Hasta 30% de las enfermedades son psicosomáticas

Cartagena.- La neuróloga irlandesa Suzanne O’Sullivan conoció a Yvonne apenas se graduó como médica.

Esta paciente de 40 años había ingresado el hospital el día anterior, después de que un compañero de trabajo le rociara accidentalmente los ojos con un producto de limpieza dejándola ciega.

Sucesivos baños oculares no sirvieron para aliviar el dolor y la irritación de sus ojos, ni para devolverle la vista.

Los exámenes a los que fue sometida durante los seis meses siguientes, sin embargo, coincidían en el resultado: la ceguera no respondía a ninguna causa física.

La discapacidad visual de Yvonne, concluyeron los médicos, era de origen psicosomático. Es decir: su ceguera era una manifestación física de un estrés emocional.

Pasa en todo el mundo

Yvonne fue una de las primeras de una extensa lista de pacientes con desórdenes psicosomáticos que O’Sullivan vio en sus 20 años de carrera y que ha contado en el libro Todo está en tu cabeza. Historias reales de enfermedades imaginarias.

La neuróloga presenta ese trabajo, premiado en Reino Unido con el prestigioso galardón Wellcome Book Prize, en el Hay Festival en la ciudad colombiana de Cartagena.

Los demás -que llegaban a su consultorio frustrados después de ver a distintos especialistas que no lograban dar en el clavo- presentaban síntomas tan severos como los de Yvonne: unos venían en silla de ruedas, otros presentaban inflamaciones, describían dolores, parálisis, desmayos y convulsiones.

Un factor común aunaba a estos pacientes con dolencias tan agudas como variadas: la falta de una explicación médica para sus síntomas. Y la gran mayoría, sino todos, se negaba a aceptar el origen psicológico de su enfermedad.

Pero no es por azar que estos pacientes acabaron buscando la opinión de O’Sullivan.

Esta es una situación que se repite en casi todos los consultorios médicos, dice la experta.

«Dedico gran parte de mi tiempo a pacientes con convulsiones y, por lo general, de las personas que veo, un tercio sufre convulsiones por causas psicológicas. Pero de acuerdo a estudios, en otras especialidades médicas también un tercio de los pacientes padece síntomas de origen psicológico», comenta O’Sullivan.

Tampoco son un mal de la sociedad contemporánea -aunque internet ayuda con la abundancia de información sobre enfermedades y sus síntomas- ni hacen diferencia entre ricos y pobres.

«Pasa en todo el mundo», dice O’Sullivan.

Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) llevado a cabo hace algunos años, recuerda, demostró que la prevalencia de enfermedades cuyos «síntomas carecen de explicación médica» es casi idéntica en casi todos los países, independientemente de si son desarrollados o en vías de desarrollo y del acceso que la gente tiene a los servicios de salud.

Síntomas reales

Fue precisamente esta alarmante proporción lo que llevó a la neuróloga a interesarse por el tema y a volcar más tarde su experiencia en el libro «Todo está en tu cabeza».

El libro desgrana con humanidad y compasión las historias de algunos de sus pacientes y las dificultades como médica de trabajar en esta zona gris de la medicina que nuestra sociedad estigmatiza.

¿Pero qué lleva a nuestro cuerpo a expresar síntomas de una enfermedad que no tenemos? ¿Por qué enmascaramos con dolor, debilidad o parálisis lo que en realidad son emociones?

«Nuestro cuerpo produce síntomas físicos en respuesta a las emociones todo el tiempo. A mucha gente le tiemblan las manos cuando tiene que hacer una presentación, a otros les late más fuerte el corazón si están ansiosos o hay quienes se sonrojan cuando sienten vergüenza», dice O’Sullivan.

«Es algo que nos pasa a todos. Pero no podría decir por qué en ciertos individuos este mecanismo decide crear una patología. Lo que ocurre es que todos tenemos una forma diferente de lidiar con el estrés».

Tampoco podemos escaparnos de estos síntomas como evitamos una gripe al abrigarnos en invierno, o una lesión muscular, calentando el cuerpo antes de correr.

«No podemos evitar los síntomas físicos frente a una situación de estrés», explica la neuróloga.

«Lo que si podemos hacer es evitar que eso se transforme en una discapacidad. Puedes aprender a reconocerlos cuando te ocurren y alterar lo que haces en respuesta», explica la neuróloga.

