Cobertura sesgada de los conflictos armados

Los medios de comunicación le ponen mucha atención a algunas guerras, como la de Siria, lo cual puede traducirse en mayor presión para que haya una resolución. Sin embargo, muchas otras no gozan de esa atención, como el conflicto de Yemen, que es muy encarnizado pero bastante ignorado.

En el conflicto del Congo oriental, por ejemplo, murieron millones de personas y millones más fueron desplazadas, pero obtuvieron poca atención internacional.

Cada país tiene su propia versión de esa dinámica, pero en Estados Unidos se manifiesta de una forma única.

Estados Unidos es una superpotencia pero a menudo los estadounidenses parecen tan introspectivos que resultan casi provincianos.

Cuando el mundo pregunta por qué Estados Unidos ha olvidado el conflicto de Yemen y otros como ese, la verdad es que la falta de atención es lo que pasa normalmente, no la excepción.

Los conflictos obtienen la atención estadounidense solo cuando ofrecen una narrativa que atraiga tanto al público como a los actores políticos.

A menudo eso requiere una combinación de relevancia inmediata en cuanto a los intereses estadounidenses, resonancia con los debates políticos estadounidenses o cuestiones culturales, y quizá más que cualquier otra cosa, un marco emocionalmente en el que se puedan identificar claramente los buenos y los malos.

La guerra en Irán puso los intereses de Estados Unidos, incluidas las vidas de sus ciudadanos, y les da a los estadounidenses una participación directa en ella. El Estado Islámico ha asesinado a rehenes estadounidenses y ha cometido ataques terroristas en Occidente.

La guerra se ofrece como  una historia atractiva entre víctimas inocentes y villanos miserables. El Estado Islámico es una organización terrorista con afición por las crucifixiones y las decapitaciones. El presidente de Siria, Bashar al Assad, y sus protectores en Irán, son hostiles a Estados Unidos y responsables por atrocidades terribles.

Que el gobierno de Obama se rehusara a bombardear Siria en 2013, y posteriormente interviniera de manera más plena, también ha hecho de esto una disputa política interna; ha dado a los políticos en ambos bandos un incentivo para interesarse.

Esto brindó un atractivo punto de enfoque para los debates políticos de la elección de este año, en torno a la política exterior de Obama y a quién culpar por el colapso del Medio Oriente. Esos debates han afilado y continuado la atención nacional a Siria y les han dado tanto al público como a los políticos un motivo para enfatizar la importancia de la guerra.

Sin embargo, es raro reunir tantos factores en un mismo caso.

En el conflicto de Yemen no hay una historia evidente de buenos y malos: el país está siendo destrozado por diversas facciones beligerantes en tierra y aporreadas desde el aire por parte de Arabia Saudita, un aliado estadounidense. No hay un villano listo para las cámaras al que los estadounidenses puedan odiar.

Para los intereses políticos estadounidenses, la narrativa de guerra es menos atractiva. Los rebeldes Houthi representan una amenaza directa menor a la que los políticos estadounidenses podrían oponerse. Del otro lado del conflicto están los ataques aéreos saudíes que están matando a civiles y tienen como blanco hospitales y trabajadores humanitarios, a veces con el apoyo de Estados Unidos.

Ningún político estadounidense tiene incentivos para llamar la atención sobre esta guerra, lo cual requeriría criticar a Estados Unidos y a un aliado estadounidense o, si no, sacar provecho de la amenaza por parte de un grupo rebelde yemení.

No es sorprendente que, cuando varios senadores hace poco intentaron sacar adelante un proyecto de ley para bloquear la venta de armas a Arabia Saudita debido a su conducta en Yemen, solo encontraron unos cuantos promotores, y la moción se pospuso con un voto de 71 a 27.

Distracciones a modo

Es raro pero no imposible que guerras distantes crucen el umbral. La crisis en Darfur, Sudán, por ejemplo, se convirtió en una causa nacional célebre a inicios de los años 2000 aunque tuvo un efecto directo menor en los intereses estadounidenses.

Pero Darfur ofrecía una historia simple y atractiva: que el dictador Omar al-Bashir y sus matones estaban cometiendo genocidio contra civiles inocentes, y que Estados Unidos podía detenerlos. Eso pareció brindar una manera en que los estadounidenses pudieran expiar su fracaso en detener el genocidio ruandés una década antes, y probar que habían aprendido la lección a partir de esa atrocidad. Había una narrativa interesante y una causa atractiva.

El conflicto también se ajustó al debate político nacional de ese momento. El eslogan “Salgamos de Irak y entremos a Darfur” presentó la intervención en Darfur como una alternativa a la guerra preventiva del presidente George W. Bush en Irak, y fue una presencia frecuente en los letreros de quienes se manifestaban contra la guerra en Irak.

“Salvar” a Darfur se convirtió en un símbolo de la visión alternativa del poder estadounidense que atrajo a quienes no estaban de acuerdo con las políticas de Bush pero tampoco querían que Estados Unidos recurriera al aislamiento.

Privilegian sus intereses

Observemos el conflicto en la parte oriental de la República Democrática del Congo. Como en Darfur y Siria, esa guerra fue devastadora para los civiles: según algunos cálculos, millones murieron a causa de violencia, hambre o enfermedades. Millones más fueron desplazados. Los rebeldes utilizaron la violación como un arma de guerra y reclutaron a niños soldados. Muchos de los mismos activistas que habían conformado el movimiento para salvar a Darfur intentaron crear conciencia sobre el Congo oriental también.

No obstante, la guerra del Congo desafió narrativas simples. No había un “malo” evidente, como en la campaña de Darfur. En vez de eso, hubo múltiples grupos cambiantes de contrincantes, casi todos acusados de atrocidades.

La relevancia de la guerra en cuanto a los intereses estadounidenses se atenuó. El Congo oriental es una fuente importante de minerales utilizados en dispositivos electrónicos como teléfonos inteligentes, pero la mayoría de las personas en Estados Unidos jamás habían oído del tantalio, y no les importaba dónde se producía.

Por lo tanto, a pesar de la continua defensa por parte de campañas lideradas por celebridades, y de que se cubrió de manera considerable gracias a columnistas como mi colega del New York Times Nicholas Kristof, el Congo oriental jamás recibió atención continua por parte de quienes hacen las políticas, ni del público estadounidense.

Otras guerras han disfrutado momentos breves bajo los reflectores pero después se desvanecieron. Cuando Boko Haram secuestró a cientos de colegialas en el norte de Nigeria en abril de 2014, los estadounidenses respondieron con indignación, compartieron el hashtag #BringBackOurGirls en Twitter y exigieron respuestas. Sin embargo, conforme pasaron los meses y el gobierno nigeriano no logró rescatar a las niñas, la atención decayó.

Dos años antes de eso, el video “Kony 2012” por parte del grupo de defensa Invisible Children permitió que hubiera mucha atención para el Ejército de Resistencia del Señor, un grupo rebelde que durante años había infligido terror por todo el norte de Uganda, la República Democrática del Congo, Sudán del Sur y la República Centroafricana, pero la atención se desvaneció igual de rápido.

Actualmente hay poca conciencia en torno al colapso continuo y catastrófico de Sudán del Sur o la guerra civil en la República Centroafricana. La guerra civil en Somalia se adentra a su tercera década, casi desapercibida.

La mayoría de los conflictos son como el de Yemen, no como el de Siria ni el de Darfur. (Con información de NY Times)

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