Terrorismo religioso, político o delincuencial
El 14 de julio, día en que se conmemora la toma de la Bastilla, en Niza, Francia, 85 personas murieron después de ser arrolladas por un hombre que conducía un camión por el paseo marítimo. Cuatro días después, un hombre de 17 años atacó con un hacha a los pasajeros de un tren cerca de Würzburg, Alemania. Cuatro días más tarde, un hombre de 18 años mató a disparos a ocho personas en un centro comercial de Múnich.
A los dos días, un hombre de 27 años hizo explotar una bomba que llevaba consigo afuera de un festival de música en Ansbach, al sur de Alemania. Ese mismo día, un refugiado sirio de 21 años mató a una mujer a machetazos en Reutlingen, cerca de Stuttgart, también en Alemania.
Dos días después, dos hombres jóvenes atacaron una iglesia en St.-Étienne-du-Rouvray, en el norte de Francia, y degollaron a un sacerdote. La semana pasada, una persona fue asesinada por un hombre con un cuchillo en medio de una multitud en el centro de Londres.
El terrorismo moderno desquicia al mundo por su falta de objetivos políticos según el articulista Kenan Malik, autor de “The Quest for a Moral Compass: A Global History of Ethics”.
No es que Europa, de repente, se haya vuelto susceptible a ataques terroristas. La base de datos de terrorismo mundial muestra que en Europa occidental las muertes por terrorismo han disminuido a partir de principios de los años noventa. Lo que ha cambiado es la naturaleza del terrorismo.
En el pasado los grupos que recurrían al terrorismo, como el Ejército Republicano Irlandés (IRA), lo hacían motivados por objetivos políticos específicos: una Irlanda unida o una Palestina independiente, en el caso de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Por lo general había una relación entre la causa política de la organización y sus actividades violentas.
El yihadismo
Los yihadistas son diferentes. No suelen tener un objetivo político explícito y los motiva un odio visceral hacia Occidente. Algunos analistas sostienen que un ataque como el de Niza es una “repercusión” de las políticas externas occidentales, pero es difícil discernir cualquier nexo racional entre las políticas de Occidente en Irak o Libia y el asesinato de gente que celebraba fiestas patrias en un paseo marítimo.
Por supuesto, en la mente de los perpetradores siempre hay una relación; están llevando a cabo una guerra justificada contra Occidente, al que ven casi como un monstruo mítico. Es por eso que un acto yihadista casi nunca está relacionado con una demanda política, sino que se entiende más bien como una batalla existencial para derrotar al monstruo, en la que cualquier acto está permitido.
Según Kenan Malik, la arbitrariedad de la violencia yihadista y su indiferencia a cualquier límite moral lo que la hacen tan aterradora. Pero esta es un percepción errónea, la violencia política (capitalista, comunista, democrática o dictatorial) carece del mismo mal aunque los medios de comunicación tiendan a ocultarla.
Aunque se debe reconocer el acierto de Malik quien señala que la furia no es exclusivamente islamista. Basta ver terrorismo de los cárteles de la droga que el gobierno mexicano se niega a reconocer, así como la intimidación del Estado mexicano a los periodistas y medios críticos, sin olvidar a los líderes sociales que han sido encarcelados, torturados o asesinados.