Aunque no exista una causa física, recalca, no hay que olvidar que los síntomas son reales para el paciente, y sus consecuencias pueden suponer una discapacidad y que son increíblemente devastadoras.

No tiene nada

Y es justamente la falta de una raíz física lo que ha llevado históricamente a que la medicina desestime esta clase de desórdenes, cuando los reconoce.

Esto incluso se ve plasmado en el lenguaje que los médicos utilizan para hablar sobre estas enfermedades.

«Si una persona tiene una discapacidad y los exámenes muestran resultados normales, solemos decir que no tienen nada», cuenta O’Sullivan.

«Los médicos estamos entrenados para enfocarnos en las enfermedades, para encontrarlas. Estamos preocupados por que no se nos escapen (cuando examinamos a un paciente). Si veo a alguien y no me doy cuenta de que tiene una enfermedad, eso generará muchas recriminaciones», dice la experta.

La situación contraria, (pensar que alguien tiene una enfermedad para darse cuenta luego de que era psicosomática) es mucho menos grave, señala.

La atención está tan centrada en la enfermedad, que una vez que se descarta, la tarea pareciera darse por terminada.

Y es esta falta de atención e importancia que se les da estas aflicciones lo que ha contribuido a crear un estigma alrededor de las enfermedades psicosomáticas, de modo tal que al paciente le resulta muy difícil aceptar el diagnóstico, que suele vivir como si se tratase de un insulto.

Diagnóstico indeseado

¿Pero en qué medida no se trata de una etiqueta fácil para catalogar cualquier enfermedad para la que la medicina actual aún no tiene respuesta?

Ese es el temor más común de los pacientes, explica O’Sullivan.

«Sin embargo, el diagnóstico es increíblemente estable. En neurología es muy sencillo hacer mediciones del sistema nervioso. Hay una gran diferencia entre alguien con una parálisis o una convulsión psicosomática y alguien con una enfermedad cerebral».

«Esto te permite hacer una diagnóstico con confianza».

Por otra parte, cuando se sospecha que una enfermedad puede ser psicosomática y no es así, «la enfermedad se va revelando, aportando evidencia objetiva con el tiempo», asegura O’Sullivan.

Por otra parte, estudios a largo plazo demostraron que el porcentaje de diagnósticos equivocados es sólo del 4%.

Diversas terapias

La mayoría de los pacientes que aparecen en el libro de O’Sullivan son derivados a un psiquiatra.

Sin embargo, la neuróloga comenta que el tratamiento psicológico no es necesariamente la indicación en todos los casos.

«El tratamiento depende de cada individuo y de las causas que provocan los síntomas. En algunas personas, los síntomas surgen a raíz de un trauma psicológico, en ese caso, la recomendación es seguir una terapia psicológica o psiquiátrica».

«Pero en otra gente, los síntomas no están relacionados con un estrés en particular. Pueden estar relacionados en cómo lidiaron con una lesión o una enfermedad», explica la experta.

«Por tanto esa persona no necesita ayuda psicológica en profundidad sino una terapia física que lo ayude a entrenar su cuerpo para regresar a la vida normal, o un curso de terapia cognitiva-conductual para superar el miedo que le provoca retornar a la vida sin la enfermedad».

Pese a que el tratamiento de las enfermedades psicosomáticas es algo que se escapa al campo de la neurología, O’Sullivan no tiene previsto reencaminarse hacia la psiquiatría.

«El problema es que estos pacientes no van a ver a un psiquiatra porque sus síntomas son físicos, van a ver a un médico», afirma la neuróloga.

«Por eso necesitamos doctores que puedan hacer de puente entre la neurología y la psiquiatría. Necesitamos neurólogos que estén interesados en este problema ya que a ellos es a quienes acuden los pacientes».

Y en este sentido, reconoce que en los últimos cinco años ha habido un crecimiento del interés entre los neurólogos, un interés que puede hacer avanzar el conocimiento en esta área, crear una mayor aceptación del problema y así paulatinamente se podrá ir desarticulando el estigma.

Antes de terminar, les cuento cómo terminó la historia de Yvonne, la paciente con ceguera emocional que despertó el interés de O’Sullivan.

Después de seis meses de ayuda psiquiátrica y terapia familiar, finalmente recuperó la vista. (Con información de BBC Mundo y la versión digital del Hay Festival Cartagena)

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