De pantalones revolucionarios hasta el traje del rey
El pantalón de las clases pobres se convirtió en identidad y símbolo revolucionario y lo empezó a usar la clase dirigente burguesa
VINO BLANCO.
Cuando me preguntó ¿de qué lado se coloca el miembro? Y no se refería a ningún club, caí en cuenta de que estaba ante un sastre muy especial, meticuloso, atento a los detalles. Le dije que no tenía preferencia pero que regularmente “aquello” agarraba para la derecha de manera natural.
Ni cuando me tomaron las medidas en una sastrería de Villahermosa para el traje que luciría en la graduación de secundaria, ni con Iturbide De la Cruz en Macuspana donde alguna vez me maquilaron un pantalón, menos en la sastrería Hidalgo en la CDMX donde me hicieron dos trajes de tres piezas, ningún sastre me había hecho tan singular pregunta, solo aquel del sur de Jalisco, con cinta métrica en mano, voz pausada y mirada de panteonero.
Si toma a la derecha o a la izquierda, considero, es opcional, hereditario o los calzones están apretados. Pordiositosanto.
VINO ROSADO.
Disculpen esta entrada que no tiene nada de elegante y puede parecer grosera, pero no había reparado en detalles tan simples y triviales aparentemente sin ninguna utilidad que obedecen a reglas no escritas que tienden a desaparecer o han desaparecido.
La citada, se usó antes de la revolución francesa cuando los hombres de la clase alta usaban calzón llamado “culotte”, medias, casaca (lo que hoy es el saco) y chupa (chaleco) y los sastres tenían que medir todo con precisión digital a gusto del cliente.
En México, antes de la revolución, los sastres tomaban esta providencia que desapareció como desaparecen reglas, modos y oficios con el tiempo.
VINO ESPUMOSO.
Los aristócratas franceses llamaban al pueblo, los sans-culottes, los sin calzones, los que no tenían para pagarse medias y usaban un calzón sencillo que se alargaba hasta los tobillos, llamado pantalón, que la academia francesa de la lengua definió como “calzón y media de una sola pieza”, usado por labradores, ganaderos, artesanos, pobres y esclavos.
Era la prenda que vestía el pueblo, masculino, por supuesto. Llegó 1789 y París se incendió, la revolución francesa, ideológica, también tocó lo estético y la moda.
El pueblo fue el protagonista de la revolución, el pantalón se convirtió en identidad y símbolo revolucionario y lo empezó a usar la clase dirigente burguesa. Desde el siglo XIX, el pantalón es la prenda que viste el hombre exclusivamente y más tarde las mujeres ante el empuje feminista.
VINO TINTO.
Como en el cuento infantil de Hans Christian Andersen, “El traje nuevo del emperador”, en la actualidad hay sastres buenos y sastres impostores que le venden a los gobernantes ideas invisibles que los hacen lucir en cueros ante los ciudadanos, o los que dicen que confeccionan con casimir inglés y usan 80 % poliéster y 20 % algodón.
Como todos los cuentos: Había una vez un rey al que le encantaban los trajes, tanto que hasta llegaba a desatender su reino por andar detrás de una prenda exclusiva, propia de su linaje. Su séquito lo consentía o dejaba de comer con manteca.
LA CAMINERA.
Entonces llegaron unos impostores que se hicieron pasar por tejedores y le vendieron la idea de una tela tan especial que se volvía invisible a los ojos de los necios y de quienes no merecen su cargo.
El rey contrató que le hicieran un traje hecho con esa tela prodigiosa y todo el mundo sabe el desenlace del cuento. Su séquito y el pueblo le siguieron la corriente para evitar ser destituidos o sancionados, aunque en corto reían a carcajadas viéndolo desfilar desnudo creyendo en su propia mentira.
“Hasta que en medio de los elogios se oyó a un niño que dijo: ¡Está desnudo! Y todo el pueblo empezó a gritar lo mismo, pero, aunque el emperador estaba seguro de que tenían razón, continuó su desfile orgulloso”. Gracias a Hans por abrirnos los ojos.
Sea por Dios.