El entorno, los genes y los patrones alimenticios
Universidad de Colorado relaciona genes con patrones alimenticios; pero la FES Zaragoza fija el papel del entorno en la dieta
Tal vez has sentido que tu paladar tiene una predilección especial por las cosas dulces, quizá tu gusto se incline por las saladas, o prefieras tomar una copa de vino en lugar de cualquier otra bebida. La elección de estos alimentos podría no ser tan fortuita como se piensa, incluso es posible que esté ligada a tus genes.
Así lo afirma un equipo de investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Colorado –comandado por la genetista Joanne Cole–, que en la pasada edición de la conferencia anual de la American Society for Nutrition presentó los resultados de un análisis a gran escala de las 481 regiones del genoma humano. De acuerdo con sus resultados, publicados sin comprobación externa en la revista Scientific American (https://www.scientificamerican.com/article/your-genes-may-influence-what-you-like-to-eat/), 194 de dichas regiones se encuentran relacionadas con nuestros patrones alimenticios.
Enfoque novedoso
Para Mariana Valdés Moreno, profesora y jefa de carrera de Nutriología en la Facultad de Estudios Superiores (FES) Zaragoza, el enfoque del equipo de la Universidad de Colorado es novedoso, pero es indispensable precisar que no podemos señalar únicamente a nuestros genes como los responsables de nuestras preferencias alimenticias.
“Sabemos que en términos evolutivos fue necesario que se desarrollaran y fortalecieran ciertos receptores gustativos para alimentos que tuvieran determinado contenido nutrimental que favorece la supervivencia; por ejemplo, el caso de los sabores amargos, los cuales pueden indicar que algo está echado a perder o que es venenoso”, comenta Valdés Moreno.
Y agrega sobre el estudio: “Se pierde un poco de vista la parte genética –los polimorfismos, las variantes genéticas– que influye en nuestra preferencia por ciertos sabores. Resulta interesante, pero no se tiene que olvidar el contexto social, cultural de por qué elegimos consumir cierto tipo de alimentos. Es una cuestión muy importante la perspectiva que plantea esta investigación en términos de promover estilos de vida saludables o que se prefieran alimentos más sanos”.
La especialista destaca que no debe excluirse “el papel que tiene el medio en la selección de los alimentos y, por otro, tener en cuenta que nuestros hábitos y lo que consumimos cotidianamente también afecta la expresión de los genes”. Explica que esto “sucede a través de algo que se llama epigenética”. No se puede decir que se está predispuesto a preferir, más que otros, los sabores dulces o el alcohol, el tabaco, etcétera. “Lo que hacemos cotidianamente puede escribir encima del genoma y modificar la expresión de ciertos genes relacionados con estos receptores gustativos y, como lo mencionan en el artículo, la expresión de enzimas que ayudan a digerir o procesar ciertas moléculas”.
Puso como ejemplo el hecho de que durante un tiempo la comunidad científica habló del “gen de la obesidad”, buscando aclarar el aumento de personas afectadas por esta condición alrededor del mundo, pero la existencia de dicho gen nunca se comprobó.
“La comunicación es bidireccional, no es determinista, no es ‘así nací y ésta es mi carga genética; siempre voy a preferir tal o cual’. Nosotros afectamos esa expresión de genes mediante la dieta y de lo que hacemos cotidianamente. Debemos contextualizar este tema de los alimentos y el sabor en el marco de la obesidad y de las problemáticas de salud que tenemos hoy en día”, puntualiza.
Sistema complejo
Asimismo, apunta Mariana Valdés Moreno, es fundamental poner en perspectiva que “un alcance de este tipo de investigación es el modificar la respuesta en términos del placer que genera comer ciertos alimentos y la recompensa que ocasiona consumir otros. Tratar de incidir sobre esto me parece sumamente peligroso porque en la fisiología y en el cerebro no podemos aislar nada, no funciona así. Es un sistema sumamente complejo en el que se relaciona todo”.
A lo que suma: “Hay que ser muy cuidadosos de no caer en el simplismo, que si quito este gen o tomo este otro, porque es volver al gen de la obesidad. Esto no existe. Es una combinación de varios elementos. La conducta alimentaria es mucho más compleja que el sabor, que es importante, pero va dentro de un contexto más amplio. La obesidad, las preferencias y la conducta alimentaria son complicadas en sus interacciones con otros elementos y no debe perderse esa perspectiva en cuestiones de ingeniería genética”.
A FUTURO
En entrevista con Scientific American, la genetista Joanne Cole comentó que junto con su grupo, “en 2020 hizo un análisis de heredabilidad en el que escaneó el genoma para encontrar regiones que estuvieran asociadas estadísticamente con los alimentos y la dieta y, al final, las redujo”.
Y añadió la investigadora: “Descubrí que la mediana del componente genético de la mayoría de los rasgos dietéticos era sólo de alrededor del 5 %. Entonces, significa que son rasgos súper ambientales; sin embargo, no significa que ese porcentaje no sea nada. Debido a que ahora tenemos esos grandes datos, podemos estudiar ese 5 %”.
La heredabilidad, definió la especialista, “es la cantidad de genética que contribuye a un rasgo. Así, rasgos como la altura, que es muy genético, pueden tener una heredabilidad del 50 al 80 %. Pero la dieta probablemente tiene una heredabilidad o componente genético muy pequeño, porque está influenciada por muchas otras cosas importantes, como el nivel socioeconómico, la cultura, la educación y todos esos otros factores que no tienen nada que ver con el sabor o el gusto de los alimentos. No fue hasta que aparecieron métodos más nuevos, en los últimos 15 años aproximadamente, que pudimos utilizar miles de individuos emparentados lejanamente para estudiar asociaciones genéticas con alimentos. Esto ayudó a eliminar ese confuso componente ambiental y pudimos obtener estimaciones más precisas de heredabilidad”.
A través de esta investigación su equipo encontró que en ciertas regiones del genoma influyen una variedad de rasgos dietéticos, los cuales incluyen la preferencia por consumir frutas, aves o pescado; incluso, café o alcohol. “También pudimos ver algunas asociaciones genéticas con patrones dietéticos más complicados, como si se come una dieta saludable o no saludable”, afirmó la experta.
A futuro, subrayó Cole, espera que su equipo siga con la investigación para definir qué genes tienen el efecto más fuerte en la dieta de cada ser humano y, por medio de esto, evaluar si ciertas comidas impactan diferentes enfermedades. “Me pregunto si podemos empezar a crear compuestos sintéticos o incluso naturales que puedan alterar la reacción de placer de una persona ante alimentos saludables o no saludables; si podemos usar esto casi como un suplemento para cambiar la forma en que a la gente le gusta o no la comida”, aventuró la científica.
(Con información de Gaceta UNAM)