Ni AMLO ni nosotros podemos fallar a jóvenes

En las últimas dos décadas se ha hablado de que México tiene un bono demográfico y que hay que aprovecharlo. Sin embargo, el bono se está desperdiciando por las condiciones socioeconómicas que no hemos podido superar y por la falta de herramientas que nos permitan hacerlo valer.  Además, estamos cada día más cerca de ver su declive.

Ante ello, vale la pena preguntarse, ¿qué es el bono demográfico y qué hemos hecho con él? ¿Cuáles son los retos para usarlo en nuestro favor? Y, ¿cómo podemos obtener más beneficios del mismo en la próxima administración?

¿Qué es el bono demográfico y por qué importa?

El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA, por sus siglas en inglés) ha identificado al bono demográfico como un potencial de crecimiento que resulta de los cambios en la estructura de edad de la población, especialmente cuando las personas en edad de trabajar —entre 15 y 64 años— son más que las personas dependientes —menores de 15 años y mayores de 65.

Éste se da por la incorporación de las mujeres a la vida productiva y por la disminución en el número de hijos por familia, por lo que hay menor población dependiente por cada matrimonio. En el caso de los menores, las familias pueden destinar más recursos para cada hijo, lo cual incrementa su salud y nivel educativo.

El bono demográfico puede ayudar a lograr un crecimiento económico más rápido y a reducir la presión de egreso de las familias, que podrían aumentar los ingresos de los miembros que trabajan y la esperanza de vida de todos sus integrantes. A nivel macro, los recursos ahorrados en manutención o los activos acumulados por las personas que se van a retirar se pueden aprovechar para realizar inversión social relevante y para accesar a otros bienes y servicios.

Los beneficios del bono demográfico no se dan en automático; para aprovecharlo, se requieren políticas públicas efectivas que permitan aprovechar la estructura poblacional y que aumenten la productividad. Entre ellas se pueden encontrar la inversión para mejora en competitividad en educación, salud e infraestructura, el avance en las condiciones laborales, así como incentivos para ahorrar más y gastar menos.

El bono demográfico mexicano

México entró al bono demográfico a comienzos de este siglo; desde entonces se ha hablado de aprovecharlo con una convicción como si fuera una profecía que se va a autocumplir.  Por otro lado, ya que la composición de la población en edad y tamaño ha ido cambiando, así se ve su estado actual y su proyección para el 2030:

En la gráfica anterior se puede apreciar cómo a partir de la generación que hoy tiene alrededor de 15 años, comenzó a reducirse la base de la pirámide, lo que significa que la proporción de niños ha disminuido para dar paso a jóvenes y adultos. Esto debido al aumento de la esperanza de vida y a la disminución de la fecundidad que comenzó desde finales de la década de 1960.

Por otro lado, aquí se presenta la gráfica de la transición poblacional entre 2015 y 2050, basada en el WPP de la ONU, el cual comprende la transición demográfica que compone el bono:

Se puede apreciar un incremento neto para todo el periodo en el número de personas trabajando, pero al mismo tiempo, un decremento proyectado en el porcentaje de personas en edad productiva. Igualmente, se nota la disminución en porcentaje y masa del número de niños a partir de 2030 y que el porcentaje de personas de la tercera edad casi se triplicará para el 2050 con respecto al que había en 2015.

El perfil de la población por edad también cambiará. Por ejemplo, la edad promedio de la población, que era de 27.4 años en 2015, aumentará a 33.1 años en 2030 y a 40.9 años en 2050.  Igualmente, la esperanza de vida al nacer variará de 76.7 años en 2015 a 79.4 años en 2030, y a 83.1 años en 2050.

Los Desafíos del Bono Demográfico

El aprovechamiento del bono demográfico no se puede dar por sentado, hecho que desencadena diferentes retos en los que México no está muy bien parado. En primer lugar, se presenta la disminución del bono demográfico luego de su pico máximo, que sucedería en 2019 —durante el sexenio de AMLO— y a partir de allí, el bono disminuirá paulatinamente hasta evaporarse alrededor del año 2040 —esto es, en apenas tres sexenios, los mismos que han transcurrido desde que el término se puso en órbita.

