Permanecer sentados ¿saludable o perjudicial?

¿Acaso somos físicamente flojos de nacimiento?

Hay un sofisticado pero desconcertante estudio neurológico reciente que sugiere que puede ser así. En él se descubrió que, aunque la gente sabe que el ejercicio es beneficioso y planea realizarlo, determinadas señales eléctricas dentro del cerebro la podrían estar alentando a seguir siendo sedentaria.

No obstante, los autores del estudio esperan que el hecho de saber que la mente socava nuestra intención de ejercitarnos pueda renovar nuestra motivación para ponernos en movimiento.

Desde hace mucho tiempo, a fisiólogos, psicólogos y médicos del deporte les ha desconcertado la diferencia entre los planes y los deseos de las personas por mantenerse físicamente activas y su conducta real, que casi siempre involucra hacer lo opuesto. Muy pocos nos ejercitamos de manera regular a pesar de que sabemos lo importante que es para nuestra salud y bienestar.

Por lo general, culpamos a la falta de tiempo, de equipo o de capacidad.

Sin embargo, hace poco un grupo internacional de investigadores comenzó a preguntarse si parte de la causa tendría un origen mucho más profundo: en la manera en que pensamos.

Para un análisis previo, estos científicos examinaron investigaciones anteriores acerca de las conductas y actitudes relacionadas con el ejercicio y descubrieron que la mayoría de estas demostraba un deseo genuino de las personas por mantenerse activas.

Por ejemplo, en estudios realizados en computadora, las personas dirigían su atención a imágenes que mostraban actividad física e ignoraban las imágenes relacionadas con el sedentarismo y estados similares de languidez.

No obstante, como suponían los científicos, pocos participantes habían dado seguimiento a su objetivo de mantenerse activos.

Entonces, los científicos imaginaron que quizá había algo dentro de nuestra cabeza que apagaba el entusiasmo por ejercitarnos.

Para descubrirlo, reunieron a veintinueve hombres y mujeres jóvenes y saludables.

Todos los voluntarios les dijeron a los científicos que querían mantenerse físicamente activos, aunque muy pocos se ejercitaban con regularidad.

Los investigadores colocaron en la cabeza de los voluntarios un gorro con muchos electrodos que leían y registraban la actividad eléctrica del cerebro. Luego hicieron que hombres y mujeres se sometieran a una elaborada evaluación en computadora diseñada para sondear cuál era su sentir respecto al ejercicio.

En la prueba, a los voluntarios se les asignaba una imagen de perfil o avatar con forma de una figura de palitos. El avatar, que podían controlar presionando unas teclas, podía interactuar en la pantalla con otras imágenes humanas hechas con palitos relacionadas con la actividad o inactividad física.

Por ejemplo, era posible que apareciera una figura caminando en la naturaleza o andando en bicicleta, representando una actividad, seguida casi al instante de una figura diferente recostada en un sofá o en una hamaca.

En diferentes partes de la evaluación, se solicitaba a los voluntarios que dirigieran sus avatares tan rápido como les fuera posible hacia las figuras activas y lejos de las sedentarias, y luego al revés.

A esta prueba se le conoce como “tarea de aproximación y alejamiento” y se cree que indica con veracidad cómo se sienten las personas conscientemente respecto a lo que se les muestra en la pantalla.

Si los voluntarios responden con más avidez a un tipo de imagen, moviendo sus avatares en esa dirección con mayor rapidez que para alejarlos de otro tipo de imágenes, se puede inferir que se sienten atraídos hacia ese tema.

Los voluntarios de este estudio demostraron una mayor rapidez, casi uniforme, al dirigirse hacia las imágenes que mostraban actividad, en comparación con lo que sucedía al moverse hacia las que mostraban sedentarismo, y mayor lentitud al alejarse de esas mismas figuras activas.

Todos preferían conscientemente las figuras que estaban en movimiento.

Sin embargo, a nivel inconsciente, sus cerebros parecían no coincidir. De acuerdo con las lecturas de la actividad eléctrica cerebral, los voluntarios tenían que desplegar muchos más recursos cerebrales para desplazarse hacia las figuras físicamente activas que para aproximarse a las sedentarias, en especial en partes del cerebro relacionadas con la inhibición de acciones.

La actividad cerebral era mucho más leve cuando la gente se movía hacia los sofás y las hamacas, lo que indica que, en lo que respecta al cerebro, esas imágenes eran más atrayentes que las de ciclismo o alpinismo, sin importar lo que las personas se dijeran a sí mismas de forma consciente.

“A mi parecer, estos descubrimientos indican que nuestro cerebro se siente atraído de una manera innata hacia el sedentarismo”, comentó Matthieu Boisgontier, un investigador de posdoctorado de la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver, Canadá, quien dirigió el estudio junto con Boris Cheval de la Universidad de Ginebra, en Suiza.

Los resultados son lógicos desde un punto de vista evolutivo, dijo Boisgontier.

En el inicio de nuestra especie “era necesario conservar la energía”, afirmó. Mientras menos calorías quemara ese ser cavernícola, menos necesidad habría de remplazarlas cuando no había tanta disponibilidad de alimento.

Así que permanecer sentado en silencio fue una estrategia de supervivencia muy útil, y eso pudo haber determinado la predilección del cerebro a mantenernos sedentarios, según Boisgontier.

“Vemos gente que va al gimnasio y en lugar de subir por las escaleras toma el elevador” para llegar al lugar donde se ejercitará, continuó.

Por supuesto, este estudio fue pequeño y solo analizó la actividad eléctrica del cerebro.

Permanecer sentado en silencio fue una estrategia de supervivencia muy útil.

No puede revelar directamente cómo las diferencias en la actividad cerebral podrían afectar el pensamiento de las personas.

Además, todos los voluntarios eran jóvenes, saludables y planeaban estar activos. Se desconoce si otras personas mostrarían una actividad cerebral similar.

Boisgontier y sus colegas esperan estudiar niños y personas mayores en investigaciones posteriores.

Pero la lección del experimento actual, a su modo, nos empodera, comentó.

Quienes son renuentes a ejercitarse “tal vez deberían saber que no están solos”, dijo. Los humanos quizá tengan una tendencia natural hacia la inactividad.

No obstante, también podemos elegir conscientemente movernos hacia la actividad, sin importar lo que nuestro cerebro crea, concluyó Boisgontier.

(Con información de NYTimes)

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