De cómo un sacerdote alaba a los ricos y critica a los pobres

El predicador fariseísta se atreve incluso a decir que los pobres son flojos y que no se les deben dar apoyos económicos

¿Cómo un integrante del clero osa tergiversar la biblia para convertir una advertencia contra los ricos en una arenga contra los pobres de México?
Mientras el texto bíblico fustiga a las élites que no ayudan a los pobres, el sacerdote católico de una pequeña capilla dice que en realidad no es contra los ricos sino que el texto solo quiere decir que los dueños del capital deben dar empleos a los pobres.
El predicador fariseísta se atreve incluso a decir que los pobres son flojos y que no se les deben dar apoyos económicos porque solo se dedican a emborracharse o drogarse con ese dinero.
Es decir, generaliza indebidamente a partir de casos concretos a todos los pobres y a todos los trabajadores.
Esta visión sesgada ya ha sido desmentida por investigaciones en Europa con la aplicación de subsidios directos a personas sin empleo, y cuyos resultados demuestran que la mayoría de las personas se superan, se vuelven más solidarios, emprendedores y mejoran su situación económica.
Más aún, el padrecito se alejó todavía más del discurso bíblico y se lanzó contra los apoyos a los jóvenes a quienes reiteró el apodo de ‘ninis’, a los que denostó igualmente tachándolos de flojos, sin tomar en cuenta los efectos positivos en la mayoría de ellos tanto para la continuación de sus estudios, como la consecución de un empleo para quienes ya no pueden seguir en la escuela.
Aunque usted no lo crea, el cura exhibió su misoginia diciendo que las jovencitas beneficiarias de becas de estudio o de trabajo se dedicaban a llevar una vida disoluta y quedaban embarazadas. De nuevo, generalizando a partir de algunos casos y adjudicando una conducta particular a la totalidad de las jóvenes mujeres.
Mientras la comunidad lo miraba, reprobando su actitud, el pastor católico se hundió más en el descrédito y criticó también el otorgamiento de pensiones a los adultos mayores, a quienes también atacó porque, según él, antes laboraban de ‘cerillos’ en los supermercados y ya no lo hacen.
En primer lugar, todos los adultos mayores trabajaron durante su larga vida y fueron excluidos de la seguridad social por las misma élites. Por lo tanto, merecen esa ayuda económica.
En segundo lugar, muchos de esos adultos mayores buscan empleo pero son las mismas empresas las que los discriminan. Cabe mencionar que el empleo de personas de la tercera edad en los supermercados se vino abajo por la pandemia. Y tras ella, las empresas han mantenido las restricciones para su contratación.
Además, las pensiones les permiten llevar una vida digna, y también, los ancianos pueden ayudar a sus familias en lugar de depender de ellas.
Por último, el desvarío de este ‘ministro de Dios’ llega al punto de negar la existencia de la pobreza y el hambre en México. Y se ve que él no pasa hambre, antes bien padece obesidad, pero esto no significa que no haya miles de personas con situaciones de hambre, de pobreza extrema a las que la Iglesia Católica, se supone, debería ayudar, apoyar, asesorar, impulsar, no a denostarlos.
Triste papel de este sacerdote católico, que en lugar de hablar por Cristo, por el pueblo, se dedica a repetir las consignas de las élites clericales, tratando de manipular políticamente a la gente, en lugar de circunscribirse a su función pastoral. Y peor aún, esgrimiendo mentiras en lugar de difundir la verdad, es decir, siendo un fariseo de nuestro tiempo.
Reitero: ¿Cómo este sujeto convierte un texto bíblico contra los ricos que obran mal, en una crítica a jóvenes, a mujeres y adultos mayores; de los apoyos sociales y de la administración pública, de los pobres, sin base alguna y hablando en defensa de las élites?

El texto evangélico en cuestión:

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

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