La vida de los homosexuales en Alemania
Gottfried Lorenz y Friedrich Schmehling, procesados en los años 50 por homosexualidad, se alegran de que Alemania quiera rehabilitar a los condenados, pero nada borrará «el peso» de una vida clandestina atenazada por el miedo.
Ser gay en la Alemania del Oeste, que castigaba las relaciones sexuales entre hombres, era como «tener un pie en la cárcel», resume Schmehling, de 74 años.
Este aprendiz de carpintero fue juzgado por mantener relaciones sexuales en los parques de Rastatt (sudoeste) y, con 15 años, condenado a pasar unas semanas entre rejas en un centro penitenciario para menores de edad.
Su edad le ayudó a ser tratado como víctima más que como delincuente, pero una de sus parejas ocasionales fue condenada a siete años y medio de cárcel. Nunca lo volvió a ver.
Lorenz, de 76 años, tenía 18 cuando interpuso una demanda por agresión y robo contra un hombre que acababa de conocer en Saarbruck (sudoeste), pero el procesado acabó siendo él «por relación contra natura».
«La policía fue correcta, no hubo insultos. Pero esas ocho semanas me parecieron una eternidad», cuenta este profesor afable en el salón, lleno de libros y marionetas, de su casa cercana a Hamburgo (norte).
Este miércoles, el Gobierno abrió el proceso para su rehabilitación e indemnización adoptando un proyecto de ley.
Discrimanción oculta
Los investigadores in«Discriminación oculta»terrogaron a sus parientes y revelaron a su familia que era homosexual. Superó sus tendencias suicidas dedicándose a los «estudios», su «terapia».
Los dos hombres se libraron de las condenas a largas penas dictadas contra muchos homosexuales alemanes (50.000 condenados después de la guerra), pero la represión les ha impedido vivir sus amoríos a la luz del día.
Friedrich Schmehling se dio cuenta de las repercusiones de su condena cuando quiso postularse como carpintero en el Tribunal de Apelaciones de Berlín. No pudo.
Gottfried Lorenz optó por no casarse, «una excepción en su generación», y por «no ocultar» su orientación sexual al que le preguntase.
No obstante, la represión penal «significaba tener constantemente miedo de que algo sucediese. Es muy fuerte: podía ocurrir en cualquier momento. Es el peso de esta vida», recuerda.
Más allá de los procesamientos, la sospecha de una «discriminación oculta» envenenaba las relaciones laborales y la vida «en los sindicatos, los partidos políticos o la iglesia», añade Lorenz.
Rivalidad
Él se convirtió en militante y luego en historiador del movimiento gay. Como tal, descubrió la cantidad de suicidios entre los homosexuales de su edad, pero también la «instrumentalización» del código penal para resolver los conflictos.
«Incluso sin ser homófobo, se usaba (como excusa) para apartar a un rival», explica, citando dos ejemplos célebres en Alemania: las maniobras de los filósofos Adorno y Horckheimer para excluir de una cátedra universitaria al historiador Golo Mann y la jubilación de oficio del general Günter Kiessling.
«No había ningún partido que no fuera homófobo, ningún patrón derecha-izquierda, o incluso creyente/ateo, sobre este tema», afirma.
Los dos jubilados aprueban el proyecto de rehabilitación, aunque Gottfried Lorenz estima que una parte de los hombres afectados no harán públicos sus casos porque tienen esposa e hijos o no han conservado la prueba de la sentencia.
Friedrich Schmehling, enfermo de cáncer, tiene ganas de que borren su condena porque «no quiere morir como expresidiario».
Aun así, lamenta que Bernd, su pareja fallecida en 2011 y con el que vivió 28 años, no pueda beneficiarse de ello. «Creo que se sentiría tan feliz como el día en el que se enteró de la caída del Muro», cuenta.
(Con información de AFP)