Deuda social del neoliberalismo con los jóvenes
Los jóvenes son una fuerza que contribuye al desarrollo, por lo que se les debe incluir como partícipes de su propio progreso
Datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) indican que hay 1,800 millones de jóvenes de 10 a 24 años edad; son la mayor generación de la historia, lo que representa casi una cuarta parte de la población mundial. Se trata de un grupo etario que, si bien tiene un gran potencial, debe ser protegido.
En México, donde usualmente esa población se clasifica en el rango de edad de 15 a 29 años, tenemos 31 millones; pero si los consideramos de los 12 a los 29, edad oficial para atender a este sector en el país, serían aproximadamente 33 millones, señala el coordinador del Seminario de Investigación en Juventud de la UNAM, José Antonio Pérez Islas.
Actualmente, el bono demográfico se ha constituido en deuda social. Con el cambio de milenio, en el año 2000, existía la expectativa de que la situación mejoraría para la población juvenil en términos de educación, mercado laboral, salud, etcétera, enfatiza.
“Por desgracia esa actitud positiva se nos fue cayendo con el paso del tiempo. Hoy sabemos que este sector poblacional tiene un hándicap en torno a la construcción de su presente, por lo que hay un déficit para ellos en casi todos los rubros sociales.”
Además, prosigue el también profesor del posgrado de la Escuela Nacional de Trabajo Social, este mal augurio se complicó con la crisis sanitaria por la Covid-19, que resultó ser prácticamente un parteaguas y, como la ONU le llama, fue la pandemia de la desigualdad, porque nos mostró que aquellas inequidades que percibíamos se hicieron más claras y en algunos casos se ahondaron, como ocurrió en el tema educativo.
Ése, añade, fue uno de los sectores que excluyó a un gran número de jóvenes: se calcula que en todo el sistema educativo nacional cerca de 5.2 millones quedaron fuera de las escuelas, porque no tuvieron una forma de conectarse a las clases virtuales o a este tipo de innovaciones tecnológicas por sus escasos recursos, lo que les impidió continuar estudiando, y una cantidad importante no regresó a las aulas después de la emergencia sanitaria.
En ocasión del Día Internacional de la Juventud –que se conmemora el 12 de agosto–, el universitario recalca: también la pandemia profundizó “la zanja de las posibilidades de ocupación laboral, sector en el que, como siempre, se cumplió aquella frase de que en épocas de crisis los primeros en ser despedidos de los trabajos son los jóvenes, y en tiempos de bonanza o crecimiento los últimos en ser contratados”.
En materia de tasas de desocupación duplican las de desempleo general, por lo que particularmente aquellos jóvenes pobres de zonas y comunidades marginales se emplean, fundamentalmente, en los sectores informales, incluso ilegales como el crimen organizado, que se ha vuelto también un mercado de trabajo, asevera Pérez Islas.
Nuevas tecnologías
Según el especialista, se calcula que aproximadamente cada año se incorpora 1 millón de ellos a la población económicamente activa esperando tener un empleo estable, y aunque programas sociales –como Jóvenes Construyendo el Futuro y otros establecidos en periodos anteriores– los ayudan, no resuelven el problema de fondo.
Puntualiza que este tipo de acciones funcionan como un sistema de capacitación. Los mercados se transforman en función de la tecnología, habrá menos empleos y los que surjan requerirán de personas con una capacitación específica.
Por ejemplo, el nearshoring, que es acercar a empresas extranjeras a lugares del país asequibles por los costos de producción más competitivos, implica la instalación de fábricas relacionadas con tecnologías que requerirán fuerza de trabajo capacitado; sin embargo, varios de los jóvenes que busquen incorporarse carecerán de una adecuada formación, plantea.
El universitario considera que son complicadas las nuevas dinámicas de los mercados laborales y del sector educativo destinadas a esos grupos poblacionales; de continuar por el mismo camino, serán pocas las oportunidades de transformación para ellos.
La ONU subraya que pueden ser una fuerza que contribuya al desarrollo, por lo que se les debe incluir como partícipes de su propio progreso, porque en numerosos casos tienen mejores capacidades que los adultos, sobre todo en los rubros tecnológico o de adaptabilidad.
De acuerdo con nueva escuela mexicana
En materia educativa, precisa, es necesario transformar las formas en que los docentes nos vinculamos con las nuevas generaciones. Ya no pueden ser sólo “recipientes”; ellos piensan, trabajan, cuentan con otras experiencias y, por lo tanto, tienen forma de aportar.
Si no lo hacemos de esa manera, tendremos más problemas que ahora con estos grupos de la población.
Para el académico, las juventudes son, definitivamente, el cambio, por lo que es necesario dejar la sospecha sobre su actuar y perderles el miedo, tomarlos verdaderamente en cuenta, dejar de diseñar cómo aprenden a partir de la perspectiva adulta y modificar nuestro sentido de impartir la educación.
Es decir, enseñarles a pensar y a tomar decisiones, elemento fundamental para que asuman sus propios riesgos y responsabilidades en función de sus experiencias, “aun cuando muchas de ellas no nos gusten a los adultos”.
El problema no son los jóvenes, sino los adultos, sobre todo aquellos tomadores de decisiones. Las políticas para estas personas deberían estar dirigidas a la adultez, porque es a quienes se tiene que convencer de cambiar sus modos de pensar hacia ellos, afirma.
Voltear a verlos
El Día Internacional de la Juventud fue establecido en 1998 por la ONU como una forma de aumentar la conciencia entre la población mundial sobre los problemas que afectan a este sector en el mundo.
Al respecto, considera que es una fecha relevante para voltear a ver a quienes están en procesos de desigualdad, como aquellos que viven en el campo, los migrantes, las mujeres que padecen violencia y/o a los que son sujetos de discriminaciones por sus preferencias sexuales, etcétera.
“Es un buen pretexto para volver la mirada hacia estos grupos juveniles que son tan diversos y están en tantas desventajas”, dijo.
De acuerdo con el organismo internacional, pueden ser una fuerza positiva en el desarrollo cuando se les da el conocimiento y las oportunidades que necesitan para prosperar.
En particular, tienen que adquirir competencias y habilidades, a fin de contribuir en una economía productiva, así como acceder a un mercado laboral capaz de absorberlos.
(Con información de Gaceta UNAM)