La real oposición a Trump está en las redes sociales
New York.- La presidencia de Donald Trump ha sido notable por su velocidad. En su primera semana al cargo, como los asistentes del presidente no se cansan de recordarnos, Trump ya ha puesto en marcha planes para concretar la mayoría de las promesas que hizo en campaña.
Sin embargo, como claramente muestra el artículo del New York Times, no solo el presidente se está moviendo rápido. También lo está haciendo la población estadounidense.
El sábado, en cuestión de horas, miles se lanzaron a los aeropuertos de Estados Unidos tras ver invitaciones en Twitter. Las protestas repentinas en respuesta al veto migratorio de Trump —que siguieron creciendo el domingo en muchas ciudades— fueron tan organizadas como instantáneas. Después de recibir la información en línea, los manifestantes sabían adónde ir y qué hacer en cuanto llegaran: acaparar la escena haciendo escándalo.
Trump se alimenta de la atención de los medios. A lo largo de su campaña, cuanto más grande era el espectáculo que creaba, más grande aparecía en la conciencia pública. Lo que ha sido notable durante los últimos dos fines de semana es la manera homogénea en que el personaje mediático de Trump ha sido opacado por escenas de manifestantes.
En una aparición breve el sábado, el presidente le aseguró al país que su veto migratorio estaba “funcionando muy bien… pueden verlo en los aeropuertos”. No obstante, las fotos y videos que inundaron nuestras redes sociales revelaron las mentiras de las relajadas declaraciones de Trump. En los aeropuertos las cosas no estaban marchando muy bien; eso se podía apreciar en Instagram.
La voluntad popular en las calles
Una historia similar se desplegó el fin de semana anterior. En su discurso inaugural, Trump se adjudicó la protección de la voluntad popular. Al día siguiente, un ejemplo mucho más grande de voluntad popular se exhibía en las manifestaciones que sucedieron en todo el país. La gente que se reunió en la marcha por las mujeres se apoderó de la narrativa mediática.
Incluso para quienes no se sumaron a estas manifestaciones, las fotos tenían un poder especial. Las imágenes difundidas en las redes y multiplicadas por la televisión insinuaban que algo más grande se acercaba, algo definitorio de la democracia. “Algo está pasando allá afuera”, declaró en Twitter Ana Navarro, la republicana que jamás ha apoyado a Trump y es un personaje televisivo.
Desde luego que algo sucede. Estamos siendo testigos del inicio de un movimiento popular nacional cuyo objetivo es vencer las políticas de Trump. Es un movimiento que no cuenta con líderes oficiales. De hecho, el mecanismo formal del Partido Demócrata ha estado casi ausente en estos levantamientos. A diferencia del Tea Party y los supremacistas blancos de la “derecha alternativa”, el nuevo movimiento no tiene nombre. Llámenlo la izquierda alternativa o, si de verdad quieren irritar a Trump, la mayoría alternativa.
O no lo llamen de ninguna forma. Aunque no tenga nombre y esté descentralizado, el movimiento no es caótico. Puesto que nació en las redes sociales y se divulga mediante teléfonos móviles, parece tener una organización sofisticada y ferozmente eficaz en torno a la conquista de las redes sociales.
Ciudadanos relegan al presidente a segundo plano
A lo largo de dos fines de semana, las manifestaciones han logrado algo igual de inaudito en los casi dos años que han pasado desde que Trump declaró por primera vez que se postularía a la presidencia: lo han apartado de la atención mediática de la que depende. Son la única fuerza vista capaz de acabar con el particular poder que tiene Trump en el ecosistema de los medios.
El movimiento es nuevo y posiblemente frágil; podría disiparse, como la mayoría de las cosas que se han enfrentado a Trump.
Pero en un periodo tan breve, el movimiento ha demostrado ser inusualmente hábil. Puede dirigir con rapidez a las multitudes, como lo observamos a lo largo del fin de semana, y puede hacerse grande, como lo vimos en las marchas de las mujeres; algunos científicos que estudian las multitudes creen que fue el día de mayores protestas en la historia estadounidense.
El movimiento tiene otras habilidades. Es capaz de crear consignas pegajosas, letreros graciosos e incluso iniciativas de marcas que compiten con las de Trump. El presidente tiene sus gorras que dicen “Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo”. Las manifestantes en la marcha de las mujeres tenían gorras de lana rosa con orejas de gato, “pussy hats”, una referencia a la tendencia del presidente por manosear a las mujeres.
Pero a diferencia de las cachuchas de Trump, los gorros rosas surgieron de la multitud. Miles de personas las tejieron en las semanas previas a la elección y la toma de posesión, y después se las enviaron a extraños que compartían su forma de pensar.
