Los orangutanes van a la escuela en Borneo

En la isla hay una escuela que prepara a sus alumnos para regresar a la selva. La institución es hogar de unos 450 orangutanes huérfanos

En los humanos la educación comienza en el jardín de niños, al que le siguen la escuela primaria, la secundaria, el bachillerato y la universidad, que nos prepara para salir a ganarnos la vida en la selva urbana. Consciente o inconscientemente, estamos convencidos que en la naturaleza somos los únicos que tenemos una educación como esta. No es así.

En Borneo hay una escuela, única en el mundo, que prepara a sus alumnos para regresar a la selva. La escuela Nyaru Menteng es el hogar de unos 450 orangutanes huérfanos.

Ubicada a las afueras de la ciudad de Palangka Raya, capital de la región de Kalimantan Central, en el sur de Borneo, Nyaru Menteng se ha convertido en el centro más importante para la conservación de orangutanes, con clínicas, islas y bosques donde se les entrena.

En la vida silvestre, un orangután puede pasar los primeros seis o siete años de su vida al cuidado de su madre, pero cuando un bebé orangután es separado de su madre su desarrollo natural y su aprendizaje se detienen, por lo cual en los primeros años de su vida en Nyaru Menteng se les rehabilita para que adquieran las habilidades necesarias con el fin de que una vez que alcancen la edad suficiente puedan sobrevivir en la selva de Borneo.

Los orangutanes recién llegados y los muy jóvenes pasan el día en la guardería en la que sus niñeras los cuidan las 24 horas del día. Su salud se monitorea cuidadosamente pues muchos llegan desnutridos, propensos a enfermedades y con el sistema inmune muy disminuido.

En la guardería aprenden a subir y a moverse por los árboles, a experimentar con nuevos alimentos y a interactuar con otros bebés orangutanes.

Después de algunos años, cuando están más fuertes y son más independientes, los jóvenes son llevados a la escuela del bosque, en la que empiezan a desarrollar las habilidades que necesitarán como adultos en la selva: subir y moverse entre los árboles, construir un nido, nadar, experimentar nuevos alimentos y evitar los peligros, actividades que ahora practican diario. En ocasiones regresan al anochecer, como cualquier joven, para comer algo, tomar leche y dormir.

Antes de graduarse, deben vivir en algunas islas del río Rungan, cercano a la escuela. Durante al menos dos temporadas de secas y una de lluvias se les lleva a estos cayos para que se adapten a la disponibilidad y escasez de comida.

Deben aprender que hay épocas en las que el alimento escasea y que para sobrevivir dependerán más de las hojas que de las frutas, como lo harían en la vida silvestre.

Después de su estancia en las islas, son liberados en grupos pequeños, y ése será el momento en que tendrán que decidir si permanecen en el grupo o siguen su propio camino.

La vida de Sandra en cautiverio

Junto con los chimpancés, los orangutanes son los primates más cercanos a nosotros gracias a que compartimos con ellos entre 96 y 98% del DNA.

Por esta cercanía genética, en 2014 una corte en Argentina concedió a Sandra –una hembra de orangután que había pasado 20 años en cautiverio en un zoológico de Buenos Aires, la capital del país– algunos derechos que disfrutamos los humanos.

Sandra nació en 1986 en el zoológico de Rostock, en lo que entonces era la República Democrática Alemana. Como su madre la rechazó, creció en soledad hasta que en 1995 fue vendida a un zoológico de Buenos Aires; tras engendrar y rechazar a su hija Sheinbira (hay versiones que aseguran que fue vendida a un zoo chino), vivió nueve años deprimida encerrada en una jaula de cemento.

En 2014, la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (AFADA) consideró que su situación era intolerable y acudió a los tribunales para que dejara de ser considerada “cosa”.

En marzo de 2015, el asunto llegó al Juzgado Contencioso, Administrativo y Tributario número 4 de la Ciudad de Buenos Aires, dirigido por la juez Elena Liberatori, quien ordenó se le hicieran exámenes médicos y estuvo con ella, dándole la mano.

“Estudié leyes para defender a los inocentes, y no hay nada más inocente que un animal”, argumentó Liberatori.

Peleó y logró se le diera personalidad jurídica para ser reconocida como “sujeto de derecho”; ordenándose al gobierno de la ciudad de Buenos Aires, propietario del zoológico, garantizar “condiciones naturales del hábitat y actividades necesarias para preservar sus habilidades cognitivas”.

Para cumplir la sentencia fue trasladada a un parque zoológico de Florida, Estados Unidos; mientras estuvo en Buenos Aires se le dieron pelotas, canastas, telas, periódicos y mecates para jugar.

En septiembre de 2019 Sandra llegó a Kansas y de ahí será enviada al Centro para Grandes Simios, en Florida, Estados Unidos, su nuevo hogar en el que vivirá en libertad.

(Con información de Gaceta UNAM)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Social Media Auto Publish Powered By : XYZScripts.com