Del genocidio anglo español contra pueblos originarios
En los últimos 30 años, la población indígena se cuadruplicó en los ocho estados fronterizos de México y Estados Unidos
México y Estados Unidos comparten etnias originarias comunes que forman parte de la constitución de sus poblaciones actuales, aun cuando la mayoría indígena fue absorbida por la modernidad, incluidas costumbres y tradiciones.
Datos demográficos de fuentes mexicanas como el Instituto Nacional de Estadísticas (Inegi) y las universidades autónomas estatales constatan que durante los últimos 30 años la población indígena se cuadruplicó en los ocho estados fronterizos:
Baja California, Baja California Sur, Coahuila, Chihuahua, Nuevo León, Sinaloa, Sonora y Tamaulipas, un crecimiento del 266 por ciento.
En la parte mexicana, según Inegi, entre los grupos preponderantes sobresalen los mixtecos, zapotecos, nahuas, totonacos, triquis, mixes, huastecos, otomíes, mazahuas y purépechas.
Se concentran especialmente en las regiones agrícolas del Pacífico norte de Sonora y Sinaloa, California -San Quintín, Mexicali, Ensenada y Tijuana-, en las ciudades fronterizas y en las capitales de los estados del norte de la república.
CASI EXTERMINADOS
Es casi un vicio asumir como un hecho probado la desaparición de las etnias que habitaron la actual franja fronteriza entre México y Estados Unidos, cuando esos dos millones de kilómetros cuadrados en la margen norte del río Bravo eran mexicanos.
La apreciación se debe al genocidio de esos pueblos originarios a manos de irlandeses y otros anglosajones inmigrantes durante la conquista del “salvaje oeste”.
Esto se observa en muchas películas en las que los “blancos” acaban con apaches, comanches, navajos y otras muchas etnias llamadas por ellos despectivamente “indios”, con lo cual desdibujaban la identidad étnica de esos pueblos o naciones.
Apache, el grupo más conocido en el mundo, es el nombre con el que se conoce a las naciones indígenas culturalmente cercanas del este de Arizona, noroeste de México (norte de los Estados de Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas).
Gerónimo fue el último gran jefe apache, y había sustituido a Cochise, uno de los más respetados y gran guerrero de todas las tribus.
Los apaches se dispersaron por las tierras de Arizona, Nuevo México, Texas, Oklahoma, Chihuahua, Sonora, Coahuila, Durango y Zacatecas, después que Estados Unidos les arrebató esas regiones.
En 1928 el gobierno de México declaró oficialmente extinta la etnia apache en territorio nacional, pero el vecino sí los reconoció. Los navajos sobreviven en México como etnia a pesar de estar censados solamente 37 individuos.
En contraste, forman la mayor comunidad nativa estadounidense con más de 300 mil miembros repartidos en Arizona, Nuevo México, Utah y Colorado, según Edward K. Flacler, del Instituto de Estudios Norteamericanos.
ETNOCIDIO Y GUERRA IMPERIALISTA
Lo que cometió Estados Unidos con los pueblos originarios fue un etnocidio tan descomunal como el perpetrado por los españoles en el sur y sureste con aztecas y mayas, y lo pudieron hacer por el débil desarrollo civilizatorio de esos grupos demográficamente reducidos y políticamente desintegrados en tribus y naciones seminómadas.
“Documentos históricos sobre Durango”, un manuscrito de la colección del licenciado José Fernando Ramírez, recoge a partir de 1796 las noticias relativas a la nación apache, incluso desde la presencia de españoles en la región.
Esa es también una de las razones que explica el por qué los invasores estadounidenses llegaron hasta la misma Ciudad de México en su guerra de conquista de 1846-1848 y le arrebataron al país la mitad de su territorio, el de mayor riqueza petrolera, mineral, agrícola y pecuaria.
A pesar de la tragedia ocasionada por los anglosajones y sus brutales crímenes, debe rechazarse la imagen catastrófica que tratan de sembrar esos colonizadores del norte indígena fronterizo o mexicano, del que sólo presentan una visión de su pasado guerrero para justificar de alguna manera el genocidio y culturicidio cometidos.
Sin embargo, gracias a su resistencia, reconocida en ocasiones por Hollywood, una enorme cantidad de etnias del norte sobrevivieron al genocidio y pueblan ambas márgenes del río Bravo, aunque mucho más en la parte mexicana.
