El cine, más que teorías e imágenes vacías
“El cine no es territorio de genios ni de metáforas o alegorías, sino un oficio como cualquier otro que se desempeña en una realidad material, tangible. Un medio de expresión que si se logra comunicar con la mayor honestidad posible, dice más que teorías e imágenes vacías”, fue lo primero que Béla Tarr explicó sobre su idea del séptimo arte al reunirse con alumnos del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC).
Invitado por Filmoteca UNAM, después de recibir la presea que otorga este archivo en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia, Tarr compartió su visión del cine, caracterizada por dar voz a campesinos, proletarios y gente normal.
El director dijo que realizó su primera película Nido familiar en 1977, a los 22 años sin saber nada de la disciplina, pero con la intención de expresar algo real a través de sus imágenes.
“Siempre intento partir de lo real, del lado de la vida, es mi formación, nunca recibí ningún tipo de educación en el área. Incluso hoy no sé lo que es un filme”, bromeó el autor de Almanaque de otoño (1985), Sátántangó (1994) y Las armonías de Werckmeister (2000).
También señaló que su primer acercamiento a la cinematografía fue desde lo social, porque con este medio él hubiera querido cambiar al mundo y pensaba que si lograba comunicarse con los otros, se acabarían los problemas. “Después me di cuenta que éstos no son sociales sino ontológicos”.
Tarr enfatizó que el blanco y negro era un recurso para acentuar ciertas cosas, como en El caballo de Turín, cuando lo usó para construir una atmósfera particular.
Sobre la negativa a emplear guión, aseveró que el lenguaje cinematográfico no tiene nada qué ver con la escritura: “El filme es ritmo, imágenes y atmósfera, en este sentido nunca uso un guión porque me parece inútil. No puedes escribirlo todo, tienes que crear desde el escenario o el lugar donde estás trabajando in situ. Yo uso una serie de cartas, a partir de éstas planteo la estructura de la cinta”, aseguró.
Definió su método como algo tan sencillo: durante el rodaje de El caballo de Turín pegó tarjetas con indicaciones sobre una pared, para que todo el crew pudiera ver lo que se necesitaba: “Fue sencillo. Todos entendieron lo que había que hacerse. Obvio, no le di a ningún actor su libreto personal”, sonrió.
El húngaro declaró que le parece tonto escribir sobre un personaje con determinadas características para luego buscar un actor que no se le parezca en nada y terminar por obligarlo a convertirse en algo salido de un pedazo de papel.
Al respecto de la preproducción para El caballo de Turín, relató la peripecia que tuvo que realizar con su equipo para hallar al animal perfecto. “Teníamos al padre y a la hija, pero como el título lo decía, necesitábamos un caballo”.
Una yegua
Contó que se aventuraron en un mercado de animales ubicado en una las partes más pobres de Hungría, cerca de la frontera con Rumania. Uno de los lugares más terribles que ha visto en su vida. Allí miró con detenimiento a cada caballo a los ojos. Cuando creyó que no hallaría nada, se topó con una yegua de la que los mercaderes decían que estaba vieja, que sólo serviría para hacer salchichas. “En ese momento le dije al productor: Éste es nuestro caballo”.
En cuanto a su trabajo con escritores, Béla Tarr habló de la novela Melancolía de la resistencia, de László Krasznahorkai, que adaptó parcialmente en el año 2000 y que decidió titular Las armonías de Werckmeister. Al respecto apuntó que si bien tomaba la referencia del libro, la película no era una adaptación como tal, porque estaba consciente de que la literatura y el cine son concepciones de mundo muy diferentes.
Béla Tarr aconsejó a los jóvenes realizadores: “En esta época en que nos encontramos rodeados con tantos dispositivos como iPhones y tabletas, “filmen, filmen y filmen todo lo que puedan y con todo lo que tengan a la mano porque el camino para hacer cine es ese nada más. Y aprendemos de nuestros viejos errores”.
(Con información de Gaceta UNAM)