En Mariúpol operaban los nazis o los hijos del diablo

La dura advertencia de Julio Yao sobre el uso de aves y murciélagos como transportadores de armas biológicas que amenazan al mundo

Panamá, Panamá. Lo más estremecedor que hallaron los rusos en Azov, en Mariúpol, no fueron las armas y misiles convencionales de la OTAN ni los militares norteamericanos y europeos que intentaron colarse como ratas, entre los civiles atemorizados de la región rusa del Donbáss para huir de los tribunales en Moscú.

No fueron los cobardes mercenarios de 60 países que ahora ruegan ser tratados como “prisioneros de guerra” para evadir un juicio como lo que son: ¡Asesinos!

Ni fueron los fieles seguidores de Hitler y Bandera, que en una orgía asesinaron a 18 mil ucranianos rusoparlantes en 18 años, y a quienes destruyeron sus culturas, prohibieron hablar su idioma y quemaron vivos tan solo por ser eslavos.

Tampoco son los miles de refugiados atemorizados que se ocultaban de sus verdugos nazis, violados en forma horrenda, sin importar que fuesen mujeres embarazadas, niños o ancianos discapacitados.

¿Pero, qué cosa más estremecedora que supere estas atrocidades encontraron los rusos en Mariúpol, en los subterráneos de la Planta Siderúrgica de Azov administrados por los “civilizados” estadounidenses y europeos?

En una reunión urgente de la ONU, Rusia ha demostrado: Que la OTAN y militares europeos construyeron treinta laboratorios biológicos y bacteriológicos secretos en Ucrania desde el colapso de la Unión Soviética, y que en otros 39 países operan sin el conocimiento de sus gobiernos. Laboratorios biológicos prohibidos por tratados internacionales como armas genocidas.

Mas, no son laboratorios, como dicen, “para el avance de la ciencia,” sino para matar con patógenos, enfermedades y epidemias, a los pueblos insumisos del planeta, que no acatan las órdenes del Mandamás.

Para esparcirlos, el imperio del mal, ha regado toda clase de patógenos entre el Mar Báltico y el Mar Caspio, que han enfermado a África, Asia y América Latina.

No contentos con tanto salvajismo, “Los hijos del diablo” han reclutado aves de toda especie a las que enumeran, digitalizan y convierten en armas de destrucción masiva contra las cuales no hay defensa posible.

Dichas aves, murciélagos y bichos voladores, controlados por un chip, son destruidas sobre determinados países por computadoras, en el sitio exacto, para que suelten a discreción sus cargas mortíferas de enfermedades y epidemias, y maten todo a su paso.

Ahora saben en la China cómo llegó el covid-19 a Wuhan en 2018.

El planeta tiene siete mil millones de habitantes, pero “Los hijos del diablo” asesinarán a cinco mil millones antes de 2050.

¡Basta de hipocresías!

Julio Yao, el autor del texto, es colaborador de Prensa Latina en Panamá. Analista internacional y exasesor del general Omar Torrijos en política exterior.

(Tomado de Firmas Selecta)

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