Everardo Garduño, defensor de estas tesis, refiere en un enjundioso ensayo sobre los “indios” de la frontera, cómo los yaquis sonorenses acostumbraban a esconder su identidad en las épocas de persecución para evitar la deportación a los campos henequeneros o ser incorporados a la leva.
Algo similar sucede hoy con los mazahuas de Ciudad Juárez y Chihuahua, quienes para sortear su estigmatización acostumbran a aparecer en las calles de esas ciudades como tarahumaras.
Parecido ocurre con los cochimíes, cucapás, paipais, kiliwas y kumiais de Baja California y los pápagos de Sonora que hicieron valer su condición transfronteriza y binacional para defenderse de forma organizada de las políticas indigenistas de los gobiernos de Estados Unidos, e incluso de mexicanos en el pasado.
CONSERVACIÓN DE VIDAS Y TRADICIONES
Los yaquis están hoy en día entre los más activos política y económicamente, y se rigen por un sistema de ocho pueblos, los tarahumaras y sus gobernadores o siríames asistidos por un cuerpo de ayudantes, la guardia tradicional seri, los capitanes generales -moyi- y sus gobernadores -kaikí-, tepehuanos y otros.
Impresionante resulta la conservación de vidas y tradiciones, y que los gobernadores sean al mismo tiempo dirigentes políticos, jueces, líderes espirituales y chamanes, según historiadores contemporáneos mexicanos.
Un paradigma de la identidad indígena en el norte de México es el de los migrantes de raíces culturales mesoamericanas que en las tres últimas décadas pueblan muchas regiones fronterizas. Se distinguen dos grupos, según el Instituto de Antropología de México.
El primero comprende un nutrido núcleo de jornaleros agrícolas que de forma estacional o permanente se desplazan a las regiones donde se concentra la agricultura comercial de exportación con uso intensivo de mano de obra. El segundo, como destino de los polos urbanos más dinámicos y poblados del norte mexicano.
Aunque en uno y otro caso existen indígenas de todo el país, son sobre todo los migrantes del sur los que tienden a prevalecer en las últimas décadas por encima de los nativos, pues hay una innegable corrida de indígenas de la península de Yucatán hacia el norte más próspero.
Por eso se les ve con profusión en ciudades como Tijuana, Mexicali, Ensenada, Monterrey, Ciudad Juárez, Chihuahua, Torreón y otras muchas, con una proletarización indígena en los campos agrícolas y en el comercio informal ambulante.
INVASIÓN DE ESTADOS UNIDOS A MÉXICO
Cuando los estadounidenses invadieron México en 1846 ya habían sometido a Texas y exterminado a sus habitantes más guerreros como los apaches, comanches y navajos, muchos emigrados desde Canadá y asentados en territorio texano, Nuevo México y California e incluso Veracruz, ocupados por las tropas al mando de Stephen Kearny y del general Winfield Scott, según libros de historia en uso.
Los batallones llegaron a las afueras de la capital mexicana y lograron una avasalladora victoria militar tras la heroica defensa de la población autóctona, como en las famosas batallas de Churubusco y Chapultepec.
Estados Unidos impuso el tipo de negociaciones que terminaron con el ominoso acuerdo Guadalupe Hidalgo, el cual reconoció la anexión de Texas y cedió los estados de California, Nevada, Nuevo México, Utah y partes de Arizona, Colorado, Oklahoma y Wyoming.
Esto provocó que una parte de las etnias originarias quedaran en la margen norte del río Bravo y otras en el sur, y aunque hay remanentes en esta parte de apaches, cominches y navajos, la mayoría son hoy estadounidenses en las reservas indias que también se ven en las películas de Hollywood.
No es el caso de las etnias migradas del sur y sureste de la península yucateca que quedaron en la parte mexicana de esos ocho estados fronterizos.
La vergonzosa paz del acuerdo Guadalupe Hidalgo aseguraba la extinción de la nacionalidad mexicana en las tierras ocupadas por el ejército invasor estadounidense, y de la existencia política de la república.
(Con información de Prensa Latina. Este trabajo contó con la colaboración de la editora Amelia Roque, el jefe de la Redacción Centro-Suramérica Alain Valdés, y la webmaster Wendy Ugarte)