Intelectuales clasistas, racistas y homofóbicos

La polémica ventilada en las redes sociales y en ciertos medios de comunicación en torno a la salida de TV UNAM de Nicolás Alvarado ha revelado con sorprendente transparencia expresiones de clasismo, racismo y homofobia en la clase intelectual mexicana que deben someterse a un análisis crítico.

Un reclamo generalizado denunció la semana pasada el rechazo que Alvarado explicitó por la obra musical de Juan Gabriel con base a prejuicios clasistas no exentos de homofobia.

En respuesta, algunos escritores, académicos y periodistas intentaron minimizar el efecto de las palabras de Alvarado en contra de un supuesto acto de “corrección política” que colindaría con la censura, mientras que lamentaron que TV UNAM perdiera la oportunidad de contar con el liderazgo de Alvarado para “renovar” su programación.

Resulta crucial examinar este debate porque el desafortunado comentario de Alvarado, y quienes han pretendido defenderlo o restarle importancia, reproduce las dimensiones más vergonzantes de la desigualdad y discriminación que proliferan en la vida cultural y laboral del país.

La polémica, entonces, va más allá de los prejuicios y la precariedad intelectual de un funcionario público: muestra la perniciosa y sistémica división de clases, el desprecio a la cultura popular y el sentimiento de superioridad que detentan muchas figuras intelectuales en México.

Alvarado renunció a su cargo como director de TV UNAM el 1 de septiembre, dos días después de publicar la columna No me gusta Juanga (lo que le viene guango).

En ese texto que apareció el 30 de agosto en el periódico Milenio, Alvarado negó la calidad artística de Juan Gabriel, pero su desdén, matiza, no lo conduce “a la ceguera cultural ni a la insensibilidad sociológica”.

Luego concluye: “Mi rechazo al trabajo de Juan Gabriel es, pues, clasista: me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas, su histeria no por melodramática sino por elemental, su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada”.

No hay razón para dudar de la sinceridad de Alvarado. Por el contrario, lo que extraña es la naturalidad con la que admite los parámetros con los que descalificó un objeto cultural que dice desconocer (explica que en su casa sólo hay dos CD de Juan Gabriel, propiedad de su esposa).

El regodeo en su ignorancia evidencia una pobreza intelectual que por sí sola basta para probar su incompetencia para dirigir un espacio cultural público como TV UNAM.

 

Se creen superiores

Pero al enunciar sus prejuicios, Alvarado mostró el síntoma de un problema mayor: la abismal diferencia de clases en México, resultado en parte de la sistémica discriminación ejercida desde espacios culturales y educativos que inferiorizan expresiones artísticas “iletradas”.

Creo innecesario insistir en los méritos artísticos de Juan Gabriel después de la puntual respuesta que el músico Yuri Vargas publicó en la revista electrónica Círculo de poesía o la columna del periodista juarense Jorge Humberto Chávez Ramírez en el Dallas Morning News que explicó cómo Juan Gabriel “redefinió la música moderna mexicana desde el pop hasta el mariachi tradicional”.

Lo que me interesa aquí es señalar que los comentarios de Alvarado son producto de un clasismo consecuente con un habitus cultural que legitima a una clase intelectual en la cual exabruptos como el de Alvarado no sólo son tolerados sino que son constitutivos de la clase misma.

Como enseña el sociólogo francés Pierre Bourdieu en su ensayo La distinción, “nada afirma con mayor claridad la ‘clase’ de una persona, nada clasifica más infaliblemente que los gustos en música”.

La negación de lo que es supuestamente vulgar no es sino el ejercicio de un privilegio de clase que se permite designar la distinción entre alta y baja cultura.

“Es por eso –escribe Bourdieu– que el arte y el consumo cultural están predispuestos, consciente y deliberadamente o no, a cumplir una función social de legitimar diferencias sociales”.

En una entrevista con Carlos Puig el 6 de septiembre, Alvarado dijo haber leído la distinción para explicar su clasismo, pero terminó repitiendo su prejuicios: “Yo elijo algo que me gusta y que no le gusta a los que considero inferiores a mí, para distinguirme de ellos, y así reproduzco una estructura de clase, que es un mecanismo pernicioso”.

 

Discriminación

Sin la menor autocrítica, la conciencia de un posicionamiento de clase busca legitimarse llamando inferiores (palabra de su elección) a quienes no comparten su gusto musical. Alvarado se niega a reconocer que asumir el clasismo en esos términos es un acto discriminatorio.

Los comentarios publicados en defensa de Alvarado participan de ese mismo criterio de distinción clasista.

En una nota publicada el 2 de septiembre en la revista Nexos, Raúl Trejo Delarbre, investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, denuncia la agresión de los usuarios en las redes sociales, pero no hace lo mismo con el lenguaje denigrante de Alvarado.

Se legitima así que Alvarado describa como “naco” (en un país de grave desigualdad social) y “joto” (en un país violentamente masculino) a Juan Gabriel, pero se censura que la “multitud tuitera” use las mismas palabras en contra de un miembro de la clase intelectual. (Lea el ensayo completo en www.proceso.com.mx)

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