En segundo lugar, destaca el tema de la desigualdad, donde México tiene un coeficiente de Gini de 0.45, pero de 0.79 en términos de riqueza —uno de los más altos del mundo.  También es relevante la proporción y distribución de los ingresos, donde inclusive China goza de salarios más elevados que México, al tiempo que nuestro país tiene una débil clase media con asimetrías evidentes. Por ejemplo, mientras el décimo decil tenía ingresos por $56,285 al mes, el primer decil tenía ingresos por $2,722 pesos al mes.

A continuación, se presenta el ingreso corriente promedio por hogar, donde destaca que las personas entre los deciles I y VII están por debajo de la media de ingresos y que los deciles I a V describen los ingresos de la población en pobreza. Además, resulta dramático que más de la mitad de los jóvenes del país se encuentran en dicha condición:

Lo anterior sugiere que buena parte del bono demográfico se ha desperdiciado en bajos salarios, y la tendencia es aún peor: “según el Inegi, en los últimos 10 años, los trabajadores mal pagados aumentaron, ya que aquellos que ganan entre 2 mil 400 y 4 mil 800 pesos pasaron de ser 9.3 millones a 14.2 millones de personas. Mientras, los que ganan más de 12 mil pesos al mes disminuyeron de 5 millones a solo 2.7 millones.”

Una cara dramática de la falta de aprovechamiento del bono demográfico son los jóvenes que, por todo tipo de circunstancias, no estudian y no trabajan, de los cuales hay unos 6 millones en México. Al no participar en actividades productivas, los jóvenes y sus familias ven disminuido su ingreso, su nivel de vida y su consumo per cápita. De acuerdo con la OCDE, la improductividad del sector cuesta 1% del PIB por año.

La inseguridad que se ha vivido desde el año 2006 también ha afectado a los jóvenes. Por un lado, es el sector poblacional que ha tenido más bajas por homicidio. Por el otro, la Cepal ha señalado que “el narcotráfico está ganando el bono demográfico en México” al reclutar de manera masiva a los jóvenes en etapa productiva.

En el caso de los jóvenes que sí llegan a estudiar, el panorama también es complicado y se manifiesta en tres casos representativos. El primer caso trata del bajo nivel educativo: si bien el analfabetismo se ha reducido en las últimas décadas, hoy, la gran mayoría de los jóvenes —unos 11 millones— apenas concluyen la educación secundaria, no pudiendo comenzar o terminar la educación media superior. Esto los expone a ser candidatos a trabajos de poca sofisticación, altamente automatizables y vulnerables ante el avance de la Cuarta Revolución Industrial, o a accesar a trabajos en condiciones laborales injustas.

El segundo caso trata de la incursión y estadía de los jóvenes en el sector informal. Entre las diversas causas del fenómeno se encuentran la incapacidad del sector formal para proveer oportunidades adecuadas a jóvenes buscando empleo, a la falta de esquemas laborales competitivos, a la existencia de mejores ingresos en el sector informal y al mal empate de oferta y demanda en el mercado, traducida en la existencia de pequeñas empresas poco productivas que emplean muchos trabajadores autónomos.

La permanencia de los jóvenes en la informalidad los priva no solo de prestaciones y de acceso a la salud, sino de la obligación del ahorro para el retiro. En cambio, la informalidad priva al gobierno del llamado bono fiscal, aquella recaudación que se puede aprovechar por estar tomando ventaja del bono demográfico, sobre todo cuando hay un pico de personas trabajando.

El tercer caso trata de la mala asignación entre las personas estudiadas y las ofertas laborales que se les presentan. De acuerdo con Santiago Levy, de la Institución Brookings, los rendimientos de la inversión en educación en México han disminuido en los últimos 20 años porque a pesar de que haya aumentado el número y la calidad de los trabajadores bien educados —desde licenciatura hasta doctorado—, la demanda de trabajadores altamente capacitados se rezagó.

Según su ejemplo, una gran empresa puede producir tortillas con máquinas sofisticadas, empleando ingenieros, contadores y otras personas con títulos, mientras que igualmente hay pequeños negocios que también pueden hacer tortillas, pero con tecnologías más simples que requieren emplear trabajadores de capacitación muy básica.

