Amenazar de muerte no es libertad de expresión

Si bien Juan Manuel Villalobos divaga un tanto en su texto publicado en Nexos con el título “La impunidad cabalga en Twitter”, una parte importante debe tomarse como un aporte valioso.

Villalobos plantea de inicio que en México se ha optado por permitir el escarnio, la difamación y la amenaza anónima, antes que inhibir lo que para muchos es un diamante en bruto o un cuerno de marfil: la libertad de expresión.

Y este es su error fundamental pues distan mucho de ser lo mismo el escarnio, la difamación y la amenaza, además de que,y desde luego, no conciernen a la libertad de expresión.

En países como España, prosigue el bloguero, una conocida cuenta de Twitter (@masaenfurecida), con 157 mil seguidores decidió cerrar en junio pasado luego de que la red social le exigiera un número telefónico para verificar su identidad. Su autor –o autores–, aun cuando no se le perseguía legalmente, prefirió desaparecer antes que dar la cara y decir quién se escondía detrás de las peroratas enardecidas de su cuenta. Solicitar los números telefónicos de quienes manejan las cuentas de Twitter es una política de la compañía iniciada en febrero de 2015, cuyo objeto es evitar los comportamientos abusivos y el acoso a través de la red social.

La prensa no es ajena a esta tendencia, añade, al margen de que algunas versiones online de periódicos y revistas han decidido no permitir comentarios anónimos de sus lectores, la defensa talibánica de la libertad de expresión y el anonimato ha encontrado oponentes de peso en los propios medios de comunicación.

Doble error aquí: impedir los comentarios sí circunscribe la libertad de expresión.  Y resulta inaceptable llamar ‘talibanesca’ la defensa de la libertad de expresión (es decir, terrorista, a quien piensa distinto lo hace caer en lo pretende combatir).

Sin embargo, Villalobos tiene la virtud de identificar lo que si procede vía un ejemplo:

El caso más emblemático es quizá el de Denis Robert, un periodista de investigación francés que ha desenmascarado a cuatro anónimos de Twitter de los llamados Golden corbeaux (“cuervos dorados”), las cuentas dedicadas a intoxicar con todo tipo de difamaciones, violencia, amenazas e improperios en la red social. Una vez desenmascarados, los autores no tuvieron el menor prurito para amenazarlo con “romperle la cara” y surgió el debate ocioso de si Robert tenía o no el derecho de desenmascarar a los usuarios que se esconden tras el velo electrónico.

Robert sabe lo que hace: ha sido demandando más de medio centenar de veces a raíz de su libro Revélation$, publicado en 2001, donde denunció el funcionamiento de la cámara de compensación internacional Clearstream, y en el que acusa a su fundador y su vicepresidente de borrar todo rastro de información de transacciones sensibles. Los acusados demandaron al periodista por difamación, entre otros supuestos delitos.

La acusación más seria en su contra era de robo: Robert se había hecho con información bancaria de la manera no más ortodoxa. El triunfo del periodismo volvió a ser implacable: el tribunal de justicia francés lo exoneró gracias a la aplicación correcta del sentido de libertad de expresión: el tribunal justificó el robo de la información bancaria porque lo robado fue considerado un asunto de interés general, materia fundamental del periodismo.”

 

Conclusión de Villalobos

¿A qué viene todo lo anterior escrito? A las amenazas que el Estado y una red social cualquiera, sea Facebook o Twitter, permiten, no persiguen y, en ocasiones, alientan, contra los periodistas incómodos, como ha sido el caso de Héctor de Mauleón, a quien por segunda vez se le amenaza en Twitter desde cuentas que podrían ser verificables y, por tanto, perseguidas.

¿De quién es responsabilidad desenmascarar a los difusores de terror y amenazas de muerte vía Twitter, vía Facebook, vía telefónica? Sin duda, del primer involucrado: la red social; seguido de ello, de los responsables de garantizar la seguridad de los ciudadanos: el Estado; y, tercero, de los propios periodistas que deberíamos de estar haciendo, como Robert, lo más posible por difundir los mayores datos posibles de quienes se esconden detrás de sus teléfonos celulares y computadoras.

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