“El Fin”, pueblo egipcio en el corazón de la miseria
En 2016, el presidente al Sisi impuso medidas de austeridad para poder obtener un crédito de 12 mil millones de dólares del FMI
En su casa de ladrillos rojos, cubierta con un simple tejado de paja, Hanem al Zanati, de 75 años, sobrevive con la magra pensión de su difunto marido, en un Egipto en pleno marasmo económico.
En julio pasado, el presidente Abdel Fatah al Sisi, que dirige el país con mano de hierro desde 2014, lanzó la iniciativa contra la probreza «Vida decente» para paliar los estragos de la crisis. Pero en Al Nehaya («El Fin» si se traduce fonéticamente), los habitantes dicen que todavía no ha pasado nada.
«Lo único que quiero es un refrigerador y una pequeña cama», dice Zanati, que se rompió una muñeca, pero su pensión de 700 libras mensuales (40 euros, 44 dólares) no le da para ir a curarse al hospital.
Según datos oficiales, Al Nehaya es una de las localidades más pobres de Egipto, situado en Asiut, el departamento más pobre de los 27 del país, a 400 kms al sur de El Cairo.
Al igual que otras localidades rurales, este pueblo del Alto Egipcio sufre de lleno la crisis económica que se acentuó tras la revuelta popular de 2011.
«Nada ha cambiado»
Como la señora Zanati, familias enteras viven en casuchas, sin servicios básicos como la educación o la salud o muy deficientes.
«Las condiciones son terribles», explica a la AFP una joven de 20 años que trabaja en la única escuela de Al Nehaya.
Según la joven, que prefiere mantenerse en el anonimato, las sillas de la escuela elemental están «rotas» y faltan profesores.
En Egipto, la pobreza afectaba al 32.5% de los cien millones de habitantes en 2017-2018, frente al 27.8% en 2015, según datos de la agencia egipcia de estadísticas.
En 2016, el presidente al Sisi impuso medidas de austeridad para poder obtener un crédito de 12 mil millones de dólares del Fondo Monetario Internacional (FMI) a cambio de una drástica reducción de las subvenciones públicas, que tuvo como consecuencia el desplome del poder adquisitivo de los egipcios, agravando la crisis.
Según la prensa oficial, el proyecto «Vida decente» lanzado este estado boreal prevé renovar viviendas, mejorar el suministro de alimentos y la calidad del agua y crear nuevas escuelas.
En Al Nehaya, los habitantes dicen haber visto pasar responsables del programa que han prometido construir una nueva escuela y restaurar viejas casas en ruinas.
Pero según el alcalde Gamal Thabet, «no ha ocurrido nada hasta ahora».
Sentado en un banco delante del colegio que se cae a pedazos, el alcalde asegura que su pueblo cuenta con 10 mil 600 habitantes, pero no hay ningún centro de salud ni colegio o liceo ni alcantarillado, y el suministro de agua y electricidad dejan mucho que desear.
La producción de la única panadería «no cubre las necesidades del pueblo», agrega.
Los locales, que no se pueden pagar ni siquiera el transporte colectivo, reclaman desde hace lustros la construcción de nuevos colegios, dice Thabet.
En Asiut, la capital provincial, Khaled Abdel Nasser, responsable local de la iniciativa presidencial habla de retrasos debidos a la burocracia.
«Todos los que tienen necesidades (en Al Nehaya) han sido identificados y se ha habilitado un terreno para construir una escuela», dice.
«Nadie tiene dinero»
En esta zona rural del sur de Egipto, la gente vive principalmente de la agricultura, que les supone unos ingresos de 70 a 80 libras diarias (unos 4,5 euros).
Mohamed Mustafa, de 31 años, tiene un pequeño colmado con escasas provisiones expuestas en anaqueles polvorientos.
«Lo único que pido es dos cuartos, una cocina y baño», dice el comerciante cuya familia «vive en una casa en ruinas» y que se queja de un dolor en la espalda sin tratar.
«Me dan una subvención mensual de 400 libras (22 euros) pero no basta para el tratamiento», dice este padre de cinco hijos.
Esta subvención forma parte de un programa de protección social «Takaful and Karama» (solidaridad y dignidad), creado en 2014 por el ministerio de Solidaridad para ayudar a las familias más vulnerables, en total unos nueve millones de personas.
Pese a las iniciativas, algunos no tienen más alternativa que emigrar en busca de un empleo en las grandes urbes como El Cairo o Alejandría (norte).
Detrás del colegio hay dos edificios a medio terminar: una iglesia y una mezquita.
«Nadie tiene dinero para terminarlas», resume un transeúnte.
(Con información de AFP)