Trump, las ‘fake news’ como estrategia de comunicación

Washington. Cuando era candidato, Donald Trump aseguraba que el gobierno estadounidense supo con anticipación de los ataques del 11 de septiembre de 2001.

Sugirió que Antonin Scalia, un juez de la Suprema Corte que murió mientras dormía hace dos años, había sido asesinado.

Y, durante años, Trump impulsó la idea de que el expresidente Barack Obama había nacido en Kenia y no en Honolulú, lo que presuntamente lo hacía inelegible para la presidencia.

Nada de eso era cierto.

Hace unas semanas, Trump dio vuelo a nuevas acusaciones no confirmadas, pero que cumplen con su discurso político: que un elemento “criminal” del supuesto “Estado profundo” dentro del gobierno de Obama había plantado a un espía en su campaña presidencial para ayudar a su rival, Hillary Clinton, a ganar.

Fue un plan al que bautizó “Spygate”. Es el más reciente indicio de cómo un hombre que durante décadas ha promovido teorías de conspiración las ha llevado de sectores políticos marginales directo hasta el Despacho Oval.

Ahora que es presidente, las historias sin fundamento de Trump sobre planes secretos de intereses poderosos parecen estar surtiendo efecto.

Entre los críticos, han avivado el temor de que se erosione la confianza pública en las instituciones, se socave la idea de la verdad objetiva y se siembren sospechas generalizadas sobre el gobierno y los medios noticiosos, a modo de eco de las posturas de Trump.

“El efecto en la vida de la nación de un presidente que inventa teorías de conspiración para distraer la atención de investigaciones legítimas y otras cosas que no le gustan es corrosivo”, dijo Jon Meacham, biógrafo e historiador presidencial. “La brillantez diabólica de la estrategia de desinformación de Trump es que mucha gente va a escuchar acusaciones y las refutaciones y pensará que deben tener algo de cierto, puesto que es el presidente de Estados Unidos quien las menciona”.

La disposición que tiene Trump a pintar sospechas como si fueran hechos tiene implicaciones más allá de la investigación especial sobre si Rusia tuvo injerencia en las elecciones estadounidenses de 2016 y de si la campaña de Trump colaboró para ese fin con Moscú.

Hacerlo es un ingrediente clave del arsenal comunicativo del presidente, un discurso impetuoso alimentado por las redes sociales, que profiere acusaciones dudosas e insinuaciones oscuras, y el cual le permite promover su propia versión de la realidad.

Aquellos que estudian la vida de Trump y su estilo comunicativo argumentan que la idea de las conspiraciones y complots es una parte esencial de su estrategia para evadir la responsabilidad y para atacar a sus detractores, reales o percibidos, incluidos los medios noticiosos.

“Es el desviador de culpas al mando”, dijo Gwenda Blair, una biógrafa de Trump. “Nos ha hecho dar por sentado que hay un discurso que tiene tantas capas de contenido sin sustancia y que no es comprobable que ya no hay manera de desarmarlo por completo”.

Al igual que la mayoría de las teorías de conspiración, la última impulsada por Trump, sobre el supuesto espía, tiene una pizca de verdad. Varias organizaciones noticiosas —entre ellas The New York Times— han dado a conocer que un informante del FBI contactó a algunos ayudantes de la campaña de Trump pues, según sugería la evidencia, habían tenido acercamientos sospechosos con los rusos. El informante hizo contacto como parte de una investigación de 2016 sobre la posible intervención electoral de Moscú.

Sin embargo, Trump sazonó eso al decir que el informante era un espía enviado por Obama, supuestamente porque era parte del Departamento de Justicia en su administración. A decir de Trump, tanto esa dependencia como quienes trabajan en los servicios de inteligencia querían detener su candidatura.

“Mucha gente en verdad quiere creer en las conspiraciones porque es mucho más fácil pensar que hay una fuerza malévola a cargo que aceptar que nuestro gobierno está conducido por idiotas”.

Exasesores del presidente Trump, que hablaron con la condición de mantener su anonimato pues no quieren avergonzarlo, dijeron que la paranoia lo predispuso a creer que los eventos fueron echados a andar por fuerzas nefarias y escondidas. Pero también dijeron que el oportunismo político alimenta su tendencia a promover teorías de conspiración.

Por ejemplo, dos exasesores dijeron que Trump resistió la tentación durante meses de usar el término “Estado profundo” —aquella teoría de que hay un grupo con integrantes de varias ramas del gobierno que a escondidas manipulan todo lo que sucede en una administración—, en parte porque creía que lo hacía parecer demasiado raro.

No obstante, a decir de los exasistentes, Trump se dio cuenta de que usar el término funcionaba bien en los medios noticiosos conservadores, así que comenzó a hacerlo a partir de noviembre. Parece que la estrategia ha dado resultados. En varias encuestas de los últimos meses ha caído la aprobación pública de la investigación del fiscal especial Robert Mueller, a medida que el presidente la ha convertido en su blanco de ataques. Y un sondeo de la Universidad Monmouth también reveló que una mayoría de estadounidenses, sin importar a qué partido pertenecen, sí cree que hay un Estado profundo manejando las políticas de su país.

Sam Nunberg, un exasistente de Trump que trabajaba para él cuando comenzó a defender declaraciones falsas sobre el lugar de nacimiento de Obama, dijo que el presidente ha hecho eco a los medios que ven y escuchan sus seguidores más aguerridos.

“En el panorama de los medios noticiosos, InfoWars y Fox News son los lugares de donde el presidente obtiene respaldo, y estas teorías se promulgan ahí”, dijo Nunberg, quien dijo no creer que Spygate pueda calificarse como teoría de conspiración.

El discurso de Trump sobre las conspiraciones también ha ganado terreno entre los tradicionalistas dentro del Partido Republicano, aunque alguna vez las rechazaron.

Erick Erickson, fundador del sitio web conservador RedState dijo que las historias inventadas del presidente también atienden el deseo popular de tener una explicación fácil sobre eventos que el público en general no puede controlar.

“Mucha gente en verdad quiere creer en las conspiraciones porque es mucho más fácil pensar que hay una fuerza malévola a cargo que aceptar que nuestro gobierno es dirigido por idiotas”, dijo Erickson en una entrevista.

(Con información de AFP)

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