El terror islamista en las aldeas aisladas de Mozambique

«Empalaron la cabeza con una pica de madera, la asaron al fuego de un coche que incendiaron y luego la dejaron tirada por ahí, en el mercado» explica Narciso Cassimo, habitante de la aldea de Naunde en el norte de Mozambique.

Frente a las ruinas carbonizadas de su casa, este criador de cabras cuenta la suerte sufrida por su vecino la noche del 4 de junio cuando los 2 mil habitantes de Naunde fueron atacados.

«Cortaron la cabeza del señor Alimo», recuerda Narciso Cassimo en su pueblo entre las palmeras, cerca del océano Índico y de la isla para ricos turistas de Ibo. «Buscaban a los hombres, a los jóvenes, para decapitarlos».

Él tuvo más suerte pues sobrevivió. «Pero quemaron todo lo que yo tenía, mis cabras, mis prendas, todo», añade. «Dormí bajo un árbol con mi mujer».

La operación sangrienta no fue reivindicada, pero para la población como para la policía, es obra de los «shababs», grupo de jóvenes musulmanes fundamentalistas que siembran el terror en la provincia de El Cabo Delgado desde hace meses.

En cada una de sus acciones, se repite el mismo procedimiento. Hombres armados salen del bosque, decapitan, pillan e incendian.

Desde el fin de mayo, dejaron tras ellos más de treinta muertos, según cálculo muy provisional.

«Capturados y muertos»

En Naunde, el balance fue particularmente duro. Siete personas muertas con arma blanca, otras siete heridas y más de 150 casas quemadas.

Una semana después del ataque, el pueblo sigue teniendo la apariencia de un campo de batalla. Algunos soldados, fusil en bandolera, deambulan por ahí en medio de escombros y ruinas de casas quemadas.

Ni el más mínimo ruido. Solo la brisa sobre las palmeras se siente en un pueblo aun conmocionado.

En todas las mentes resuenan los tiroteos y los gritos de miedo que se oyeron durante las horas de ocupación por parte de los islamistas.

«Llegaron de la playa. Al llegar, nos engañaron gritando +al ladrón, al ladrón+», recuerda el secretario del poblado, Mauricio Miranda. «Dos jóvenes salieron de sus casas para ver qué pasaba y los capturaron y los mataron».

Alertas desde el inicio de la violencia que incendió su provincia, los habitantes de Naunde se habían preparado a ser objeto de ataques de los «shabab».

«Decidimos enfrentarlos, pero no sabíamos si tenían armas de fuego. Solo teníamos machetes, veneno de serpiente y arcos y flechas», agregó Miranda. «Cuando tratamos de reaccionar, dispararon contra nosotros, nos masacraron (…) y huimos».

«¡Huyan!»

Residente de un pueblo vecino, el director de la escuela de Naunde se colocó de frente a los «insurgentes» cuando le anunciaron sobre el ataque.

«Nos vimos frente a ellos cuando incendiaban un automóvil. Nos detuvimos y los miramos», dice Atanasio Nacir. «Ahí fue cuando una mujer nos dijo que mejor nos fuéramos porque atacan sobretodo a los hombres».

El director y otras personas se fueron de inmediato. Pese al pánico su adjunto, Issufo Amade, afirma que tuvo tiempo de ver a «blancos» entre los atacantes.

«Eran tres blancos, corpulentos, llevaban grandes bolsas», afirmó. «No comprendí la lengua que hablaban (…), tenían uniformes, los mismos que lleva nuestro ejército».

Durante unas horas los asaltantes saquearon y destruyeron.

«Quemaron dos de mis casas (…) y mis 25 cabras en el corral», se lamenta el secretario Mauricio Miranda.

«Luego se fueron y destruyeron el puente sobre el río Magaluma, para impedir que los siguiera el ejército», agregó

Los centenares de habitantes que huyeron para salvar su pellejo no han regresado todavía.

(Con información de AFP)

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