Kaláshnikovs en mano, pelean ganaderos en Sudán del Sur

Esta generación nació y creció con la guerra […] Forman una mayoría y pelean. ¿Cómo se puede cambiar eso?, dice Majok Mon

Bajo los primeros rayos de sol, los niños se untan la piel con cenizas para protegerse de los mosquitos, las mujeres ordeñan las vacas y los hombres guían a su ganado en busca de pastos, una escena que repite desde hace siglos entre los ganaderos de Sudán del Sur.

El ganado marca el ritmo de vida de sus dueños, a veces hasta los extremos más violentos.

El robo de ganado existe desde tiempos inmemoriales en Sudán del Sur, pero en los últimos años ha vivido cambios radicales.

La guerra de la independencia de Sudán, que precedió a la guerra civil que empezó en 2013, provocó la llegada de numerosas armas automáticas al país y desorganizó los mecanismos tradicionales de resolución de conflictos.

Los kaláshnikovs sustituyeron a las lanzas de los pastores, mientras que el aflujo del dinero del petróleo y de los donantes tras la independencia de 2011 disparó el precio de las mujeres casaderas, cuya dote se paga en vacas.

El robo de reses se traduce ahora en sangrientos asaltos con armas automáticas, lo que alimenta interminables ciclos de venganza.

Según la misión de la ONU para Sudán del Sur (Minuss), 218 ganaderos fueron abatidos solo en enero de este año en este tipo de ataques.

«Está bien tener un arma, porque esto nos ayuda a proteger al ganado», explica, casi sin inmutarse, Puk Duoth, un pastor de 25 años, cerca de Udier (noreste).

Dotes cada vez más caras

En las culturas nuer y dinka, las dos comunidades de ganaderos más importantes del país, los chicos son bautizados según las características de los toros favoritos de la familia, mientras que se escriben canciones a la gloria de estos bovinos de largos cuernos.

«Si estás enfermo, se puede vender una vaca y el dinero se puede utilizar para el tratamiento», explica Benu Shuer, un jefe dinka del campo de Amading, en las afueras del pueblo de Rumbek (centro), una de las regiones más afectadas por la violencia ligada con el robo de ganado.

«Si una mujer muere y deja un bebé, el niño vivirá porque se ordeñará una vaca para alimentarlo», agrega.

La fama y la riqueza de un hombre son proporcionales al tamaño de su manada. Cada vaca vale unos 500 dólares (440 euros).

«Para nosotros, una vaca es fuente de dinero», confirma el jefe Shuer. En las comunidades de ganaderos, las mujeres más altas son las más codiciadas, explica el jefe, que mide más de 2 metros. Su hija más alta le reportó 250 cabezas de ganado en forma de dote, señala.

Según Majok Mon, de la oenegé Safer World, el «precio de la esposa» aumentó considerablemente desde la independencia del país, en 2011. Políticos, militares y notables bien conectados aprovecharon su posición y «lograron recabar mucho dinero», lo que disparó el precio medio de las dotes, que pasó de unas 20 cabezas de ganado a unas 100.

Fuera de control

Así, muchos son los hombres que no tienen medios para casarse, mientras las armas de fuego siguen afluyendo en el país, devastado por la guerra de independencia contra Sudán y el conflicto interno, en un contexto de rivalidades entre el presidente Salva Kiir, un dinka, y su exvicepresidente Riek Mashar, un nuer.

Según Peter Mashar, también de Safer World, ambos bandos movilizaron y armaron a los ganaderos.

Arma en mano, estos últimos fueron olvidando los sistemas tradicionales de resolución de disputas, que implicaban la mediación de jefes tribales, para recurrir a la violencia. Según el jefe Shuer, los fusiles dieron una nueva dimensión al robo de ganado.

Un informe sobre la militarización del robo de ganado en Sudán del Sur, publicado en 2018 en el Journal of International Humanitarian Action, considera que dirigentes como Kiir y Mashar «ya no controlan a los ladrones de ganado» que, sin embargo, contribuyeron a armar.

Y aunque desde septiembre de 2018 la situación se haya calmado relativamente, gracias a un nuevo acuerdo de paz, la relación entre comunidades de ganaderos sigue siendo tensa. Sus ataques mortíferos cada vez dejan más víctimas entre las mujeres y los niños, y casi no guardan relación con la propia guerra civil.

«Estamos lejos de lo que ocurre en Yuba entre las élites», que dialogaron para compartir el poder, confirma David Shearer, representante especial de la ONU para Sudán del Sur.

Para el trabajador humanitario Majok Mon, el panorama actual no augura ninguna paz duradera: «esta generación nació y creció con la guerra […] Forman una mayoría y son ellos quienes pelean. ¿Cómo se puede cambiar eso?».

(Con información de AFP)

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