La lucha de Menchú por los derechos indígenas

A 25 años de haber recibido el Premio Nobel de la Paz, en 1992, la activista Rigoberta Menchú Tum (Uspantán, Guatemala, 1959) consideró al galardón como una ruta que le ha facilitado ofrecer una perspectiva de paz, donde su protagonismo pasó de la denuncia al cumplimiento de una agenda colectiva en la que el respeto a los derechos humanos de los pueblos indígenas avanza, aunque falta mucho por hacer.

A partir de un testimonio de vida doloroso, que se opone a la victimización indígena y arrastra en su pasado el crimen de su padre, la tortura de su madre y la lucha guerrillera de sus hermanos, la campesina guatemalteca se levantó de su pequeño pueblo maya quiché para convertirse en una activista incansable, quien dio una conferencia magistral en su condición de investigadora extraordinaria y doctora Honoris Causa por la UNAM.

En el Auditorio Mario de la Cueva de la Torre II de Humanidades, Rigoberta Menchú recordó que cuando su nombre se barajaba para el Nobel, unos meses antes de anunciarlo en su favor, algunos le decían que soñaba en las alturas y que era imposible recibirlo por una indígena y mujer, como ella.

“Si algo queremos enaltecer en estos 25 años es nuestra coherencia en el tiempo, es hacer lo que prometemos. Y es hacerlo a pie, porque no hemos sido parte de los poderes”, señaló.

Mencionó que el suyo “es un testimonio moral y ético, una disciplina de trabajo y una constancia permanente de dar la lucha en el mismo lugar” y que estos cinco lustros han sido un tiempo de alianzas, porque sin la complementariedad de varios grupos indígenas hubiera sido imposible una batalla de por vida.

Agendas comunes

Refirió que en estos años, diversos grupos indígenas de Guatemala, México y de ahí a toda América Latina y el resto del mundo han logrado la construcción de agendas comunes y de escenarios abiertos, con liderazgos adecuados coincidentes con la academia.

También, han ganado litigios y propiciado normativas para hacer justicia en casos tan dramáticos como la masacre de la embajada española en Guatemala en 1980, donde su padre fue una de las víctimas.

“Me siento orgullosa de estos 25 años, porque hemos trabajado fuerte y hemos incorporado ideas extraordinarias en la mente de muchas personas, en especial de los jóvenes”, apuntó.

Acompañaron a Menchú Alberto Vital Díaz, coordinador de Humanidades, y Arturo Taracena Arriola, investigador del Centro Peninsular en Humanidades y en Ciencias Sociales de la UNAM.

En la Facultad de Derecho

Un día después, en la Facultad de Derecho, Menchú dijo a alumnos: “Yo creo en ustedes, jóvenes, porque están iniciando una carrera, una carrera por la vida y para las ciencias de la vida, no únicamente para la academia”. Y los urgió a construir liderazgos para la paz en el mundo e incrementar su actitud humana.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, citó, hay cuatro mil millones de jóvenes en el planeta menores de 30 años; de ellos, 70 millones están desempleados.

Comentó que no deben volver a empezar, sino nutrirse de los conocimientos que el ser humano ha producido en torno al derecho, sobre todo de los derechos humanos fundamentales.

Al final de su exposición, Julián Güitrón Fuentevilla, decano del Consejo Técnico de la Facultad de Derecho, le entregó a Menchú la Medalla Isidro Fabela en reconocimiento a su labor.

“Después de 1992, usted ha redoblado sus méritos de lucha. Es un ejemplo de vida y una doctora en la vida”, refirió para luego colgarle la medalla.

Los acompañaron en el acto Raúl Contreras Bustamante, director de la Facultad, y los académicos Julieta Morales Sánchez, Víctor Garay Garzón y Guillermo Enrique Estrada Adán.

 

(Con información de Gaceta UNAM)

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