La epidemia de la posverdad y el renacimiento del periodismo
Ciudad de México. Ante las fake news, el periodismo serio se vuelve urgente, pues es uno de los antídotos más eficaces para enfrentar el relativismo y la epidemia de posverdad que tiene como constante el menosprecio por la evidencia, los hechos y los elementos objetivos del contexto.
Tal es una de las tesis que el periodista, académico y escritor Ricardo Raphael expone en ‘Periodismo urgente. Manual de investigación 3.0’ (2017), publicado por Ariel en colaboración con el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), y de cuyo prólogo Proceso reproduce fragmentos.
Un hombre mira un número dibujado sobre el suelo y dice en voz alta: “seis”. Enfrente, otro observa el mismo trazo y, sin embargo, grita: “nueve”. Ambos se hallan alterados porque cada uno está convencido de que tiene la verdad. En la parte baja de la imagen aparece un reproche: “Solo porque tú estás en lo correcto, no significa que yo esté equivocado. Cabe que no hayas visto la vida desde mi punto de vista”.
Se trata de un mensaje que ha viajado con gran aceptación a través de las redes sociales. Un meme que quiere convencer sobre la posibilidad de que dos verdades contradictorias pueden cohabitar amablemente, siempre y cuando las personas que las defienden se traten con generosidad y comprensión.
No obstante, hay una trampa en este gráfico: aproximarse a la verdad no suele ser un asunto relacionado con los buenos modales. O bien la Tierra es plana, o es redonda. O bien gira alrededor del Sol, o no lo hace. Sin importar cuán grande sea la condescendencia entre los seres humanos, los argumentos falsos seguirán siendo falsos y no es honorable ofender la inteligencia humana exigiendo indulgencia.
Aceptar como ciertas dos verdades antagónicas –por un supuesto arreglo basado en la mutua cortesía– termina significando una mayor falta de respeto hacia el otro que considerar las razones de cada quien en función de lo que verdaderamente pesan.
Después de escuchar una composición de Beethoven un hombre dice en voz alta: “¡Maravillosa la Sexta Sinfonía!” Junto a él otro asistente al concierto refuta con vehemencia: “Perdone, pero lo que venimos de escuchar es la Novena”.
Los dos se obcecan al punto de olvidar las preguntas fundamentales: ¿Se trató de una pieza introspectiva, sutil y reflexiva, o de una música heroica y libertaria? Si fue lo primero, era la Sexta Sinfonía, La Pastoral. De lo contrario fue la Novena, que desde 1972 es el himno del continente europeo.
Una enfermedad compleja de nuestra época es el relativismo que quiere considerar como equivalentes piezas de información que no lo son.
Es la epidemia de posverdad que tiene como constante el menosprecio por la evidencia, los hechos y los elementos objetivos del contexto. Cuando lo verdadero y lo falso pueden ser confundidos masivamente llegó el momento de preocuparse por la civilización.
Afirma Barack Obama:
Si todo parece lo mismo y no somos capaces de hacer distinciones, perdemos la capacidad para saber lo que vale la pena defender y tampoco sabremos por qué luchar”.
Contrario a lo que promueve el gráfico de los dos señores alterados, los síntomas de la posverdad afectan la posibilidad de habitar en la misma comunidad porque las creencias individuales, la fe o las emociones íntimas adquieren ancla absoluta en la conversación.
Esta enfermedad provoca que el monólogo triunfe sobre el diálogo; la gesticulación elocuente sobre los argumentos; las pasiones más bajas por encima de las razones y el marketing desprovisto de sentido sobre la política democrática.
Cada vez que se destruye el diálogo razonable y razonado, las libertades dejan de ser el eje a partir del cual nos relacionamos los seres humanos.
Durante su primera conferencia de prensa como habitante de la Casa Blanca, Donald Trump se negó rotundamente a responder una pregunta de Jim Acosta, periodista de CNN, quien quería saber si alguno de los asesores de ese presidente se había reunido con el gobierno ruso durante la campaña electoral del año previo.
Ese miércoles, 11 de enero de 2017, algo definitivo cambió para la vida democrática de los Estados Unidos, y posiblemente para el resto del mundo. Desde una posición autoritaria de poder, Trump desestimó la importancia que tiene el derecho a la información.
