Mosco molestoso
La historia se repite. Un texto claro y preciso de Denise Dresser:
Ah, esos derechos humanos tan latosos, tan irritantes. Como mosquitos molestos zigzagueando alrededor de la almohada por la noche. Como ronchas que no se pueden rascar. Como una urticaria que nada cura. Esos derechos que para un alto porcentaje de los mexicanos se usan para “defender a delincuentes”, “liberar a malandrines”, “debilitar el Estado de derecho”. Esos derechos que algunos trivializan porque no entienden lo que entraña defenderlos en su nombre y en el de la democracia. Ciudadanos que deberían exigir respeto a las normas y en lugar de ello exigen mano dura aunque las viole. Malentendiendo y minimizando aquello que deberían proteger por su propio bien y por la legitimidad del gobierno. Hoy en México los derechos humanos tienen mala reputación.
Basta con ver las reacciones a la investigación realizada por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos sobre Tanhuato, donde hubo un supuesto “enfrentamiento” entre policías y criminales. No tardó en venir la descalificación de lo revelado. La crítica a lo evidenciado. La defensa de lo indefendible y detallado en cientos de cuartillas. El uso excesivo de la fuerza por parte de la Policía Federal que derivó en la ejecución arbitraria de 22 civiles. La violación a la integridad personal que resultó en dos personas torturadas y una quemada viva. Una historia de tratos inhumanos y violatorios de la ley por parte de quienes deberían aplicarla. Una historia del Estado ignorando derechos que llevaron a su fundación. El Estado emerge para proteger la vida, como escribe Joseph Strayer en On the Medieval Origins of the Modern State. Surge para evitar que se imponga la ley del más fuerte, del que carga el arma, del que hace lo que se le da la gana.
Y habrá quienes digan que los ejecutados “no eran angelitos” y que “los policías también tienen derechos humanos” y que quienes fueron acribillados después de rendirse o aun estando desarmados “se lo merecían”. Habrá quienes justifiquen las mentiras que los dirigentes de la Policía Federal dijeron sobre el operativo, y la manipulación de 7 cadáveres y 7 armas, y la colocación deliberada de armas de fuego asociadas con 16 cadáveres y “la sustitución del arma de fuego que aparece en una fotografía relacionada con un cadáver, por otra que fue manipulada y movida de su posición original posterior al deceso de la víctima”. Violación tras violación a derechos fundamentales, fundacionales, elementales. Aquellos que los supuestos criminales también tienen. Aquellos que el Estado ignora cuando ejecuta en vez de aprehender, cuando decide arbitrariamente que alguien es culpable en lugar de proteger su presunción de inocencia, cuando asesina en lugar de llevar a juicio, cuando miente en vez de rendir cuentas.
Y cuando abusa de la fuerza que tiene como lo hizo ese día en el “Rancho del Sol”, donde murieron 42 civiles y sólo un policía. Tanhuato lamentablemente forma parte de un modus operandi, un patrón preocupante descubierto por Catalina Pérez Correa, Carlos Silva Forné y Rodrigo Gutiérrez Rivas en el artículo “Índice de letalidad: Menos enfrentamientos, más opacidad”, publicado en la revista Nexos. Allí, documentada, la alta letalidad —la relación de civiles/policías muertos— de las fuerzas federales y la opacidad de su comportamiento. El uso excesivo y desproporcionado de la fuerza letal. La inercia del aprendizaje institucional sobre la aplicación de la fuerza y su uso bajo una lógica de guerra. La falta de respeto a estándares nacionales e internacionales de excepcionalidad, necesidad y proporcionalidad. La violación abierta a derechos humanos por parte del Estado.
Nadie alzará la voz
Y ojalá quienes dicen que los derechos humanos se han convertido en coartada y defensa de delincuentes recuerden ese argumento cuando les violen los derechos que tanto desprecian. Ojalá entonces recuerden el famoso poema de Martin Niemoller: “Primero vinieron por los socialistas y no hablé porque no era socialista. Después vinieron por los obreros y no hablé porque no era obrero. Luego vinieron por los judíos y no hablé porque no era judío. Finalmente vinieron por mí, y ya no había nadie que hablara en mi nombre”. Porque si los mexicanos siguen descalificando los derechos humanos como insectos molestos, el día que la picadura provenga de la bala de un policía, no habrá quien alce la voz. Serán uno de tantos, sin nombre y sin derechos. Un mosquito más.— Ciudad de México.