La patria, en vilo por el parto de la democracia

Lamento los gritos desesperados de los indígenas chiapanecos que no ven los beneficios del cambio de gobierno en medio de la violencia

MÉXICO. Me gusta la gente del Norte por franca, emprendedora y unida. Me gusta la gente del Centro por su creatividad, voluntad y constancia. Me gusta la gente del Sursureste por su laboriosidad, fortaleza y bonhomía. Desde mi estancia en la UNAM, conviví con estudiantes norteños, de occidente, oriente, el bajío, centro, sur y sureste. Noté diferencias en el carácter, aspiraciones, compromisos y expresión de amistad, lo digo sin profundizar ni estigmatizar en regionalismos. En el desempeño profesional, en la convivencia familiar, lejos de Tabasco, pude notar más esas diferencias.

Los tabasqueños somos reservados, pero cuando confiamos en una persona le entregamos por entero nuestra sincera amistad. Lamento que, ante los ojos del mundo por motivos políticos, a los tabasqueños nos empiecen a tachar como taimados. Bien dice el dicho que por uno pagamos todos.

En estas fiestas patrias, hasta el norte, centro y sur del país, un abrazo a esos grandes amigos que conocí en la etapa universitaria: Juan López Tubillo de Mexicali, BC; Enrique Collard Picos de Sinaloa, Armando Lomelí Velázquez, Javier Díaz Dueñas, Martha Herrera Campuzano, María de Lourdes Pérez Villaseñor de la CDMX, Armando Cabrera Jasso de Tabasco, José Becerra O´leary, Juan Bueno Torio y Josué Rosas Rodríguez de Veracruz, Saúl Peña García de Puebla, entre otros. A todos ellos les agradezco su hidalga amistad, reconociendo mis errores que alguna vez pudieron entorpecerla.

Lamento los gritos desesperados de los indígenas chiapanecos que no ven los beneficios del cambio de gobierno y siguen los enfrentamientos violentos en ese territorio. Lamento los gritos desesperados de los agricultores de Chihuahua por decisiones políticas incongruentes que están provocando un profundo cisma en la sociedad mexicana y más lamento que esas decisiones provengan de la Presidencia de la República que está obligada a sumar, no a restar; a unir, no a dividir.

En el mes de la patria, cuando los mexicanos deberíamos más unidos celebrando en medio de la pandemia nuestros fuertes lazos como Nación, veo un país dividido, desesperado y diezmado: pobres contra ricos, hombres contra mujeres, padres contra hijos, hijos contra padres, hermanos contra hermanos, soldados contra civiles, burócratas contra IP, jóvenes contra viejos, chairos contra fifís, liberales contra conservadores, presidente contra gobernadores, medios oficialistas contra independientes, periodistas contra publicistas, evangélicos contra católicos y hasta se pudiera dar una confrontación Norte contra Sur o Sur contra Norte.

En el pasado, la división de los mexicanos le costó a México la pérdida de más de la mitad de su territorio. Hoy, a dos años del añorado cambio, estamos a punto de perder, como dice la canción “Hermano dame tu mano” que cantaba Mercedes Sosa: una cosa pequeñita, que se llama libertad. Pordiositosanto.

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