Esclavitud infantil, una realidad ignorada

Una adolescente birmana tiene la cara llena de cicatrices por los golpes propinados por su familia adoptiva. Es el más reciente caso de esclavitud de menores, un tema al que las autoridades han dado la espalda hasta ahora.

Than Than Ei tenía cinco años cuando su madre murió y nueve cuando su padre, alcohólico, la dio en adopción a una familia de Rangún, capital económica birmana.

Hoy tiene 16. Su cara, piernas y cráneo están plagados de cicatrices, de marcas de golpes con cadenas de bicicleta o tijeras, cuenta. Un calvario que duró cinco años.

«Como no me daban de comer, comía sin su permiso. Me acusaban de robar comida y me aplastaban los dedos con pinzas», explica en la modesta casa de su tío en Dagon, un suburbio de Rangún.

Finalmente, consiguió escapar de sus verdugos. Sus vecinos intentaron varias veces alertar a las autoridades locales por casos de maltrato en esta familia, muy influyente en el barrio. Fue en vano.

Le dio cobijo su tío Myo Oo, quien presentó una demanda contra la familia en cuestión en julio de 2015 por «intento de asesinato».

Se detuvo a una persona, y no se había vuelto a hablar del caso hasta la semana pasada, cuando un escándalo similar sobre dos adolescentes acaparó las portadas de los periódicos.

Unas revelaciones que han dado un impulso al caso de Than Than Ei: la policía detuvo a otros tres miembros de la familia maltratadora.

«Si las autoridades nos hubieran ayudado así desde el comienzo nuestro caso no habría demorado tanto», suspira su tío, que lucha desde hace más de un año para que se reconozca el calvario de su sobrina.

La semana pasada, los casos de dos adolescentes maltratadas durante cinco años por la familia de un sastre de Rangún obligaron a la opinión pública y al Gobierno de la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi a enfrentarse al fenómeno del empleo de los niños en el país.

El juicio de la familia del sastre comenzó esta semana. Se les acusa de «tráfico de personas».

Las fotografías de las dos adolescentes, con cicatrices en el rostro, provocaron una reacción al más alto nivel. El propio presidente, Htin Kyaw, ordenó la apertura de una investigación.

Las adolescentes fueron contratadas con 11 y 12 años como sirvientas. Las explotaban, golpeaban, no les pagaban y apenas las alimentaban y dejaban dormir. Sus padres no contaron con ayuda policial en todos estos años.

 Árbol que tapa el bosque

Según las organizaciones defensoras de los derechos humanos, es el árbol que no deja ver el bosque: «descubriremos cada vez más casos», lamenta Phil Robertson, de la ONG Human Rights Watch.

«Birmania es uno de los peores países en lo referente al tráfico de seres humanos», recuerda Matthew Smith, de Fortify Rights.

Muchos niños y jóvenes birmanos acuden a las ciudades, atraídos por las ofertas de empleo, pero acaban reducidos a esclavitud.

No todos los casos llegan al maltrato físico. En las cafeterías de Rangún suelen verse niños trabajando como camareros. No están escolarizados y duermen en la trastienda. Nadie parece sorprenderse.

Según el último recuento de 2014, uno de cada cinco niños de entre 10 y 17 años trabaja en el país, es decir 1,7 millones de personas.

La modernización del sistema judicial es una de las reformas pendientes en Birmania, gobernada desde marzo por Aung San Suu Kyi tras décadas de junta militar.

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