El sueño de los estudiantes roto por la guerra en Siria
Eran decenas de miles de estudiantes los que soñaban con convertirse en ingenieros, profesores u otras profesiones en Siria, antes de la guerra, pero el cruel conflicto de más de seis años puso fin a sus aspiraciones.
Muchos se construyeron una nueva vida en el extranjero, muchos otros acabaron en los campos de refugiados y algunos cambiaron de vocación y se convirtieron en combatientes o en periodistas.
-Delbrin Sadeq, 26 años, exestudiante en química convertida en combatiente antiyihadista
En 2013, un año antes de que el grupo Estado Islámico (EI) se apoderara de Raqa, Delbrin estudiaba química en la universidad de esta ciudad, que se convertiría luego en la «capital» de los yihadistas en Siria.
«En 2014, cuando el EI llegó y obligó a las mujeres a vestirse de negro, me fui de Raqa», explica esta chica kurda, que se hizo miembro de la Unidades de Protección de la Mujer (YPJ), la rama femenina de la principal fuerza kurda en Siria (YPG).
«Sólo volví para la batalla de reconquista de la ciudad», que pasó esta semana a manos de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una alianza de árabes y kurdos dominada por las Unidades de Protección Popular (YPG), la fuerza armada kurda.
Cuando los yihadistas fueron expulsados del sector de la universidad, Delbrin, con el pelo trenzado y un fusil en la espalda, regresó al lugar para ver cómo había quedado después de los combates.
«Cuando camino ahora por aquí, todavía creo ver a mis compañeras de clase», dice. «No sé nada de ellas, espero que estén bien», desea.
En el fondo, no lamenta el camino que escogió: «Me gusta la vida militar, no la dejaré mientras dure la guerra», revela.
-Ahmad Khatib, 28 años, exestudiante en ingeniería civil convertido en periodista
Ahmad estudiaba ingeniería civil en Latakia cuando estalló la revuelta contra el régimen de Bashar al Asad, en marzo de 2011.
La guerra lo llevó sin embargo a convertirse en reportero.
Un día de noviembre de 2011, cuando se dirigía con un amigo a Idlib, fue detenido en un puesto de control de la Seguridad del Estado. Lo llamaron por su nombre y su primera reacción fue darle a su camarada su teléfono, donde tenían imágenes de las manifestaciones.
«Estuve detenido 22 días en Idlib y luego me enviaron delante de un tribunal de Damasco, acusado de ‘atentar contra la autoridad del Estado’. Me torturaron para que confesara que era un militante armado, pero yo no lo era», explica a la AFP desde Mereyan, su pueblo natal, en el noroeste de Siria.
Finalmente fue liberado, con un salvoconducto para poder pasar los controles. Pero, en cuanto quiso volver a la universidad, los hombres del régimen le quitaron el documento y le dijeron que no volviera a la facultad.
Rechazando llevar armas, Ahmad optó por la lucha mediante el periodismo.
Con una pequeña cámara «filmaba manifestaciones, combates y comencé a hacer reportajes sobre la situación humanitaria», recuerda.
«Ser reportero, es la mejor cara de la revolución, ya que revelamos los crímenes de Asad al mundo. La información es el arma más temida que ha tenido que afrontar», asegura.
(Con información de AFP)