El mono infinito: el libro nunca acaba, una travesura editorial
El bot es un escritor fantasma que recuerda lo escrito y, al mismo tiempo, como Golem, recupera lo que acaba de escribirse para ser escrito mañana.
Ningún libro empieza o termina. Antes que el primero hubo otros; habrá otros después del último.
La reciente osada aventura del libro interminable, o múltiple, se llama El mono infinito, travesura editorial de Martha Riva Palacio y Gala Navarro, publicada por Libros UNAM en la colección de literatura juvenil Hilo de Aracne, y en la que conviven las obras escritas, las leídas y los bots, que se afanan en ser reconocidos: una biblioteca infinitamente finita, si eso es posible.
Porque, desde la Biblia, se sabe que todo libro recuerda su futuro y vislumbra su pasado. Tampoco Shakespeare o Cervantes han sido cerrados por completo; es más, una frase de ambos abre miles de metaversos, aunque éstos y sus usuarios ni por enterados se den; la biblioteca total de Borges: el libro que otros llaman universo.
¿Hay un comienzo en El mono infinito? ¿Un punto de partida? Quizá. Quizá. La obra parte de una premisa: “Si un mono pulsara de forma aleatoria el teclado de una máquina de escribir por un intervalo infinito de tiempo, casi seguramente escribirá cualquier texto ya existente”. Riva Palacio se arrojó al experimento.
En la presentación del libro –realizada virtualmente vía el canal de Youtube de la revista Lee+–, la narradora y poeta cuenta su experiencia al escribir a cuatro manos con el bot ADA-L la obra ilustrada por Gala Navarro. Evoca a la hija de Lord Byron: Ada, la que soñó una Medea simbólica desde la máquina analítica.
Juego del algoritmo
Ada Byron, condesa de Lovelace, se imaginó una calculadora mecánica que funcionara sin la participación humana, a la que llamó máquina diferencial. Tuvo una idea fija: los tejidos de Penélope, la mujer de Odiseo que esperó entre derecho y revés el regreso del héroe griego.
Pero Ada no tejía seda. Hilvanaba matemática aplicada: la análitica que permitiría un siglo después el juego del algoritmo y, si se quiere, la hiperbiblioteca.
O la programación de la historia en la que los libros interminables serían sólo un esquema de la lógica programable. Ada Byron fue precursora en lo que el siglo XX llamaría informática.
“Una cosa fue llevando a la otra”, dice Riva Palacio. Como en todo texto, una línea llevó a otra, un párrafo a otro, dos manos que fueron cuatro, con los bots cibernéticos de por medio.
Un hipertexto que reúne lo interminable: el libro. Y el algoritmo. Es decir, la fórmula del infinito formal. Además, mediante el QR, un texto sonoro: ojo y oído jugando al ajedrez. En el que los ojos abren desde las blancas. Y la música –como dijo Pitágoras– no es más que matemática con sonido; cuerdas medidas del universo.
El mono infinito, dice Gala Navarro, no es un texto normal. “Es algo más que poesía o ensayo científico: es una máquina de vuelo en forma de caballo”. La ilustradora, aficionada a los videojuegos retrofuturistas, tuvo la misión de subir el volumen a una obra que, en sentido estricto, no es un libro sino una “apertura de bichos” en la cual se abren todas las salidas del laberinto: “Un mapa de bits”.
Un cronograma de posibilidades que una vez abierto lleva a Pandora: las posibilidades como menú a la carta de los caprichos de los lectores. La palabra clave en este texto múltiple es: ventana. Pero la ventana no mira siempre hacia afuera; es más, casi siempre mira hacia adentro, al centro.
“Del agujero negro al pixel”, como dice Navarro. Del espacio altísimo a la diminuta presencia de la letra, el cuadrito negro en el que comienza el lenguaje hasta la expansión total de todas la palabras. Invitación cordial a leer lo que se escucha y a oír lo que la palabra no dice todavía, porque si el libro no termina nunca, nunca se han escrito las últimas palabras ni cegado las últimas miradas: la línea –agrega Borges– es una suma infinita de puntos.
“La traducción de bots es una imposibilidad en el mundo de los bits”, advierte. Pero en el campo de la literatura es un abismo atendible para la expansión de las letras que, además, son piezas musicales, tanto como los números que Ada imaginaba durante su adolescencia.
Adam Thirlwell se imaginó en La novela múltiple que las novelas podían ser trasladadas a cualquier idioma. Y batalló en el intento.
La pretensión de El mono infinito no es la multiplicidad en la forma ni el fondo: es la horizontalidad que supone, hasta ahora, el algoritmo de Ada, en el que todo infinito puede suceder ahora sin saber hasta cuándo termine el tiempo.
El bot es un escritor fantasma que recuerda lo escrito y, al mismo tiempo, como Golem, recupera lo que acaba de escribirse para ser escrito mañana.
(Con información de Gaceta UNAM)