El sueño de una niña truncado por las balas

Brasilia.- María Eduarda Alves da Conceizao contaba apenas 13 años de edad y acariciaba ya un sueño enorme: llegar a convertirse en una basquetbolista profesional para vestir y defender los colores verde y amarillo de Brasil.

Era esa aspiración la que la hizo cambiar y la motivaba a concurrir a los entrenamientos en su modesta escuela de la barriada carioca de Costa Barros, donde tres balas presuntamente perdidas la alcanzaron cegándole -de un golpe- la vida.

María Eduarda llegó aquí rebelde; con un comportamiento adverso que -sin embargo- el deporte logró transformar, convirtiéndola en una muchacha espectacular, que irradiaba luz, recuerda su profesor de Historia Leonardo Bruno da Silva, para quien ella ‘representaba un poco de lo que es la alegría de ser educador’.

La trágica muerte de la adolescente negra, que recibió dos impactos de bala en la cabeza y uno en el tronco, fue consecuencia de un enfrentamiento a tiros entre efectivos de la Policía Militar y jóvenes señalados como traficantes de drogas, dos de los cuales fueron sumariamente ejecutados después de estar rendidos y tendidos en el suelo.

En una nota de repudio, la Juventud 5 de Julio de Río de Janeiro condenó la que catalogaron de nueva ‘atrocidad cometida contra nuestra juventud negra, proletaria y de las favelas’. Eso –subrayaron– es una cuestión de odio de clases. El texto, suscrito también por el Partido Comunista Marxista Leninista, el periódico Inverta y el Comité de lucha contra el neoliberalismo y por el socialismo, recuerda que Costa Barros tiene una larga lista de víctimas, entre ellas cinco jóvenes fusilados en noviembre de 2015 cuando festejaban el primer empleo de uno de ellos. Poco antes, otros dos muchachos fueron asesinados por efectivos de la Policía Militar, que confundieron un gato hidráulico con un fusil y abrieron fuego contra ellos.

La denuncia criticó con fuerza el modo en que actúa la PM, que ‘llega tirando a cualquier área (de las favelas) con escuelas y casas, porque para ese sistema Costa Barros es sólo un depósito de trabajadores baratos, números descartables’, mientras que en otras zonas, como Barra de Tijuca y Leblon, de clase alta, su comportamiento es otro.

A la denuncia del asesinato de María Eduarda se sumó también la representación en Brasil de ONU Mujeres, que manifestó su consternación por el suceso y reiteró su llamado a defender el derecho de las mujeres y niñas a tener una vida sin violencia, incluido el respeto a la memoria de las víctimas.

Reforzó además el alerta a las autoridades brasileñas sobre la necesidad de invertir en políticas para la prevención y la eliminación de la crueldad contra las féminas y la juventud negra, a fin de evitar las muertes violentas por razones de género y raza.

La declaración de ONU Mujeres destacó asimismo ‘los datos alarmantes e inaceptables en relación con la violencia contra las mujeres y niñas brasileñas, especialmente las afrodescendientes’.

En ese sentido citó estadísticas del Mapa de la Violencia 2015 según las cuales entre 2003 y 2013 se registró un aumento del 191 por ciento en la victimización de negras. En ese mismo lapso, abundó, el número de homicidios de afrodescendientes creció el 54 por ciento, pasando de mil 864 en 2003 a dos mil 875.

De acuerdo con el coordinador de la organización no gubernamental Río de Paz, Antonio Carlos Costa, con el deceso de María Eduarda suman ya 33 los niños y adolescentes de hasta 14 años de edad que murieron en esa urbe víctimas de balas perdidas, de enero de 2007 a la fecha.

En la gran mayoría de esas trágicas muertes, acotó Costa, hay un perfil común: son niños pobres, que viven enfavelas donde las personas han sido históricamente ‘invisibilizadas’ y resultan víctimas de tiroteos ocurridos durante operaciones policiales.

Cifras espeluznantes

De acuerdo con una investigación realizada por la Facultad Latino-Americana de Ciencias Sociales (Flacso), en Brasil mueren asesinados diariamente 29 niños y adolescentes, lo cual coloca al país en tercer lugar entre 85 naciones analizadas.

Es un número bárbaro, apreció el autor de la investigación y coordinador del Programa de Estudios sobre Violencia de Flacso, Jacobo Waiselfisz, quien esclareció que pese a la dramática situación y a las cifras chocantes, el ritmo de crecimiento de la violencia contra este grupo poblacional viene disminuyendo.

Estadísticas contenidas en el informe precisan que en el año 2003 se reportaron en Brasil ocho mil 787 homicidios de niños y adolescentes. La cifra decayó a ocho mil 433 en 2008, pero en 2012 rebasó por primera vez los 10 mil crímenes y en 2013 se contabilizaron 10 mil 520.

La participación de los asesinatos en el total de muertes aumentó en Brasil del nueve por ciento en 2003 al 14 por ciento en 2013. No obstante, precisa el estudio, el ritmo de crecimiento de esa participación cayó de 365 por ciento en la década de 1980 a 56 en la el decenio pasado y hasta 20 en el período de 2010 a 2013.

Los datos de ese último año muestran además que los decesos por motivos extremos superan los provocados por causas naturales a partir de los 14 años de edad, fundamentalmente al final de la adolescencia.

La causa principal de ese drástico incremento son los homicidios, que representan alrededor del 2,5 por ciento del total de fallecimientos hasta los 11 años de edad e inician un violento crecimiento en la entrada de la adolescencia (14,0 por ciento a los 13) hasta alcanzar su pico de participación a los 17 años (48,2).

El informe advierte también sobre el aumento del número de suicidios, que pasó de 763 en 2003 a 788 en 2013, mientras que las muertes por causas naturales en ese mismo lapso disminuyeron de 77 mil a 53 mil 852.

Con una tasa de 4,3 homicidios por cada 100 mil habitantes, Brasil figura como el tercer país más violento para niños y adolescentes de 10 a 14 años en una lista de 85 naciones y ocupa idéntica posición, con un índice de 16,3, en la faja de uno a 19 años.

En ambas situaciones, de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud, Brasil solo no es más violento que México y El Salvador.

(Texto de Moisés Pérez Mok, corresponsal de Prensa Latina en Brasil)

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