Acosta insistió: “Ya que usted nos está atacando, concédame hacerle una pregunta”. En revancha, apelando primero a los buenos modales, el líder del mundo libre exigió varias veces al reportero que dejara de lado su rudeza. Pero, al final, ofuscado ante la insistencia, arremetió aplicando todo el peso de su recién estrenada investidura con una acusación: “Usted es fake news”.
Las noticias fabricadas (fake) son expresión de la propaganda destinada para desinformar a través de los medios de comunicación.
Son noticias intencional y verificablemente falsas, cuya principal finalidad es engañar o confundir a la audiencia.
Su motivación es siempre económica o política y jamás informativa o periodística.
Trump cometió un abuso de la retórica al afirmar que los medios o las personas son fake news: lo serán en todo caso las noticias, pero no sus emisores.
El periodismo serio es una disciplina que permite distinguir entre la información fabricada y aquella que podría ser verdadera.
Se trata, por ello, de uno de los antídotos más eficaces para enfrentar el relativismo y la posverdad.
Sus procedimientos ordenados y sistemáticos ayudan a verificar datos y fuentes, aportan contexto, agregan valor para el análisis, contrastan opiniones y logran trascender las subjetividades.
Otros campos del conocimiento humano tienen propósitos parecidos, por ejemplo la ciencia política, la sociología, la economía o la antropología. A estas disciplinas las une el método científico que obliga a observar con rigor la realidad. Su objetivo es producir, a partir del ensayo y el error, verdades científicas perdurables.
El periodismo, de su lado, también echa mano del método científico pero, a diferencia de las disciplinas académicas, sus procedimientos sirven para obtener resultados en un periodo de tiempo reducido, a partir de información escasa y con frecuencia fragmentada.
El consumidor de noticias periodísticas no tiene la paciencia que posee el lector de los textos académicos.
Mientras el estudioso de la geofísica se aproxima sin velocidad a las causas que provocaron un terremoto, el oficio de la periodista está sometido a la urgencia de proporcionar información inmediata sobre la magnitud del fenómeno natural, los daños materiales o la reacción social desplegada.
En efecto, la principal distinción que puede hacerse entre el periodismo y la academia es el ritmo con el que corren los relojes entre las personas consumidoras de sus respectivos productos.
Esta distinción no debería llevar a descalificar el periodismo como si se tratara de una disciplina de segunda división. Con el paso del tiempo, academia y periodismo cumplen funciones distintas pero complementarias para el discernimiento informado y metódico que necesitan las personas.
Ahora bien, si la información es poder, la información falsa suprime la conciencia humana y, por tanto, aniquila la ciudadanía democrática.
De ahí que tenga razón Barack Obama cuando, en el discurso referido, sugirió que nuestras sociedades podrían estar experimentando una mutación autoritaria por obra de la facilidad con que hoy se producen y distribuyen las noticias fabricadas.
En esta época, el periodismo enfrenta dilemas serios que no se relacionan con su naturaleza y función social, sino con los cambios que están ocurriendo en la estructura noticiosa, así como en las vías tradicionales de financiamiento para las empresas dedicadas a la comunicación.
Es evidente que tales dilemas están diezmando la eficacia de su antídoto contra la mentira publicada. Sin embargo, frente a esta realidad lo que se requiere es más y no menos periodismo.
Esta discusión contemporánea sucede cuando las empresas de comunicación atraviesan una transformación de proporciones mayores.
El desarrollo de las tecnologías digitales está obligando a la reinvención de sus respectivas estructuras.
Durante la edición 2014 del Festival de Periodismo de Perugia, Italia, Richard Gingras, vicepresidente de Google, declaró que los medios estaban por abandonar la Edad Media para entrar por completo al Renacimiento. Esas palabras, pronunciadas en una bella ciudad que continúa siendo medieval, cimbraron fuerte a una audiencia compuesta por jóvenes aspirantes a reporteros y viejos directivos de medios de comunicación.
¿Qué implica el Renacimiento digital del periodismo? Significa que tanto la demanda como la oferta de noticias están experimentando una mutación importante.
Del lado de la oferta, el dato principal es la dramática reducción de los costos para producir y distribuir contenidos. Dada la tecnología disponible, las barreras de entrada a la industria mediática se han desvanecido por lo accesible que se volvió elaborar una noticia, subirla a la red y luego obtener dinero por ella.
Antes, los costos para contar con una imprenta, para adquirir cámaras de televisión o para financiar antenas de transmisión eran tan elevados que acotaban el número de colaboradores disponibles dentro de la industria.