Es por ello que se necesita arrancar y atraer muchas empresas que soliciten empleo sofisticado, ya que ello estimula la demanda de trabajadores bien educados, lo cual comienza un círculo virtuoso que remunera la educación y la meritocracia. Lamentablemente, en México han crecido más las empresas informales que las formales, estancando la productividad y la demanda de trabajadores bien preparados.

¿Qué pasa si seguimos cómo vamos?

Conforme avance el ciclo demográfico y envejece la población, la tasa de dependencia económica hará lo propio, por lo que cada vez los jóvenes tendrán que mantener un mayor número de menores y personas de la tercera edad.

En caso de que, como hasta ahora ha sucedido, no se incremente la productividad, o que las personas que integran el bono no tengan capacidad de ahorro, costará cada día más trabajo generar y acumular el valor para satisfacer a los dependientes, lo cual pone una importante presión en el gasto fiscal en el largo plazo. El FMI calcula que el déficit federal de pensiones subirá de 1.5% en 2015 a 2.0% en 2030 y que, para dicho año, México tenga que gastar el 2.8% de su PIB en pensiones, casi el doble que en el 2010.

Esto se puede contrarrestar parcialmente alargando la vida productiva de los trabajadores, lo cual también requiere una mayor inversión en salud y bienestar. Hoy en día, los jóvenes —las generaciones Millennial y Centennial— no solo tendrían una juventud económicamente complicada, con mayor pobreza y menores oportunidades que las que tuvieron sus padres, sino que también tendrían una vejez poco favorable, ya que no contarán con las generosas pensiones a las que están contribuyendo.  Así, el no aprovechar el bono demográfico implicaría que la posibilidad de desarrollo futuro del país también estaría en riesgo.

En el aspecto geopolítico, diversos países toman nota sobre si México aprovechará a sus jóvenes. Por ejemplo, al compararse con sus socios de Estados Unidos y Canadá, México cuenta con la población más joven, lo cual es una palanca de desarrollo con potencial crucial para cooperar con el bloque o competir con dichas naciones. Además, el principal bono demográfico con el que cuenta EU, menor en proporción, fue aportado principalmente por los mexicanos que emigraron al vecino del norte.

¿Cómo aprovechar el bono demográfico en tiempos de AMLO?

De acuerdo con la encuesta de salida de Defoe, el 45% de los jóvenes de entre 18 a 25 años sufragaron a favor de López Obrador. También lo hicieron el 53% de los jóvenes de 26 a 35 años y el 52% de las personas entre 36 a 45 años. En síntesis, la mayoría de los integrantes del bono demográfico depositaron su confianza en el candidato vencedor.

A pesar de la multidimensionalidad e hipercomplejidad de los temas alrededor del bono demográfico, se pueden dar visos de orden para ir atacando los frentes. En primer lugar, es necesario aprovechar el pico de personas en edad productiva, por lo que una prioridad clave es la generar un número masivo de empleos, y mientras más productivos, mejor.

Un buen primer paso en ese tenor fue la suma del Consejo Coordinador Empresarial al programa “Jóvenes Construyendo el Futuro” para la formación de jóvenes en las empresas, aún a costa de un posiblemente controvertido subsidio por parte del gobierno, que pagaría parte de la nómina de dichos jóvenes. Además, el programa contempla la emisión de becas. Esto podría tener un efecto multiplicador en comparación con el monto invertido, pero requerirá que el destino de los subsidios haga sentido, que se distribuya con equidad y se monitoree con efectividad. La inversión anual será de 110 mil millones de pesos.

Sin embargo, estos esfuerzos deben contemplar los avances tecnológicos, con ciclos cada vez más cortos y que tienden a desaparecer puestos de trabajo. Aquí se tiene que encontrar un adecuado balance para que la implementación de la tecnología tenga un objetivo de incremento de la productividad del sistema y no únicamente de disminución de costos.

Igualmente, se tendrá que contemplar la subida de los sueldos, que más allá de las tan temidas presiones inflacionarias, deberá darse en un balance que incluya la recuperación del poder adquisitivo, así como un buen amortiguamiento de las fuerzas geográficas y tecnológicas sobre los salarios. En el aspecto geográfico, México tiene el dudoso honor de tener algunos de los salarios más bajos de la región latinoamericana y del mundo emergente, y los más bajos de la región norteamericana. Esto puede ser usado como una ‘ventaja competitiva’ por enésima vez. Pero también tiene una mano de obra de calidad heterogénea, desde de clase mundial hasta muy básica, dependiendo de la industria y tecnología que se trate.

