El Ágora, epicentro de la ira indígena en Ecuador
«¡Vamos a recibir nuestros héroes!», exclama Leonidas Iza, líder del movimiento indígena y campesino de Cotopaxi
El Ágora es habitualmente un lugar de conciertos de Quito con capacidad para 4 mil 500 espectadores, pero esta semana devino cuartel de miles de indígenas enfurecidos y dispuestos a radicalizar su protesta contra la disparada de los precios de los combustibles en Ecuador.
Sobre la tarima, la chamana Mamá Rosita, con un pañuelo anudado en la cabeza, esparce pétalos de flores sobre el suelo y se mueve en círculos entonando oraciones rodeada del humo de ramas de eucalipto.
Mamá Rosita está preparando la llegada de dos féretros con indígenas muertos a lo largo de estos días de manifestaciones, para rendirles homenaje.
«¡Vamos a recibir nuestros héroes!», exclama Leonidas Iza, líder del movimiento indígena y campesino de Cotopaxi (centro).
Cubierto con poncho rojo, hace pasar por el escenario a los demás dirigentes.
El coliseo está lleno, hierven las emociones y el acceso está estrictamente controlado por los indígenas.
Situado a casi cinco kilómetros del desocupado palacio presidencial, el Ágora es por estos días el punto neurálgico de la protesta indígena contra los ajustes acordados con el FMI que encarecieron la gasolina y el diésel.
Los pueblos originarios de Ecuador, que representan una cuarta parte de la población de 17,3 millones de personas, llevan el estandarte en las manifestaciones contra el presidente Lenín Moreno, quien movió su despacho a Guayaquil acosado por las protestas.
A raíz de los enfrentamientos con la fuerza pública, los militantes de la Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie) debieron ocupar el coliseo que está próximo al parque El Arbolito, su sitio inicial de concentración.
Más de siete mil
Hombres, mujeres y niños llegaron el lunes a Quito con «wipalas», las banderas multicolores que representan las 13 nacionalidades indígenas del país, y con ollas a cuestas, resueltos a quedarse el tiempo que sea necesario.
«Aquí somos más de 7 mil», dice uno de los representantes sobre el escenario. Pero se advierte que otros muchos más vienen en camino.
El jueves, los periodistas que llegaban a última hora de la mañana para una rueda de prensa eran interrogados sobre el medio para el que trabajan.
Los indígenas son especialmente recelosos con la prensa ecuatoriana, a la que consideran leal al presidente Moreno.
«Señores medios de comunicación, no defiendan a un gobierno que no defiende a su pueblo», espeta frente a la multitud Jaime Vargas, presidente de la Conaie.
Alegando que nunca aparecen en la televisión, los indígenas encontraron en el Ágora un lugar para desahogar sus frustraciones y amplificarlas usando las redes sociales.
Lentamente se va formando un cordón alrededor de los periodistas que están frente a la tarima. El gobierno entonces, a través de un mensaje por televisión, dice que los reporteros están retenidos por los manifestantes, al igual que diez policías.
Disciplina
Los líderes niegan de inmediato lo dicho por un alto funcionario e invitan a los periodistas y a los uniformados a que tomen el micrófono y digan que están allí «voluntariamente».
Sin embargo, resulta difícil moverse fuera del círculo que poco antes habían armado con palos y cuerdas alrededor de los invitados a la conferencia de prensa.
Los indígenas se apresuran entonces a acercar agua, frutas, panes y huevos cocidos a los periodistas y policías que completan varias horas en el coliseo.
La disciplina indígena se hace sentir ya sea pidiendo silencio en la sala, llevando botellas de agua o recogiendo inmediatamente los desechos. También a la hora de detectar policías infiltrados.
Uno de ellos es detenido con una mochila con munición, esposas y chaleco policial amarillo dentro. La rechifla es enorme cuando, subido en el escenario, dice que solo quería detener a unos ladrones en el lugar.
También exhiben un joven que asegura ser estudiante, pero que fue atrapado con una granada de aturdimiento robada según él a un policía durante las manifestaciones.
Finalmente, poco después de las 16H00, llega solo uno de los dos ataúdes esperados. Los policías que hacía unas horas estaban sobre el escenario llevan el féretro. Desde la tarima suenan canciones religiosas.
La procesión termina con una improvisada misa en presencia de familiares afligidos.
Según los indígenas, uno de sus compañeros murió atropellado por un vehículo y el otro a causa de una caída durante una de las protestas.
Según la Defensoría del Pueblo, ya son cinco los civiles muertos en las manifestaciones.
«¡De aquí no nos vamos!», promete Leonidas Iza antes de que sean liberados los policías. El Ágora seguirá siendo por varias noches su punto de llegada después de la lucha en las calles.
(Con información de AFP)