El olvido como barrera ante el horror en Kenia
Dentro del centro comercial Westgate de Nairobi hay un supermercado resplandeciente, tiendas con escaparates luminosos y comercios con artículos de importación de lujo. Por fuera, el edificio es una fortaleza.
El 21 de septiembre de 2013, un comando de islamistas somalíes de Al Shabab tomó por asalto el exclusivo establecimiento. Tras lanzar granadas en el exterior, los yihadistas se precipitaron al interior por la entrada principal y por la rampa de acceso al estacionamiento.
Con calma, de forma metódica, abrieron fuego contra todo lo que se movía, hombres, mujeres y niños, dejando un total de 67 muertos. El modus operandi recordó los ataques coordinados de Bombay en 2008, que costaron la vida a 166 personas.
Kenia quedó traumatizada por este episodio. Cuatro años más tarde, Westgate parece enfrascado en lo que la escritora keniana Yvonne Adhiambo Owuor describió como «nuestra propensión nacional a la amnesia para ‘las cosas malas'».
Dos años después de su reapertura, el centro comercial sigue pareciendo nuevo y destaca por su opulencia, como si nada hubiera pasado. Los clientes adinerados vuelven a comprar, pero no hay el más mínimo memorial para los muertos.
«Westgate fue borrado del imaginario colectivo», constató Patrick Gathara, humorista gráfico y bloguero. «La reapertura de Westgate fue el relato de un triunfo. Para decir que de alguna forma habíamos ganado», dijo.
Esa mañana soleada de septiembre de 2013, los asaltantes dispararon primero contra los no musulmanes y los extranjeros, pero después atacaron a todo aquel que se cruzó en su camino.
Durante horas, lo único que los frenó, en parte, fueron algunos policías de civil y civiles armados que actuaron por iniciativa propia.
Preguntas pendientes
Hoy, una operación de este tipo sería difícil de repetir. El centro comercial está protegido de la calle por una alta barrera metálica y un espeso vidrio blindado.
En la entrada hay detectores de metal, perros adiestrados, muchos guardias de seguridad privados y con frecuencia policías armados con kalashnikov. En el lugar donde el comando de Al Shabab estacionó su vehículo hay una señal de «estrictamente prohibido detenerse».
En el interior del edificio también hubo reformas, especialmente en los lugares donde hubo muchas víctimas. El hipermercado y una hamburguesería fueron desplazados, el bar en el atrio de la planta baja renovado y la gran cafetería reconfigurada.
Otras obras siguen pendientes. El estacionamiento del techo, donde muchos adultos con sus hijos que participaban en un concurso de cocina fueron masacrados, sigue cerrado.
Gathara ha exigido varias veces, sin éxito, que se abra una investigación pública para responder a las preguntas sobre la tragedia de Westgate.
La versión del gobierno es que las fuerzas de seguridad combatieron con valentía a 15 «terroristas» armados hasta los dientes durante cuatro días.
En realidad, había sólo cuatro asaltantes, la respuesta de las fuerzas de seguridad fue bastante tardía -la mayoría de las víctimas murieron en las primeras horas del ataque- y los soldados fueron acusados en los días posteriores de haber saqueado las tiendas.
Gathara contó que muchas veces le preguntan por qué insiste en «machacar con estas cosas en las que no se puede hacer nada».
«Nublar la memoria»
A diferencia de otras tragedias como la de París, Bamako, Londres o Barcelona, en Kenia se sabe que las fuerzas de seguridad fallaron. Y aún peor, no se le dio la importancia que merecía.
Este es uno de los motivos por los cuales Kenia ha desarrollado «una patología que consiste no sólo en tratar de olvidar, sino en nublar la memoria», estimó Billy Kahora, escritor y responsable de la red literaria Kwani Trust.
Pero negarse a enfrentar el pasado es una estrategia peligrosa. «Ignorar estas cosas implica que van a volver a repetirse una y otra vez y que no se ha aprendido nada», estimó.
Dos años después de Westgate, cuatro combatientes de Al Shabab atacaron la Universidad de Garissa, en el este del país, y mataron a sangre fría a 148 personas, la mayoría de ellos estudiantes cristianos.
El olvido conviene al Estado, pero traumatiza a la población. Cuando las familias de las víctimas quisieron rendir homenaje a sus seres queridos muertos, lo hicieron por su cuenta.
Un monumento financiado por donaciones privadas fue erigido en el bosque Karura de Nairobi, y también se plantaron árboles.
Después de Garissa, sólo las familias y los activistas indignados organizaron vigilias en su memoria. En ambos casos, el Estado brilló por su ausencia.
«Todos estos traumas se acumulan en la gente y en algún momento algo pasará», advirtió Gathara.
(Con información de AFP)