También se tendrá que apoyar la incursión de las mujeres en el mercado laboral, ya que, además de que no tienen equidad en la remuneración, merecen más flexibilidad para alcanzar su desarrollo personal y profesional. Este incluye medidas como el apoyo para el cuidado de los hijos, el aseguramiento de la calidad en las guarderías y el impulso de la participación de los hombres en el hogar. Esto liberaría el llamado bono de género, inherente al bono demográfico.

Un programa integral y a la altura de la coyuntura también debe contener un esquema de reinserción armónica para migrantes, auto deportados y dreamers que se asentarán en México, al menos en el corto plazo. Debe incluir la convalidación de estudios y la participación en el mercado laboral. Algunos de estos esfuerzos ya existen, pero la diferencia será su integración y el apuntalamiento para aprovechar la coyuntura. Mientras los migrantes pueden traer nuevas habilidades y conocimientos al sistema, su juventud también puede estimular el retraso de la decadencia del bono demográfico.

Asimismo, el emprendimiento en sus diferentes facetas puede jugar un papel importante, pudiendo ir desde el apoyo al autoempleo, al financiamiento, la continuación con los programas de Pymes y emprendedores, el impulso a las mejores prácticas de gobierno corporativo en las startups, entre otras iniciativas.

Igualmente, se tienen que mejorar las condiciones laborales, de forma que se combine la flexibilidad de la economía informal con la eficiencia de escala y con la productividad del sector formal. Será necesario mantener la red de seguridad mínima por desempleo temporal, la cual puede dar claridad de maniobra a personas en una transición laboral difícil.

En el aspecto educativo, se tiene que estimular la capacitación y la transición educativa para que los trabajadores —tanto actuales como futuros— puedan adquirir habilidades distintas y dominar tecnologías nuevas. Esto se tiene que hacer con velocidad, asertividad y visión; de lo contrario, se corre el riesgo de que nuestra fuerza laboral esté obsoleta antes de que comience a trabajar. Los esquemas tienen que facilitar que las personas se capaciten de 3 a 6 meses y cumplan ciclos de trabajo de 3 a 5 años, donde se desenvuelvan en las nuevas industrias y tecnologías.

Más adelante, se tendrán que establecer más mecanismos que fomenten el ahorro tanto para el corto plazo como para el retiro, pudiendo incluir incentivos fiscales, acceso a servicios de salud y reingeniería de las políticas de jubilación y pensión. El aumento en las tasas de ahorro nacional puede también incidir en la productividad del capital acumulado, pero quizá sea igualmente importante realizar una enésima reforma a las pensiones, de forma que ejerzan menos presión sobre las finanzas gubernamentales.

Los cambios en los sistemas de pensiones y la extensión de la vida laboral requerirán la forzosa mejora de las condiciones de vida de la población, las cuales no son idóneas dados los altos índices de desarrollo de obesidad, padecimientos cardiacos y enfermedades crónico-degenerativas no transmisibles, las cuales acortan el tiempo de jubilación. Nuevamente, el abaratamiento de los costos de salud y el enfoque preventivo serán clave para la población joven.

En síntesis, el aprovechamiento del bono demográfico representa uno de los retos más grandes que tiene México hoy en día. Mientras las circunstancias nos han distraído para considerar a las juventudes y al bono demográfico como claves para el desarrollo del país, es el mismo peso de la coyuntura el que nos exige que tomemos las medidas para arreglarlo. No es descabellado poner esta situación como una de las prioridades de la agenda, a la altura de la inseguridad y de la erradicación de la corrupción.

Como hemos visto aquí, el tiempo corre y la situación apremia. En caso de acertar, México aprovechará su bono demográfico y dará el salto de desarrollo que ha esperado desde hace años. En caso de que no, el país habrá desperdiciado su enésima oportunidad de oro, y de paso, generado una potencial crisis socioeconómica, con millones de afectados. En pocas palabras, ni AMLO ni nosotros le podemos fallar a nuestros jóvenes.

(Con información de Forbes México)

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