La «generación perdida» del norte de la República Centroafricana
«¿Quieres jugar con nosotros?» A falta de profesor, Moussa, un niño de Birao, en el norte de la República Centroafricana, se pasa los días en un campo de fútbol en vez de ir al colegio.
Y eso que, antes de ir al campo, sus padres lo dejaron por la mañana en el colegio de Garba, uno de los tres de educación primaria de la capital de la región de Vakaga, que cuenta con 422 alumnos inscritos. Pero no hay personal cualificado para enseñarles a leer o a contar.
«Yo soy el que da clase», explica Adam Deko, de 43 años, un profesor improvisado, sin diploma y que dejó de estudiar en secundaria.
En Vakaga, una región dejada al olvido y lindante con las fronteras de Chad y Sudán, hay menos de cinco profesores con contrato para 52 colegios y casi 38 mil niños de entre 7 y 18 años, «en edad escolar».
Entonces para llenar el vacío, una oenegé francesa forma «maestros-padres».
«Aguantamos»
«Remodelamos colegios, sensibilizamos a las comunidades sobre la importancia de la educación, entregamos kits escolares…». Alnour Sallet, director para Vakaga de la oenegé Triángulo, enumera la larga lista de acciones que la convierten en indispensable.
«Desde 2015, hemos formado a 260 maestros-padres», añade Sallet.
Adam es uno de ellos. «Tengo niños de entre 8 y 12 años en clase», dice antes de escribir en la pizarra la fecha. El aula está llena, hay un centenar de alumnos.
Djamila, de 13 años, es incapaz de concentrarse. «Somos demasiados, no tengo nada para escribir, somos cuatro por banco. Pero tenemos suerte, en otro colegio no tienen mesa».
Construido en 2017, «el otro colegio» es Djobkia, a unos cientos de metros de distancia. Los alumnos están sentados en el suelo y el profesor tiene una tiza blanca como único material escolar. «Necesitamos profesores», se queja Samedi Hatim, de 34 años, un maestro contratado este año tras cursar un año de sociología en la universidad de Bangui.
El gobierno prometió profesores y hasta asignó 110 para Vakaga. «Pero nunca llegaron, seguimos a la espera», asegura Hatim, que junto con un maestro-padre lleva el peso de educar a cientos de alumnos del colegio Djobkia. «Aguantamos, esperamos, ¿qué más podemos hacer?»
Maestros por un día
En otros lugares de la ciudad, los pocos funcionarios presentes se organizaron para impartir clases: el inspector, el director, el intendente, el administrador y el jefe de estudios del centro de enseñanza secundaria se convierten en profesores por un día.
«Damos unas cuatro horas de clases por aula por semana» debido a la falta de material y de profesorado, explica el jefe de estudios Dieudonné Koudoufara, de 62 años, sentado en una mesa de una sala vacía.
«Aquí todo lleva retraso, sólo tenemos clase de algunas asignaturas y empezamos el año escolar con meses de retraso», corrobora Abattor, de 21 años, en último año de secundaria.
«El PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) trajo tablas para reparar las mesas y los bancos del centro de secundaria. Pero hace falta dinero para pagar a los carpinteros», prosigue, contrariado.
En 2017 en Birao, 29 alumnos se presentaron al examen de bachillerato sobre una población estimada en 120 mil personas y 26 mil niños «escolarizados». Sólo aprobó uno.
«Y cuando consigues el bachillerato ¿después qué haces?», pregunta Moustapha Fadoul, de la casa de la juventud de Birao.
«Estudiar en Bangui es peligroso para nosotros, los musulmanes. Y en Sudán es demasiado caro. Estamos bloqueados aquí, condenados a ser agricultores», añade.
Por eso los jóvenes cortan bambú para venderlo a los comerciantes que van a Sudán, plantan cacahuetes y frijoles. O se unen al grupo armado que controla la ciudad, el Frente Popular para el Renacimiento de Centroáfrica (FPRC), del jefe de guerra Nuredin Adam.
«Somos una generación perdida», dice cabizbajo un alumno que espera delante del colegio Djobkia. «No sé qué vamos a hacer».
(Con información de AFP)