Recaudan fondos para grupos progresistas
También hay dinero de por medio. Desde la victoria de Trump, el incipiente movimiento en línea ha recaudado millones en donaciones a grupos y organizaciones progresistas como Planned Parenthood y la American Civil Liberties Union. A lo largo del último fin de semana, la ACLU recaudó más de 20 millones de dólares.
El movimiento también puede atraer la atención de las élites. En gran medida a causa de la presión por parte de sus fuerzas de trabajo conectadas, los líderes de muchas empresas tecnológicas lamentaron las órdenes de inmigración de Trump. Del viernes al lunes, gracias a este movimiento, Silicon Valley se transformó. Mientras que antes era una industria que simplemente se mostraba escéptica acerca de Trump, ahora en su mayoría se opuso a él, porque las multitudes forzaron ese cambio.
Sin embargo, lo más importante es que el movimiento puede apoderarse de la narrativa mediática. El presidente ha prometido grandes cambios. Su osadía tendrá muchas consecuencias en el mundo real. Millones podrían perder su cobertura de atención médica si elimina la Ley de Atención Médica Asequible (Obamacare). Muchos podrían ser deportados si logra que se cumplan sus propuestas de inmigración.
Sin embargo, si las últimas dos semanas ofrecen algún tipo de indicio, nada de esto ocurrirá de manera silenciosa. Habrá fotos y videos virales de gente real que enfrenta dificultades y esas fotos seguramente inspirarán a las multitudes. Cuando la gente sea rechazada en los hospitales, cuando la gente sea deportada a México, veremos grandes concentraciones en Facebook y después en televisión.
Un grupo de científicos ya está planeando marchar en Washington para oponerse a lo que llaman el desdén de Trump hacia la ciencia. Hay otras manifestaciones planeadas para el día de la declaración de impuestos en abril, para recordarle al país que el presidente alguna vez prometió publicar sus declaraciones de impuestos y después se retractó.
Nueva realidad mediática
Podríamos preguntarnos si las manifestaciones lograrán cambios. Los estadounidenses ya se han manifestado antes (la guerra en Irak, por ejemplo), y las manifestaciones no alteraron las políticas nacionales por sí mismas.
Pero Trump ha demostrado que todo es distinto ahora. Vivimos en una cultura dominada por las redes sociales, una donde la mayoría de la gente se muestra escéptica acerca de lo que ve y lee en los “medios comerciales”.
Esto explica por qué Stephen Bannon, el antiguo presidente ejecutivo de Breitbart News, que es uno de los principales asesores de Trump, ha buscado describir a los medios como la oposición primaria de Trump. Los medios de noticias debilitados son blanco fácil para Trump. Si los medios son su única oposición, no tiene de qué preocuparse.
Sin embargo, a diferencia de los medios, los manifestantes generan una realidad innegable. Los manifestantes no pueden desestimarse como “noticias falsas”. Llegan a nosotros sin mediadores; su información no proviene de The New York Times, sino de tus amigos y amigos de amigos en Facebook.
En otras palabras, se trata de otra versión de tu red social: la manifestación física de las noticias o publicaciones indignadas. Puesto que son las personas que conoces, no pueden tacharse fácilmente de ser parciales o injustas.
Relevancia del enfoque popular
Cuando los políticos atacan a las multitudes políticas en vez de a otros políticos, el resultado por lo general es negativo. Hillary Clinton tuvo que disculparse por decir que los simpatizantes de Trump eran “deplorables”. Después de atacar la marcha de las mujeres en Twitter, incluso Trump tuvo que elogiar a las manifestantes.
Hay otro motivo para creer que las manifestaciones podrían ser efectivas contra las políticas de Trump: los manifestantes parecen enloquecerlo. Trump está enamorado de las multitudes.
A lo largo de su campaña, él y sus suplentes argumentaron que las encuestas estaban amañadas, y que sus enormes mítines sugerían que había una ola creciente de apoyo a su candidatura. Las multitudes, en otras palabras, se convirtieron en el terreno de juego. Eran la única realidad que importaba. Si se ganaba a la multitud, ganaría la elección.
Ahora Trump enfrenta la misma dinámica pero a la inversa. Se suponía que las multitudes de su toma de posesión confirmarían su popularidad. Cuando se esfumaron y fueron superadas por las protestas de oposición, Trump no pudo evitar enfrascarse en el asunto durante días.
Las cosas no han mejorado. Ahora hay multitudes en cada pantalla y cada publicación. La gente no está diciendo cosas positivas sobre él. Y también hay algo peor que eso: le han robado el protagonismo. (Con información de The New York Times)