quirófano móvil del IMSS y a la semana el hospital inflable de la Secretaría de Salud».
El grupo de respuesta, creado y sostenido por un antiguo funcionario del IMSS, Felipe Cruz Vega, ha enviado personal médico a tragedias ocurridas en lugares tan distantes como Indonesia o ayudado, como lo hizo Lira, en la atención a las víctimas de un huracán en Haití (2010).
En el Istmo, su primera misión fue restablecer los servicios de salud rutinarios –lo que fue posible en diez días– al tiempo que se atendía la emergencia.
Los heridos del terremoto del 7 de septiembre fueron, informa Lira, 32 personas, «con fracturas y lesiones graves», además de un número indeterminado que presentó heridas leves. La mayor parte de las personas que presentaron heridas graves fueron trasladados al único hospital de la región que no tuvo daños severos: el del IMSS en Salina Cruz.
Otro grupo de pacientes (12), con enfermedades no relacionadas con la tragedia, fue trasladado a la Ciudad de México para su atención.
Luego de permanecer unos diez días en el Istmo, Bardo Lira regresó a Ciudad de México, donde le tocó vivir el terremoto del 19 de septiembre.
Llegó al colegio Enrique Rébsamen alrededor de las cinco de la tarde de ese día, entre otras cosas porque compañeras de su sede laboral, la Clínica 32 del IMSS, le pidieron ayuda porque tenían a sus hijos en esa institución educativa.
“Una compañera me dijo: ‘ayúdame, porque mi hija está desaparecida’. Desgraciadamente dos compañeras perdieron ahí a sus hijos”.
En una casa frente a la escuela, médicos voluntarios instalaron un área de triage (espacio para la selección de pacientes por gravedad) y crearon una red que les permitirá afrontar emergencias en el futuro.
En el Rébsamen, Lira no pudo identificar cuál de las instituciones oficiales estaba al mando y vio escenas que le hacen lamentar la falta de atención a los protocolos y la improvisación dominante.
“Llegué a escuchar a médicos especialistas de la Marina que decían: ‘¿Qué crees? Me mandaron a organizar los medicamentos de las donaciones’”.
En el corazón hipster de la ciudad, Bardo Lira atestiguó la falta de coordinación entre las distintas dependencias y niveles de gobierno frente a la emergencia. «Estuve en Álvaro Obregón 286, donde instalamos un área de reanimación. Estaban ahí el Ejército, la Marina, la Gendarmería, la Policía federal y la local, pero no había quien tuviera un mando absoluto.
Eran demasiadas autoridades, todos nos prohibían hablar con la prensa, pero ninguno de los mandos a los que les pregunté conocía los protocolos básicos, como el Grupo Asesor Internacional de Operaciones de Búsqueda y Rescate (Insarag, por sus siglas en inglés)».
Bardo Lira se refiere a la red mundial, auspiciada por Naciones Unidas y de la que México forma parte, que tiene como finalidad «establecer normas internacionales mínimas» para los equipos de rescate y «una metodología para la coordinación internacional de respuesta ante terremotos» (Resolución 57/150 del 2002, ONU).
El especialista del IMSS refiere que el primero en llegar al sitio fue un médico de nombre Pablo, quien, con ayuda de personas que trabajaban en una clínica de terapias alternativas en el edificio caído, instaló un puesto de atención. Fue el antecedente para que, más tarde, se instalara otro en el área donde laboraban los rescatistas.
Presto y oportuno, «cuatro o cinco días después», llegó personal de la Secretaría de Salud del gobierno de Ciudad de México. «Quiten sus cosas que vamos a poner nuestras carpas. Y dos días después llegó la delegación Cuauhtémoc a querer hacer lo mismo», cuenta Bardo Lira.
Mientras los gobiernos federal y local difundían en las redes la necesidad de donaciones diversas, al puesto instalado por los médicos civiles en la colonia Roma llegaron algunas personas que se presentaron como «de Seguridad Nacional». ¿Qué les dijeron? «Oiga, deme su contacto porque una vez que termine esto queremos organizar algo bien».
(Con información de La Jornada)