¿Se puede ser feminista y buena esposa?
La californiana Kathy Murray, quien se proclama feminista pero comparte las ideas del libro «The Surrendered Wife» («La esposa entregada»), de la escritora estadounidense Laura Doyle, narra la manera en la que logró que su esposo volviera a besarla y a sostener su mano. Pero su receta no está exenta de polémica.
Me divorcié de mi primer matrimonio a los 26 años. Me casé por segunda vez a los 32 años, pero poco tiempo después ya estaba durmiendo en el cuarto de invitados. Mi esposo y yo discutíamos todo el tiempo.
Gran parte de las peleas ocurrían porque yo pensaba que mi marido no sabía criar a los niños. Teníamos cuatro hijos entre los dos.
También discutíamos sobre cómo manejar nuestras finanzas y la frecuencia con que teníamos sexo.
Yo trabajaba a tiempo completo como directora financiera de una escuela privada. También era voluntaria en la escuela de mis hijos y en mi comunidad.
Aunque mi marido era representante de ventas para una empresa de construcción, yo era el sostén económico de la familia y actuaba como quien está a cargo.
No le decía a nadie que estaba en constante conflicto con él. Estaba avergonzada, enojada y resentida.
Los seis principios de una «esposa entregada»
- Abandona el control inapropiado sobre su esposo
- Respeta el pensamiento de su esposo
- Recibe sus regalos de buena gana y expresa gratitud hacia él
- Expresa lo que ella quiere sin tratar de controlarlo
- Confía en él para manejar las finanzas domésticas
- Se enfoca en su propio cuidado y realización personal
Fuente: Laura Doyle, autora de «The Surrendered Wife» («La esposa entregada»)
Si me enfurecía porque él ignoraba mis necesidades, mi esposo recurría a la televisión y se acurrucaba con nuestras mascotas. Todos los hombres quieren sexo, ¿no? Pues ese no era mi marido. Él no quería nada que ver conmigo. Era horrible.
Mientras más le dijera a mi marido cómo debían ser las cosas, menos lo intentaría él.
No podía resolver los problemas, así que lo arrastré a un consejero matrimonial. Eso solo empeoró las cosas. También enviamos a nuestros hijos a la consejería, pues ellos también soportaban en gran parte nuestro conflicto. Tampoco funcionó.
Entonces empecé a ir a las consultas yo sola. Me quejé de mi marido por más de un año. Después de gastar miles de dólares, me di cuenta de que estaba más cerca del divorcio que cuando empecé.
Podía llorar, pelear, gritar y poner mala cara, pensando que eventualmente él vendría. Pero no, no lo hizo.
Perdí peso, fui al gimnasio y empecé a llamar la atención de otros hombres que podrían estar dispuestos a corresponderme, pero sabía que no podía hacer eso.
Entonces me hacía la víctima y me enfurruñaba, lo cual tampoco funcionó.
Mi matrimonio estaba a punto de terminar cuando encontré un libro llamado «The Surrendered Wife» («La esposa entregada»), escrito por Laura Doyle.
Nadie nos enseña en la escuela cómo ser exitosas en la vida conyugal. Las mujeres que me rodean tampoco compartieron sus secretos conmigo.
Fue increíblemente humillante para mí reconocer que tenía responsabilidad en el fracaso de mis matrimonios. Pero al mismo tiempo fue algo que me empoderó.
No sabía que había sido irrespetuosa con mi marido, que lo estaba criticando y controlando.
Pensé que estaba siendo racional, lógica y útil. Simplemente no sabía que el respeto hacia los hombres es como el oxígeno. No es de extrañar que mi marido ya no estuviera interesado en mí sexualmente.
Nunca olvidaré la primera vez que me disculpé por ser ruda al corregirlo delante de los niños; tampoco el día que le dije «como tú creas», donde antes había tenido una opinión sólida sobre lo que él debía hacer.
Había entrenado a mi esposo para que pidiera permiso en todo momento y luego me había quejado durante un año de terapia por su incapacidad para tomar decisiones simples.
Entonces, renuncié al control de su vida, de sus elecciones y sus decisiones. Me concentré en mi propia felicidad.
Ya no actuaría más como su madre, sino como su amante.
Peleábamos cada vez menos. Mi marido comenzó a extender su mano para sostener la mía y a tirar de mí para besarme.
No tenía idea de que yo era responsable por mi propia felicidad. Pensé que mi esposo debía hacerme feliz.
He encontrado maneras sutiles para conseguir que mi marido esté de humor para tener sexo, lo cual es mucho más eficaz que pasar días mendigando, llorando o gritando que lo deseo.
Incluso, cuando yo no tengo ganas de hacer el amor pero el sí, a menudo hago un esfuerzo para estar abierta a recibir placer.
Mis hijos también comenzaron a notar el cambio en nuestra relación. Como resultado, su comportamiento mejoró. Nuestra casa volvió a ser pacífica y divertida.
Otras mujeres a menudo me preguntan si mi perspectiva se trata de hacerme la tonta o de convertirme en una esposa sumisa. Les digo que soy una feminista.
Rendirse es reconocer que no se puede controlar a nadie más que a uno mismo. Eso es empoderamiento.