Walter Benjamin, el primer ‘freelancer’ de nuestra era
¿Por qué Walter Benjamin es el filósofo del siglo XX que genera más novedades editoriales en el siglo XXI? No solo se editan incesantemente sus obras, también proliferan cada año los libros que abordan directa o indirectamente su figura y su legado. Tanto desde la filosofía como —quizá sobre todo— en clave literaria.
Como si su cadáver alemán y suicida, enterrado en 1940 en el cementerio marino de Portbou (un pequeño pueblo fronterizo entre España y Francia), irradiara la frecuencia de un futuro que ignora los límites entre el pensamiento, la crítica cultural y la creación literaria.
Hasta Portbou, precisamente, se trasladó el poeta y narrador español Álex Chico, con la intención de reconstruir los últimos momentos del filósofo alemán (cuando intentó huir de la persecución nazi y se encontró con la imposibilidad de cruzar hacia Portugal).
Pero luego de frecuentar el pueblo, Chico se dio cuenta de que la historia que nadie había contado era la de Portbou, cuya importancia no ha hecho más que decrecer durante los últimos veinte años, a causa de la supresión de la frontera y del trazado por el interior de la línea del tren de alta velocidad.
Del cambio de foco nació una novela ensayística con pulso poético, Un final para Benjamin Walter, que apunta hacia uno de los motivos por los que el autor de Calle de sentido único sigue tan vivo: su condición de enorme lector espacial y urbano.
Por eso otro poeta, el estadounidense Kenneth Goldsmith, eligió como modelo para su ambicioso proyecto conceptual Capital, sobre Nueva York como centro simbólico del siglo XX, el proyecto inacabado de Benjamin sobre París como capital del siglo XIX.
Su Obra de los pasajes es una arqueología del pasado metropolitano que, en realidad, es una máquina para leer las megalópolis del futuro.
“Arrastraron las sillas. Miss Ángela, alias Baldomero, le pidió que las levantaran, pero ellas arrastraron las sillas sobre su voz áurea de Angelus Novus”, leemos en Mandíbula, la nueva novela de Mónica Ojeda. Y prosigue: “voz de ángel-dormido-de-la-historia dictando el pasado, aunque inevitablemente empujado por el presente —como las sillas— hacia una promesa de futuro de veintitrés faldas, cinco sonrisas con brackets, tres relojes Tory Burch, veintiún iPhones, trece iPads y un rosario”.
Si la joven escritora ecuatoriana transforma —iconoclasta— el célebre fragmento de las Tesis sobre la filosofía de la historia (en el que Benjamin convierte un cuadro de Paul Klee en símbolo del progreso), en una enumeración irónica y salvaje de objetos posmodernos es, en parte, gracias a otra virtud benjaminiana —a la luz incierta de nuestro siglo XXI—. Me refiero a su ambigüedad. O, en otras palabras, a su polisemia.
Todavía no nos ponemos de acuerdo sobre qué significa el Angelus Novus. Ni sobre qué entendía Benjamin por aura. No solo su sistema de pensamiento era fragmentario y abierto, su estilo de escritura era tan literario que es imposible determinar en sus palabras un sentido unívoco (ni dos, ni tres). Su obra no se deja atrapar, por eso no cesa de seducir y de provocar reescrituras.
“Su incertidumbre nómada es la nuestra, la de sus inesperados contemporáneos”.
En la literatura hispanoamericana, desde los argentinos Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo, nacidos en los años cuarenta, hasta los españoles Miguel Ángel Hernández Navarro o César Rendueles, que podrían ser sus hijos, se podría mapear la obsesión intergeneracional y transatlántica por el autor de Infancia en Berlín hacia 1900. Si abrimos el campo hacia la creación internacional, la topografía se vuelve inabarcable.
Benjamin pasó parte de 1932 y 1933 en la isla de Ibiza. Allí era conocido como “es miserable” —nos lo cuenta otro poeta experto en su obra, Vicente Valero, en su extraordinario ensayo Experiencia y pobreza— por su aspecto de vagabundo. Ese adjetivo subraya una tercera razón de su vigencia en nuestra época, junto con sus estrategias de lectura del espacio y la apertura semántica de su prosa literaria: la precariedad.
Fue uno de los primeros freelancers. Un periodista, traductor, editor buscavidas: un trabajador autónomo de la lectura y de la escritura. Su incertidumbre nómada es la nuestra, la de sus inesperados contemporáneos.
(Con información de The New York Times)