Hoy, en cambio, la producción de contenidos amateur desplaza sin demasiado esfuerzo las noticias elaboradas por los medios tradicionales.
Un video registrado con un dispositivo celular puede lograr tanta o mayor popularidad que otro obtenido por el camarógrafo mejor pagado del gremio.
Un problema observado con regularidad es que tales productos distribuidos masivamente pueden haber sido elaborados sin control de calidad, es decir, sin que un tercero –por ejemplo, un editor– haya revisado la veracidad de las fuentes o corroborado la solidez de la información.
En los hechos se han debilitado los pesos y los contrapesos internos a los que estaba sometido el ejercicio periodístico.
Se suma como variable que las audiencias están todavía aprendiendo a distinguir entre productos noticiosos.
De manera aún brumosa, las verdades periodísticas y las verdades fabricadas se confunden sin que el consumidor esté consciente de ello.
El asunto se vuelve doblemente delicado porque, en efecto, mientras el control interno de la calidad noticiosa ha perdido músculo, el control externo –en manos de los consumidores– tampoco ayuda a confeccionar un contexto de mayor exigencia.
Por otro lado, es alentadora y al mismo tiempo digna de merecer temor la irreverencia que caracteriza a las nuevas audiencias digitales.
Ya no basta con que tal o cual información haya sido publicada por la BBC, CNN o The New York Times para que el consumidor de la noticia acepte de manera acrítica el producto entregado. Tal cosa está bien, pero el lado perverso de la misma moneda tiene que ver con el descenso, igual vertiginoso, de la reputación periodística.
Hace no tanto el profesional de la información podía padecer sanciones elevadas si se atrevía a producir noticias falsas. En caso de que la empresa editorial se permitiera equívocos frecuentes en la misma dirección, el castigo se trasladaba al medio de comunicación.
Hoy, sin embargo, la reputación de las plataformas emergentes utilizadas para distribuir contenidos noticiosos masivos es inmune a este problema.
Miles son los sitios que todos los días nacen, divulgan mentiras y desaparecen sin enfrentar mayores consecuencias. El problema surge cuando los medios tradicionales compiten por la misma audiencia que estas plataformas no periodísticas.
A los problemas relacionados con la oferta y la demanda noticiosa se suma como tercera variable la crisis económica de los medios tradicionales.
Esas empresas contaron durante décadas con vías de financiamiento que hoy se hallan prácticamente agotadas.
El problema de fondo radica en que, mientras los contenidos periodísticos están siendo consumidos de manera intensiva a partir de las plataformas digitales, los ingresos obtenidos por publicidad no han experimentado la misma migración.
El recurso antes invertido por el anunciante en el papel impreso o en la pantalla de televisión no se trasladó en igual volumen a los sitios digitales desarrollados por esas mismas empresas, para sobrevivir en la ciudad virtual.
En prácticamente todo el mundo, el pastel publicitario –público y privado que antes absorbían la televisión, la radio o los periódicos– se desvió hacia las tesorerías de empresas como Facebook o Google, porque esas compañías se revelaron más eficientes para distribuir publicidad. La promoción de automóviles en una página de papel nunca volverá a ser tan apreciada como otra dirigida vía digital, a partir del perfil preciso de un usuario de la red.
Los periodistas Bill Kovach y Tom Rosenstiel (2012), en su texto ‘Los elementos del periodismo’, advierten que algunas voces mal intencionadas han querido presentar como crisis del periodismo algo que muy poco tiene que ver con la naturaleza del oficio.
Como ya se dijo, la crisis se explica por el colapso de las vías tradicionales para financiarse y, por tanto, la sobrevivencia dependerá de la manera como vaya a resolverse el modelo de negocios y no con la trascendencia del periodismo.
La paradoja del presente para los medios de comunicación radica en lo siguiente: la misma tecnología que arrasó con el esquema económico tradicional es la que está reinventando la industria de la comunicación.
Ahora bien, el trabajo periodístico sobrevivirá porque sus principios y su utilidad social son previos al negocio.
No provienen de la empresa de comunicación, sino de las necesidades públicas que inventaron el periodismo independientemente de la tecnología, las plataformas, las herramientas o los formatos utilizados.
Y, sin embargo, esa misma tecnología que amenaza el ecosistema mediático es la que está conduciendo al periodismo hacia su Renacimiento (…)
(Con información de Ricardo Raphael)
(Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México, vía Proceso)